Una parte suya dice que aún
está,
la otra sostiene que se ha
ido.
Corolas y canciones se le
mezclan en la mente
mientras un gusano aspira
el humo del haschís.
Una parte suya dice que no
está,
se encuentra afuera,
la otra parte de ella la
contempla más tranquila,
con un traje color carne
pero vuelto del revés:
le han invertido como un
guante,
dejando al descubierto el
esqueleto
de su educación
sentimental.
Y que caos está Alicia que
no está, se encuentra afuera
que caos está Alicia
intentando descubrirse
en la Alicia verdadera,
reflejada en la imagen de
detrás.
Que caos este juego y pobre
Alicia,
con los conejos blancos que
le llevan tiernas setas,
tiernas setas de crecer y de
achicar,
tiernas setas cogidas con
cuidado y entre todas una,
ofrecida por la oruga
farmacéutica,
que la timbra en la parte
superior.
Salud a los circulares fosos
de bioquímicos fantasmas,
salud a las esféricas
sustancias de chamanes,
salud a las cápsulas
redondas en los frascos,
vestidas
con el hábito de
Hipócrates y la
condecoración de los
Hermanos de la Caridad.
Cada seis, cada ocho horas,
Alicia corre en círculos,
mas no se mueve, está
sentada,
mientras los conejos
blancos -helados,
espantosos como el hielo del infierno-
dicen "muerde aquí, después allá,
sé buena chica,
no te hagas la heroína y
devóratela entera"
(así dice el coro de conejos
al compás de sus estéreos).
Y ella patalea sobre el piso
de baldosas,
dando un mordisco y otro a
un solo lado,
hasta que le meten un
sonda y lentamente,
baja el valium del Olimpo a
su garganta.
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