Creo
haber escrito ya alguna vez que no me agrada el oficio de necrófilo, o de
zopilote o gallinazo literario que se abalanza con fruición sobre los restos de
los escritores y poetas cuando éstos pasan a integrar la "Sociedad Secreta
de la Muerte". Tampoco me parece bien la actitud de aprovecharse de una
muerte dolorosa para disparar un tanto a mansalva, hecho que suele ocurrir en
nuestro pequeño mundo literario. Ante el drama de un suicida no cabe sino inclinarse
con silencio y respeto.
Y es difícil resistirse a la tentación de evocar al hombre
que fue Pablo de Rokha, mezcla de trovador, de buhonero y de personaje de la
picaresca española (tan bien descrito por Mario Ferrero en su ensayo aparecido
en la Editorial Universitaria). El que conocimos, por ejemplo, en un verano
lautarino de hace algo más de diez años. Recuerdo que apareció sorpresivamente
en una calle alejada por la que yo andaba, con un enorme maletín bajo el brazo,
y sus primeras palabras fueron "Compañeros, vengo desde Los Ángeles con
unas tremendas ganas de comerme unas patitas de vaca que aquí son las mejores
del sur". Deseos cumplidos, pues el grupo de amigos lo llevó
inmediatamente a una casa de los aledaños en donde la dueña de casa preparó el
plato, y se tocó la guitarra y bailó cueca hasta avanzadas horas, como se dice.
También nos tocó verlo vendiendo o cambiando sus libros por especies a todos
los personajes de los pueblos y villorrios, desde el alcalde y el mayor de
carabineros hasta los profesores primarios, el dueño de almacén de frutos del
país, el notario, el talabartero, el panadero español.
Hasta en los más
perdidos lugares de la República debe habérsele recordado en esta hora, y miles
de manos han abierto con emoción sus enormes libros en donde con grandes letras
estampaba dedicatorias. Pero, lo repetimos, tampoco se debe encasillar a Pablo
de Rokha en esa figura de pintoresco poeta trashumante, de especie de Raimundo
Contreras o Pantagruel criollo, o de implacable y a veces excesivo polemista.
Llegará la hora de ir más allá de ataques y exégesis, y entretanto sólo podemos
dar unas breves "llamadas de atención" sobre lo que nos parece
significa la obra misma de Pablo de Rokha y su significación en la poesía
nacional. Debemos remitir al lector, además, a las obras de Mario Ferrero y
Fernando Lamberg, a un artículo de Humberto Díaz Casanueva aparecido en Pro Arte (1951), y a la Antología de
Eduardo Anguita y VolodiaTeitelboim (1935), así como a Selva Lírica (1917), como los mejores estudios
hechos sobre el vate de Licantén.
En
nuestra mesa tenemos Los Gemidos,
primera obra de Pablo de Rokha, aun cuando ya antes habían aparecido los
opúsculos Sátira y Versos de infancia, que habían provocado
escozor en los medios académicos de la poesía. En Los Gemidos, en torrencial avalancha el
poeta reúne en una prosa poética desenfrenada los elementos más dispares,
acarrea todo el material estimado hasta entonces "antipoético".
Irrumpen "el barro y las rosas" como señalara en 1922 en la revista Claridad el entonces poeta
"completamente de Temuco", Pablo Neruda.
En su primera etapa,
poéticamente Pablo de Rokha, tildado por los críticos como "el provinciano
estrafalario" (Véase "Repiques", de Fray Apenta), rompe con lo
convencional en la poesía chilena y latinoamericana, aun cuando el verso libre
había sido introducido por Pedro Prado (en Flores
de Cardo, 1908) y la imagen como pivote del poema por Vicente Huidobro,
compañero de primeras armas literarias con de Rokha en Musa Joven y Azul, revistas de vanguardia
surgidas al calor de una común admiración por Rubén Darío. Iconoclasta en
poesía, lo es también en actitud social y política, incorporándose al
anarquismo, rebelde y furioso, Individualista, al amparo de Nietzsche y Max Stirner
(el olvidado autor de la influyente obra El
Único y su Propiedad). Ataca y recibe los ataques como un "toro
furioso" (así lo retrata Nicanor Parra) y gira en cierto modo en el vacío.
Pero su concepción materialista del mundo encuentra su expresión en el
marxismo-leninismo, al cual siempre fue fiel, y al cual en determinada época
subordina su expresión y teoría poética. Así, si en 1927 declaraba que "el
comunismo es cosa de cerdos", en 1933 edita sus Cantos de trinchera, y en 1935 en una
polémica con Ricardo Boizard, al cual bautiza como "el tontito de las
monjas", se declara ferviente stalinista. Hombre de una pieza, su vida
estuvo siempre al servicio del socialismo, y esto ha sido en estos días debida
-aunque tardíamente- reconocido.
La
poesía de Pablo de Rokha es esencialmente épica y de aliento universal en su
intención, pero para nosotros Pablo de Rokha es esencialmente el hombre que
describe un Chile patriarcal y dionisíaco de principios de siglo, en el cual la
moneda era fuerte, se sentía conciencia de pertenecer a un país rector en
América del Sur (véase nuestro ensayo sobre Pablo de Rokha en el Boletín de la Universidad de Chile,
diciembre de 1965). Nos parece que Pablo de Rokha nunca dejó de ser un
habitante del Licantén de su infancia, magistralmente descrito en su novela
inconclusa Clase Media (1940) y que
es el rememorado en "La tonada de Lucho Contardo" y en gran parte de
su famosa epopeya sobre las comidas y bebidas de Chile; visión de un Chile ido
por los ojos de un arriero cordillerano, u huaso de la zona central.
"La chichita bien madura brama en las bodegas
como una gran vaca sagrada
y San Javier de Linares ya estará dorado como un
asado a la parrilla, en los caminos ensangrentados de abril, la guitarra del
otoño llorará como la mujer viuda de un soldado
y nosotros nos acordamos de todo lo que hicimos o
pudimos y debimos y quisimos hacer,
como un loco asomado a la noria vacía de una aldea..."
Cuando
Pablo de Rokha toma el gran tono mayor y desgarrado, su visión, superando
cierto tono monocorde, es apocalíptica, desgarrada, afín a la de los poetas
"beatniks", como en su Lenguaje
del Continente(1943), cuyos fragmentos podemos comparar con los de Howl (Aullido) de Allen Ginsberg (1957):
"He mirado niños de frío arañar las mañanas de
Nueva York, en Brooklyn, escarbando con los zapatos desesperados el barrio
imperial de la ciudad
sangrienta con los cementerios clamando por debajo
de la nevazón, y he mirado bajar a patadas al capitán negro, con sus
condecoraciones de héroe nacional todo de luto
desde los tranvías del ajedrez del Washington
invernal y asesinarlo
entre los oros pálidos
de P. Street, en Dupont-Cercle".
(Pablo de Rokha)
los que caminaron toda la noche con los zapatos llenos de
sangre por los muelles nevados, esperando que se abriera una puerta en el East
River para entrar a un cuarto lleno de vapor y opio
intelectos enteros vomitados en el ejercicio total
de la
memoria durante siete días con sus noches,
los ojos brillantes de Sinagoga arrojada al pavimento.
He visto las mejores cabezas de mi generación destruidas
Por la locura, muertas de hambre, histéricas, desnudas. (Allen Ginsberg)
Sólo un botón de muestra. En otro medio, Pablo de
Rokha hubiese sido un poeta de proyección universal, de lo cual él fue
consciente y lo que comúnmente le fue negado en su país, en gran parte por su
misma actitud de poner al autor delante de su obra.
Pero no olvidemos de Pablo de Rokha también al gran
poeta lírico, capaz de escribir un poema como "Círculo", uno de los
más hermosos poemas de amor de la lengua, así como de hacer la experiencia
surrealista de Suraméríca (1933)
asimilándola a un contexto chileno.
En
fin, pasada la hora de la diatriba y del ditirambo -lo reiteramos- al fin se
podrá acceder limpiamente a la torrentosa poesía rokhiana. Entretanto, pensemos
en su muerte sabiendo que fue digna de su vida.
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