lunes, mayo 02, 2011

3. DESCONTENTO ( de Tango. Discusión y clave) por ERNESTO SABATO



Este hombre tiene pavor al ridículo y sus compadradas
nacen en buena medida de su inseguridad y de su angus-
tia de que la opinión de los otros pueda ser desfavorable
o dudosa. Sus reacciones tienen mucho de la histérica
violencia de ciertos tímidos. Y cuando infiere sus insultos
o sus cachetadas a la mujer, seguramente experimenta un
oscuro sentimiento de culpa. El resentimiento contra los
otros es el aspecto externo del rencor contra su propio
yo. Tiene, en suma, ese descontento, ese malhumor, esa
vaga acritud, esa indefinida y latente bronca contra todo
y contra todos que es casi la quintaesencia del argentino
medio.

Todo esto hace del tango una danza introvertida y
hasta introspectiva: un pensamiento triste que se baila.

A la inversa de lo que sucede en las otras danzas popu-
lares, que son extrovertidas y eufóricas, expresión de
algazara o alegremente eróticas. Sólo un gringo puede
hacer la payasada de aprovechar un tango para conver-
sar o para divertirse.

El tango es, si se lo piensa bien, el fenómeno más
asombroso que se haya dado en el baile popular.

Algunos arguyen que no es siempre dramático y que,
como todo lo porteño en general, puede ser humorístico;
queriendo significar, supongo, que la alegría no le es
ajena. Lo que de ningún modo es exacto, pues en esos
casos el tango es satírico, su humorismo tiene la
agresividad de la cachada argentina, sus epigramas son rencorosos
y sobradores:

Durante la semana, meta laburo,
y el sábado a la noche sos un bacán.

Es el lado caricaturesco e irónico de un alma sombría
y pensativa:

¡Si no es pa suicidarse
que por este cachivache
sea lo que soy!

Un napolitano que baila la tarantela lo hace para di-
vertirse; el porteño que se baila un tango lo hace para
meditar en su suerte (que generalmente es grela) o para
redondear malos pensamientos sobre la estructura general
de la existencia humana. El alemán que ahito de cerveza da
vueltas con música del Tirol, se ríe y cándidamente se
divierte; el porteño no se ríe ni se divierte y, cuando sonríe
de costado, ese gesto grotesco se distingue de la risa del
alemán como un jorobado pesimista de un profesor de
gimnasia.

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