jueves, julio 21, 2011
BESTIARIO por JULIO CORTAZAR
Entre la última cucharada de arroz con leche -poca canela, una
lástima- y los besos antes de subir a acostarse, llamó la campanilla en
la pieza del teléfono e Isabel se quedó remoloneando hasta que Inés
vino de atender y dijo algo al oído de su madre. Se miraron entre
ellas y después las dos a Isabel, que pensó en la jaula rota y las
cuentas de dividir y un poco en la rabia de misia Lucera por tocarle el
timbre a la vuelta de la escuela. No estaba tan inquieta, su madre e
Inés miraban como más allá de ellas, casi tomándola como pretexto ;
pero la miraban.
- A mí, créeme que no me gusta que vaya - dijo Inés.- No tanto por
el tigre, después de todo cuidan bien ese aspecto. Pero la casa tan
triste, y ese chico sólo para jugar con ella...
- A mí tampoco me gusta - dijo la madre, e Isabel supo como desde
un tobogán que la mandarían a lo de Funes a pasar el verano. Se tiró
en la noticia, en la enorme ola verde, lo de Funes, lo de Funes, claro
que ella mandaban. No les gustaba pero convenía. Bronquios
delicados, Mar del Plata carísima , difícil manejarse con una chica
consentida, boba y conducta regular con lo buen que es la señorita
Tania, sueño inquieto y juguetes por todos lados, preguntas, botones,
rodillas ssucias. Sintió miedo, delicia, olor de sauces y la ú de Funes
se le mezclaba con el arroz con leche, tan tarde y a dormir, ya mismo
a la cama.
Acostada, sin luz, llena de besos y miradas tristes de Inés y su madre,
no bien decididas pero ya decididas del todo a mandarla. Anteviviía la
llegada en break, el primer ayuno, la alegría de Nino cazador de
cucarachas, Nino sapo, Nino pescado (un recuerdo de tres años
atrás, Nino mostrándole unas figuritas puestas con engrudo en un
álbum , y diciéndole grave : "Este es un sapo y éste un pes - ca -do").
Ahora Nino en el parque esperándola con la red de mariposas, y las
manos blandas de Rema - las vio que nacían de la oscuridad, estaba
con los ojos abiertos y en vez de las cara de Nino zás las manos de
Rema, la menor de los Funes. "Tía Rema me quiere tanto", y los
ojos de Nino se hacían grandes y mojados, otra vez vio a Nino
desgajarse flotando en el aire confuso del dormitorio, mirándola
contento. Nino pescado. Se durmió queriendo que la semana pasara
esa misma noche, y las despedidas, el viaje en tren., la legua en
break, el portón, los eucaliptos del camino de entrada. Antes de
dormirse tuvo un momento de horror cuando pensó que podía estar
soñando. Estirándose de golpe dio con los pies en los barrotes de
bronce, le dolieron a través de las colchas, y en el comedor grande se
oía hablar a su madre y a Inés, equipaje, ver al médico por lo de la
erupciones, aceite de bacalao y hammaelis virgínica. No era un
sueño, no era un sueño.
No era un sueño. La llevaron a Constitución una mañana ventosa,
con banderitas en los puestos ambulantes de la plaza, torta en el Tren
Mixto y gran entrada en el andén. Número catorce. La besaron tanto
entre Inés y su madre que le quedó la cara como caminada, blanda y
oliendo a rouge y polvo rache de Coty., húmeda alrededor de la
boca, un asco que el viento le sacó de un manotazo. No tenía miedo
de viajar sola porque era una chica grande, con nada menos que
veinte pesos en la cartera, Compañía Sansinena de de Carnes
Congeladas metiéndose por la ventanilla con un olor dulzón, el
Riachuel amarillo e Isabel repuesta ya del llanto forzado, contenta,
muerta de miedo, activa en el ejercicio pleno de su asiento, su
ventanilla, viajera casi única en un pedazo de coche donde se podía
probar todos los lugares y verse en los espejitos. Pensó una o dos
veces en su madre, en Inés -ya estarían en el 97, saliendo de
Constitución-, leyó prohibido fumar, prohibido escupir, capacidad 42
pasajeros sentados, pasaban por Banfield a toda carrera, ¡vuuuúm !
campo más campo mezclado con el gusto de milkibar y las pastilla de
mentol. Inés le había aconsejado que fuera tejiendo la mañanita de
lana verde., de manera que Isabel la llevaba en lo más escondido de
su maletín, pobre Inés con cada idea tan pava.
En la estación le vino un poco de miedo, porque si el break... Pero
estaba Ahí, con don Nicasio florido y respetuoso, niña de aquí y niña
de allá, si el viaje bueno, si doña Elisa siempre guapa, claro que había
llovido - Oh andar del break, vaivén para traerle el entero acuario de
su anterior venida a los Horneros. Todo más a menudo, más de
cristal y rosa, sin el tigre entonces, con don Nicanor menso canoso,
apenas tres años atrás., Nino un sapo, Nino un pescado, y las manos
de Rema que daban deseos de llorar y sentirlas eternamente contra su
cabeza, en una caricia casi de muerte y de vainillas con crema, las
dos mejores cosas de la vida.
Le dieron un cuarto arriba, entero para ella, lindísimo. Un cuarto para
grande (idea de Nino, todo rulos negros y ojos, bonito en su mono
azul ; claro que de tarde Luis lo hacía vestir muy bien, de gris pizarra
con corbata colorada) dentro de otro cuarto chiquito con un cardenal
enorme y salvaje. El baño quedaba a dos puertas (pero internas, de
modo que se podía ir sin averiguar antes dónde estaba el tigre), lleno
de canillas y metales, aunque a Isabel no la engañaban fácil y ya en el
baño se notaba bien el campo, las cosas no eran tan perfectas como
en un baño de ciudad. Olía a viejo, la segunda mañana encontró un
bicho de humedad paseando por el lavabo. Lo tocó apenas, se hizo
una bolita temerosa, perdió pie y se fue por el agujero borboteante.
Querida mamá tomo la pluma para - Comían en el comedor de
cristales , donde se estaba más fresco. El Nene se quejaba a cada
momento del calor, Luis no decía nada pero poco a poco se le veía
brotar el agua en la frente y la barba. Solamente rema estaba
tranquila, pasaba los platos despacio y siempre como si la comida
fuera de cumpleaños, un poco solemne y emocionante. (Isabel
aprendía en secreto su manera de trinchar, de dirigir a las
sirvientitas). Luis casi siempre leía, los puños en las sienes y el libro
apoyado en un sifón. Rema le tocaba el brazo antes de pasarle el
plato, y a veces el Nene lo interrumpía y lo llamaba filósofo. A Isabel
le dolía que Luis fuera filósofo, no por eso sino por el Nene tenía
pretexto para burlarse y decírselo.
Comían así : Luis en la cabecera, Rema y Nino en un lado, el Nene e
Isabel del otro , de manera que había un grande en la punta y a los
lados un chico y un grande. Cuando Nino quería decirle algo de veras
le daba con el zapato en la canilla. Una vez Isabel gritó y el Nene se
puso furioso y le dijo malcriada. Rema se quedó mirándola, hasta que
Isabel se consoló en su mirada y la sopa juliana.
Mamita, antes de ir a comer es como en todos los otros momentos,
hay que fijarse si - Casi siempre era Rema la que iba a ver si se podía
pasar al comedor de cristales. Al segundo día vino al living grande y
les dijo que esperaran. Pasó un rato largo hasta que un peón avisó
que el tigre estaba en el jardín de los tréboles, entonces rema tomó a
los chicos de la mano y entraron todos a comer. Esta mañana las
papas estuvieron resecas, aunque solamente el Nene y Nino
protestaron.
Vos me dijiste que no debo andar haciendo - Porque Rema parecía
detener, con su tersa bondad, toda pregunta. Estaba tan bien que no
era necesario preocuparse por lo de las piezas. Una casa grandísima,
y en el pero de los casos había que no entrar en una habitación ;
nunca más de una, de modo que no importaba. A los dos días Isabel
se habituó igual que Nino. Jugaban de la mañana a la noche en el
bosque de sauces, y si no se en el bosque de sauces le quedaba el
jardín de los tréboles, el parque de las hamacas y las costra del
arroyo. En la casa era lo mismo, tenían sus dormitorios, el corredor
del medio, la biblioteca de abajo (salvo un jueves en que no se pudo
ir ala biblioteca) y el comedor de cristales. Al estudio de Luis no iban
porque Luis leía todo el tiempo, a veces llamaba a su hijo y le daba
libros con figuras ; pero Nino los sacaba de ahí, se iban a mirarlos al
living o al jardín de enfrente. No entraban nunca en el estudio del
Nene porque tenían miedo de sus rabias. Rema les dijo que era mejor
así, se los dijo como advirtiéndoles ; ellos ya sabían leer en sus
silencios.
Al fin y al cabo era un vida triste. Isabel se preguntó una noche por
qué los Funes la habrían invitado a veranear. Le faltó edad para
comprender que no era por ella sino por Nino, un juguete estival para
alegrar a Nino. Sólo alcanzaba a advertir la casa triste, que rema
estaba como cansada, que apenas llovía y las cosas tenían, sin
embargo, algo de húmedo y abandonado. Después de unos días se
habituó al orden de la casa, a la no difícil disciplina de aquel verano
en Los Horneros. Nino empezaba a comprender el microscopio que
le regalar Luis, pasaron una semana espléndida criando bichos en una
batea con agua estancada y hojas de cala, poniendo gotas en la placa
de vidrio para mirar los microbios. "Son larvas de mosquito, con ese
microscopio no van a ver microbios", les decía Luis desde su sonrisa
un poco quemada y lejana. Ellos no podían creer que ese rebullente
horror no fuese un microbio. Rema les trajo un caleidoscopio que
guardaba en su armario, pero siempre les gustó más descubrir
microbios y numerarles las patas. Isabel llevaba una libreta con los
apuntes de los experimentos, combinaba la biología con la química y
la preparación de un botiquín. Hicieron el botiquín en el cuarto de
Nino, después de requisar la casa para proveerse de cosas. Isabel se
lo dijo a Luis : "Queremos de todo : cosas.". Luis les dio pastillas de
Andréu, algodón rosado, un tubo de ensayo. El Nene, una bolsa de
goma y un frasco de píldoras verdes con la etiqueta raspada. Rema
fue a ver el botiquín, leyó el inventario en la libreta, y les dijo que
estaban aprendiendo cosas útiles. A ella o a Nino (que siempre se
excitaba y quería lucirse delante de Rema) se le ocurrió montar un
herbario. Como esta mañana se podía ir al jardín de los tréboles,
anduvieron sacando muestras y a la noche tenían el piso de sus
dormitorios lleno de hojas y flores sobre papeles, casi no quedaba
donde pisar. Antes de dormirse, Isabel apuntó : "Hoja número 74 :
verde, forma de corazón, con pintitas marrones". La fastidiaba un
poco que casi todas las hojas fueran verdes, casi todas lisas, casi
todas lanceoladas.
El día que salieron a cazar las hormigas, vio a los peones de la
estancia. Al capataz y al mayordomo los conocía bien porque iban
con las noticias a la casta. Peo estos otros peones, más jóvenes,
estaban ahí del lado de los galpones con un aire de siesta, bostezando
a ratos y mirando jugar a los niños. Uno le dijo a Nino : "Pa que vaj
a juntar tó esos bichos", y le dijo con dos dedos en la cabeza, entre
los rulos. Isabel hubiera querido que Nino se enojara, que demostrase
ser el hijo del patrón. Ya estaba con la botella hirviendo de hormigas
y en la costa del arroyo dieron con un enorme cascarudo y lo tiraron
también adentro para ver. La idea del formicario la habían sacado del
Tesoro de la Juventud, y Luis les prestó un largo y profundo cofre de
cristal.. Cuando se iban, llevándolo entre los dos, Isabel le oyó decirle
a Rema : "Mejor que se estén así quietos en casa". También le
pareció que rema suspiraba. Se acordó antes dormirse, a la hora de
las caras en la oscuridad, lo vio otra vez al Nene saliendo a fumar al
porche, delgado y canturreando, a rema que le levaba el café y él que
tomaba la taza equivocándose, tan torpe que apretó los dedos de
rema al tomar la taza, Isabel había visto desde el comedor que Rema
tiraba la mano atrás y el Nene salvaba apenas la taza de caerse, y se
reían con la confusión. Mejor hormigas negras que coloradas : más
grandes, más feroces. Soltar después un montón de coloradas, seguir
la guerra detrás del vidrio, bien seguros. Salvo que no se pelearan.
Dos hormigueros, uno en cada esquina de la caja de vidrio. Se
consolarían estudiando las distintas costumbres, con una libreta
especial para cada clase de hormigas. Pero casi seguro que se
pelearían, guerra sin cuartel para mirar por los vidrios, y una sola
libreta.
A Rema no le gustaba espiarlos, a veces pasaba delante de los
dormitorios y los veía con los formicarios al lado de la ventana,
apasionados e importantes . Nino era especial para señalar en seguida
las nuevas galerías, e Iasbel ampliaba el plano trazado con tinta a
doble página. Por consejo de Luis terminaron aceptando hormigas
negras solamente, y el formicario ya era enorme, las hormigas
parecían furiosas y trabajaban hasta la noche, cavando y removiendo
con mil órdenes y evoluciones, avisado frotar de antenas y patas,
repentinos arranques de furor o vehemencia, concentraciones y
desbandes sin causa visible. Isabel ya no sabía que apuntar, dejó
poco a poco la libreta, dejó poco a poco la libreta y se pasaban
estudiando y olvidándose los descubrimientos. Nino empezaba a
querer volver al jardín, aludía a las hamacas y a los petisos. Isabel lo
despreciaba un poco. El formicario valía más que todo Los Horneros,
y a ella le encantaba pensar que las hormigas iban y venían sin miedo
a ningún tigre, a veces le daba por imaginarse un tigrecito chico como
una goma de borrar, rondando las galerías del formicario ; tal vez por
eso los desbandes, las concentraciones. Y le gustaba repetir el mundo
grande en el de cristal, ahora que se sentía un poco presa, ahora que
estaba prohibido bajar al comedor hasta que Rema les avisara.
Acercó la nariz a uno de los libros, de pronto atenta porque le
gustaba que ella consideraran ; oyó a rema detenerse en la puerta,
callar, mirarla. Esas cosas las oía con tan nítida claridad cuando era
Rema.
- ¿Por qué así sola ?
- Nino se fue a las hamacas. Me parece que ésta debe ser una reina,
es grandísima.
El delantal de Rema se reflejaba en el vidrio. Isabel le vio una mano
levemente alzada, con el reflejo en el vidrio parecía como si estuviera
dentro del formicario, de pronto pensó en la misma mano dándole la
taza de café al Nene, pero ahora eran las hormigas que le andaban
por los dedos, las hormigas en vez de la taza y la mano del Nene
apretándole las yemas.
- Saque la mano, Rema - pidió
- ¿La mano ?
- Ahora está bien. El reflejo asusta a las hormigas.
- Ah. Ya se puede bajar al comedor.
- Después. ¿El Nene está enojado con Ud., Rema ?.
La mano pasó sobre el vidrio como un pájaro por una ventana. A
Isabel le pareció que las hormigas se espantaban de veras, que huían
de reflejo. Ahora ya no se veía nada, rema se había ido, andaba por
el corredor como escapando de algo. Isabel sintió miedo de su
pregunta, un miedo sordo y sin sentido, quizá no de la pregunta como
se verla irse así a rema, del vidrio otra vez límpido donde las galerías
desembocaban y se torcían como crispados dedos dentro de la tierra.
Una tarde hubo siesta, sandía, pelota a paleta en la red que miraba al
arroyo, y Nino estuvo espléndido sacando tiros que parecían perdidos
y subiéndose al techo por la glicina para desenganchar la pelota
metida entre dos tejas. Vino un peoncito del lado de los sauces y los
acompañó a jugar, pero era lerdo y se le iban los tiros. Isabel olía
hojas de aguaribay y en un momento, al devolver con un revés una
pelota insidiosa que Nino le mandaba baja, sintió como muy adentro
la felicidad del verano. Por primera vez entendía su precencia en Los
Horneros, las vacaciones , Nino. Pensó en el formicario, allá arriba, y
era una cosa muerta y rezumante, un horror de patas buscando salir,
un aire vaciado y venenoso. Golpeó la pelota con rabia, con alegría,
cortó un tallo de aguaribay con los dientes y lo escupió asqueada,
feliz, por fin de veras bajo el sol del campo.
Los vidrios cayeron como granizo. Era en el estudio del Nene. Lo
vieron asomarse en mangas de camisa, con los anchos anteojos
negros.
- ¡Mocosos de porquería !
El peoncito escapaba. Nino se puso al lado de Isabel, ella lo sintió
temblar con el mismo viento que los sauces.
- Fue sin querer, tío.
- De veras, Nene, fue sin querer.
Ya no estaba.
Le había pedido a rema que se llevara el formicario y Rema se lo
prometió. Después charlando mientras la ayudaba a colgar su ropa y
a ponerse el piyama, se olvidaron. Isabel sintió la cercanía de las
hormigas cuando rema le apagó la luz y se fue por el corredor a darle
las buenas noches a Nino todavía lloroso y dolido, pero no se animó
a llamarla de nuevo, rema hubiera pensado que era una chiquilina. Se
propuso dormir en seguida, y se desveló como nunca. Cuando fue el
momento de las caras en la oscuridad, vio a su madre y a Inés
mirándose con un sonriente aire de cómplices y poniéndose unos
guantes de fosforescente amarillo. Vio a Nino llorando, a su madre y
a Inés con los guantes que ahora eran gorros violeta que les giraban y
giraban en la cabeza, a Nino con ojos enormes y huecos - tal vez por
haber llorado tanto - y previó que ahora vería a Rema y a Luis,
deseaba verlos y no al Nene, pro vio al Nene sin los anteojos, con la
misma cara contraía que tenía cuando empezó a pegarle a Nino y
Nino se iba echando atrás hasta quedar contra la pared y lo miraba
como esperando que eso concluyera, y el Nene volvía a cruzarle la
cara con un bofetón suelto y blando que sonaba a mojado, hasta que
Rema se puso delante y él se rió con la cara casi tocando la de rema,
y entonces se oyó volver a Luis y decir desde lejos que ya podían ir
al comedor de adentro.
Todo tan rápido, todo porque Nino estaba ahí y Rema vino a decirles
que no se movieran del living hasta que Luis verificara en qué pieza
estaba el tigre, y se quedó con ellos mirándolos jugar a las damas.
Nino ganaba y Rema lo elogió, entonces Nino se puso tan contento
que le pasó los brazos por el talle y quiso besarla. Rema se había
inclinándose riéndose, y Nino la besaba en los ojos y la nariz, los dos
se reían y también Isabel, estaban tan contentos jugando así. No
vieron acercarse al Nene, cuando estuvo a l lado arrancó a Nino de
un tirón, le dijo algo del pelotazo al vidrio de su cuarto y empezó a
pegar, miraba a Rema cuando pegaba, parecía furioso contra Rema y
ella lo desafió un momento con los ojos, Isabel asustada la vio que lo
encaraba y se ponía delante para proteger a Nino. Toda la cena fue
un disimulo, una mentira, Luis creía que Nino lloraba por un porrazo,
el nene miraba a Rema como mandándola que se callara, Isabel lo
veía ahora con la boca dura y hermosa, de labios rojísimos ; en la
tiniebla los labios eran todavía más escarlata, se le veía un brillo de
dientes naciendo apenas. De los dientes salió una nube esponjosa, un
triángulo verde, Isabel parpadeaba para borrar las imágenes y otra
vez salieron Inés y su madre con guantes amarillos ; las miró un
momento y pensó en el formicario: eso estaba ahí y no se veía ; los
guantes amarillos no estaban y ella los veía en cambio como a pleno
sol. Le pareció casi curioso, no podía hacer salir el formicario, más
bien lo alcanzaba como un peso, un pedazo de espacio denso y vivo.
Tanto lo sintió que se puso a buscar los fósforos, la vela de noche. El
formicario saltó de la nada envuelto en penumbra oscilante. Isabel se
acercaba llevando la vela. Pobres hormigas, iban a creer que era el
sol que salía. Cuando pudo mirar uno de los lados, tuvo miedo ; en
plena oscuridad las hormigas habían estado trabajando. Las vio ir y
venir, bullentes, en un silencio tan visible, tan palpable. Trabajan allí
adentro, como si no hubieran perdido todavía la esperanza de salir.
Casi siempre era el capataz el que avisaba de los movimientos del
tigre ; Luis le tenía la mayor confianza y como se pasaba casi todo el
día trabajando en su estudio, no salía nunca no dejaba moverse a los
que venían del piso alto hasta que don Roberto mandaba su informe.
Pero también tenían que confiar entre ellos. Rema, ocupada en los
quehaceres de adentro, sabía bien lo que pasaba en la planta alta y
arriba. Otras veces nada, pero sin don Roberto los encontraba afuera
les marcaba el paradero del tigre y ellos volvían a avisar. A Nino le
creían todo, a Isabel menos porque era nueva y podía equivocarse.
Después, como andaba siempre con Nino pegado a sus polleras,
terminaron creyéndole lo mismo. Eso, de mañana y tarde ; por la
noche era el Nene quien salía a verificar si los perros estaban atados
o sin no habían quedado rescoldo cerca de las casas. Isabel vio que
llevaba el revólver y a veces un bastón con puño de plata.
A Rema no quería preguntarle porque Rema parecía encontrar en eso
algo tan obvio y necesario ; preguntarle hubiera sido pasar por tonta,
y ella cuidaba su orgullo delante de otra mujer. Nino era fácil,
hablaba y refería. Todo tan claro y evidente cuando él lo explicaba.
Sólo por la noche, si quería repetirse esa claridad y esa evidencia,
Isabel se deba cuenta de que la razones importantes continuaban
faltando. Aprendió pronto lo que de veras importaba : verificar
previamente si de veras se podía salir de la casa o bajar al comedor
de cristales, al estudio de Luis, a la biblioteca. "Hay que fiar en don
Roberto", había dicho Rema. También en ella y en Nino. A Luis no
le preguntaba porque pocas veces sabía. Al Nene que sabía siempre,
no le preguntó jamás. Y así todo era fácil, la vida se organizaba para
Isabel con algunas obligaciones más del lado de los movimientos, y
en algunas menos del lado de la ropa , de las comidas, la hora de
dormir. Un veraneo de veras, como debería ser el año entero.
... verte pronto. Ellos están bien. Con Nino tenemos un formicario y
jugamos y llevamos un herbario muy grande. Rema te manda beso,
está bien. Yo la encuentro triste, lo mismo a Luis que es muy bueno.
Yo creo que Luis tiene algo, y eso que estuida tanto. Rema me dio
unos pañuelos de colores preciosos, a Inés le van a gustar. Mamá
esto es lindo y yo me divierto con Nino y don Roberto, es el capataz
y nos dice cuando podemos salir y adónde, una tarde casi se
equivoca y nos manda a la costa del arroyo, en eso vino un peón a
decir que no, vieras qué afligido estaba don Roberto y después
Rema, lo alcanzó a Nino y lo estuvo besando, y a mí me apretó
tanto. Luis anduvo diciendo que la casa no era para chicos, y Nino
le preguntó quiénes eran los chicos y se rieron, hasta el Nene se reía.
Don Roberto es el capataz.
Si vinieras a buscarme te quedarías unos días y podrías estar con
rema y alegrarla. Yo creo que ella....
Pero decirle a su madre que rema lloraba de noche, que la había oído
llorar pasando por el corredor a pasos titubeantes, pararse en la
puerta de Nino, seguir, bajar la escalera (se estaría secando los ojos)
y la voz de Luis, lejana : "¿Qué tenés Rema ? ¿No estás bien ?", un
silencio, toda la casa como una inmensa oreja, después de un
murmullo y otra vez la voz de Luis : "Es un miserable, un
miserable...", casi como comprobando fríamente un hecho, una
filiación, tal vez un destino.
...está un poco enferma, le haría bien que vinieras y las
acompañaras. Tengo que mostrarte el herbario y unas piedras del
arroyo que me trajeron los peones. Decile a Inés...
Era una noche como le gustaba a ella, con bichos, humedad, pan
recalentado y flan de sémola con pasas de corinto. Todo el tiempo
ladraban los perros sobre las costa del arroyo, un mamboretá enorme
se plantó de un vuelo en el mantel y Nino fue a buscar una lupa, lo
taparon con un vaso ancho y lo hicieron rabiar para que mostrase los
colores de las alas.
- Tirá ese bicho - pidió rema-. Les tengo un asco.
- Es un buen ejemplar - admitió Luis-. Miren como sigue mi mano
con los ojos. El único insecto que gira la cabeza.
- Qué maldita noche - dijo el Nene detrás de su diario.
Isabel hubiera querido decapitar al mamboretá , darle un tijeretazo y
ver qué pasaba.
- Dejalo dentro del vaso - pidió Nino-. Mañana lo podríamos meter
en el formicario y estudiarlo.
El calor subía, a las diez y media no se respiraba. Los chicos se
quedaron con Rema en el comedir de adentro, los hombres estaban
en sus estudios. Nino fue el primero en decir que tenía sueño.
- Subí solo, yo voy después de verte. Arriba está todo bien. - Y rema
lo ceñía por la cintura, con un gesto que a él le gustaba tanto.
-¿Nos contás un cuento, tía Rema ?
- Otra noche.
Se quedaron solas, con el mamboretá que las miraba. Vino Luis a
darles las buenas noches, murmuró algo sobre la hora en que los
chicos debían irse a la cama, Rema les sonrió al besarlo.
- Oso gruñón - dijo, e Isabel inclinada sobre el vaso del mamboretá
pensó que nunca había visto a rema besando al Nene y a un
mamboretá de un verde tan verde. Le movía un poco el vaso y el
mamboretá rabiaba. Rema se acercó para pedirle que fuera a dormir.
- Tirá ese bicho, es horrible..
- Mañana, rema.
Le pidió que subiera a darle las buenas noches. El Nene tenía
entornada la puerta de su estudio y estaba paseándose en mangas de
camisa, con el cuello suelto. Le silbó al pasar.
- Me voy a dormir, Nene.
- Oíme: decíle a Rema que me haga una limonada bien fresca y me la
traiga aquí. Después subís no más a tu cuarto.
Claro que iba a subir a su cuarto, no veía por qué tenía él que
mandárselo. Volvió al comedor para decirle a rema, vio que vacilaba.
- No subás todavía. Voy a a hacer la limonada y se la llevás vos
misma.
- El dijo que ...
- Por favor.
Isabel se sentó al lado de la mesa. Por favor. Había nubes de bichos
girando bajo la lámpara de carburo, se hubiera quedando horas
mirando la nada y repitiendo : Por favor, por favor. Rema, Rema.
Cuánto la quería, y esa voz de tristeza sin fondo, sin razón posible, la
voz de la tristeza. Por favor. Rema, Rema... Un calor de fiebre le
ganaba la cara, un deseo de tirarse a los pies de Rema, de dejarse
llevar en los brazos por rema, una voluntad de morirse mirándola y
que Rema le tuviera lástima, le pasara finos dedos frescos por el pelo,
por los párádos...
Ahora le alcanzaba una jarra verde llena de limones partidos y hielo.
- Llevásela...
- Rema ...
Le pareció que temblaba, que se ponía de espaldas a la mesa para
que ella no le viese los ojos.
- Ya tiré el mamboretá, Rema.
Se duerme mal con el calor pegajoso y tanto zumbar de mosquitos.
Dos veces estuvo a punto de levantarse, salir al corredor o ir al baño
a mojarse las muñecas y la cara. Pero oía andar a alguien, abajo,
alguien se paseaba de un lado al otro del comedor, llegaba al pie de la
escalera, volvía... No eran los pasos oscuros y espaciados de Luis, no
era el andar de rema. Cuánto calor tenía esa noche el Nene, cómo se
habría bebido a sorbos la limonada. Isabel lo veía bebiendo de la
jarra, las manos sosteniendo la jarra verde con rodajas amarillas
oscilando en el agua bajo la lámpara ; pero a la vez estaba segura de
que el Nene no había bebido la limonada, que estaba aún mirando la
jarra que ella le llevara hasta le mesa como alguien que mora una
perversidad infinita. No quería pensar en la sonrisa del Nene, su
hasta la puerta como para asomarse al comedor, su retorno lento.
- Ella tenía que traérmela. A vos te dije que subieras a tu cuarto. Y
no ocurrírsele más que una respuesta tan idiota :
- Está bien fresca, Nene.
Y la jarra verde como el mamboretá.
Nino se levantó el primero y le propuso ir a buscar caracoles al
arroyo. Isabel caso no había dormido, recordaba salones con flores,
campanillas, corredores de clínica, hermanas de caridad, termómetros
en bocales con bicloruro, imágenes de primera comunión, Inés, la
bicicleta rota, el tren Mixto, el disfraz de gitana de los ocho años.
Entre todo eso, como delgado aire entre hojas de álbum, se veía
despierta , pensando en tantas cosas que no eran flores, campanillas,
corredores de clínica. Se levantó de mala gana, se lavó duramente las
orejas. Nino dijo que eran las diez y que el tire estaba en la sala del
piano, de modo que podía irse en seguida al arroyo. Bajaron juntos,
saludando apenas a Luis y al Nene que leían con las puertas abiertas.
Los caracoles quedaban en la costa sobre los trigales. Nino anduvo
quejándose de la distracción de Isabel, la trató de mala compañera y
de que no ayudaba a formar la colección. Ella lo veía de repente tan
chico, tan un muchachito entre sus caracoles y su hojas.
Volvió la primera, cuando en la casa izaban la bandera para el
almuerzo. Don Roberto venía de inspeccionar e Isabel le preguntó
como siempre. Ya Nino se acercaba despacio, cargando la caja de los
caracoles y los rastrillos, Isabel lo ayudó a dejar los rastrillos en el
porch y entraron juntos. Rema estaba ahí, blanca y callada. Nino le
puso un caracol azul en la mano..
- Para vos, el más lindo.
El Nen ya comía, con el diario al lado, a Isabel le quedaba apenas
sitio para apoyar el brazo. Luis vino el último de su cuarto, contento
como siempre a mediodía. Comieron, Nino hablaba de los caracoles,
los huevos de caracoles en las cañas, la colección por tamaños o
colores. Él los mataría solo, porque a Isabel le daba pena, los pondría
a secar contra una chapa de cinc. Después vino el café y Luis los
miró con la pregunta usual, entonces Isabel se levantó la primera para
buscar a don Roberto, aunque don Roberto ya le había dicho antes.
Dio vuelta al porch y cuando entró otra vez, Rema y Nino tenían las
cabezas juntas sobre los caracoles, estaban como en una fotografía
de familia, solamente Luis la miró y ella dijo : "Está en el estudio del
Nene", se quedó viendo como el Nene alzaba los hombros,
fastidiado, y rema que tocaba un caracol con la punta del dedo, tan
delicadamente que también su dedo tenía algo de caracol. Después
Rema se levantó para ir a buscar más azúcar, e Isabel fue detrás de
ella charlando hasta que volvieron riendo por una broma que habían
cambiado en la antecocina. Como a Luis le faltaba tabaco y mandó a
Nino a su estudio, Isabel lo desafió a que encontraba primero los
cigarrillos y salieron juntos. Ganó Nino, volvieron corriendo y
empujándose, casi chocan con el Nene que se iba a leer el diario a la
biblioteca, quejándose por no poder usar su estudio. Isabel se acercó
a mirar los caracoles, y Luis esperando que le encendiera como
siempre el cigarrillo la vio perdida, estudiando los caracoles que
empezaban despacio a asomar y moverse, mirando de pronto a rema,
pero saliéndose de ella como una ráfaga, y obsesionada por los
caracoles, tanto que no se movió al primer alarido del Nene, todos
corrían ya y ella estaba sobre los caracoles como si no oyera el grito
ahogado del Nene, los golpes de Luis en la puerta de la biblioteca,
don Roberto que entraba con perros, y Luis repitiendo: "¡Pero si
estaba en el estudio de él ! ¡Ella dijo que estaba en el estudio de él !",
inclinada sobre los caracoles esbeltos como dedos, quizá como los
dedos de Rema, o era la mano de rema que le tomaba el hombro, le
hacía alzar la cabeza para mirarla, para estarla mirando una
eternidad, rota por su llanto feroz contra la pollera de rema, su
alterada alegría, y rema pasándole la mano por el pelo, calmándola
con un suave apretar de dedos y un murmullo contra su oído, un
balbucear como de gratitud, de innombrable aquiescencia.
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JULIO CORTAZAR,
narrativa
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