jueves, julio 14, 2011

SABADO 28/2/87 por CLAUDIO BERTONI


Debo partir de aquí.
¿Debo partir de aquí?
De donde no es fácil definir la sensación de ausencia y vértigo, simultáneas, volviendo a ti.
¡Es un pene lanzado al suelo y sin fondo!
Y de aire como la quilla de un yate o mejor de una piragua de lo graciosa y débil de barro y greda cocida o sepia y movediza por lo etérea.
No sé muy bien lo que pasó, lo que pasa.
Debo despegar.
Debo elevarme otra vez sobre tus cartas y ladear mis alas.
Debo levantar vuelo y debo sumergirme y revolcarme y salir del fondo del lodazal con un objeto en la mano, antiguo y de metal.
Ayer y antes de ayer y antes, me vi preso de los pasos blancos de una niebla olvidadiza que abrió
mis oídos al cansancio y a la lasitud y a las tabletas más desalentadoras de ausencia.
Ausencia en la que no cabías sino tú, tendida como un estropajo de madera y de fibra y de estera y de arpillera y todo esto bajo la capita de agua claruchenta pero inmunda por lo inmóvil desde hace mucho y que trae a colación la silenciosa mudez vociferante por ejemplo del sujeto de la chancleta ese día medio a medias mojada y puesta por mí al sol frío y crepuscular bordeado el río.
Es un asunto de audacia y mala fama.
O es un asunto de idiotez o falta de astucia o de no entrar –todavía– por el sendero de la fama
¡Y cómo te gustaría que nos gustara la fama!
Nos aliviaría y nos mandaría contra el cielo en forma de campana o embudo de fuego y de luz, artificiales. Para volvernos a encontrar sobre la tierra y el frío de las playas entrando en la noche como dos palos de fuego artificial insignificantes, uno al lado del otro, ateridos de tiesos.
Te contaré algo.
Te contaré algo que no le he contado
a nadie nunca.
Algo que no me he contado ni a mí mismo y que ni siquiera he escrito porque no he podido.
Se trata de algo extremadamente simple y monótono y por eso creo que no he podido.
Se trata de lo que no he puesto.
De lo que no he podido poner nunca.
De lo que siempre queda fuera, se me queda fuera.
De lo que no he podido incorporar.
Y se trata sobre todo de historias o recorridos a pie o líneas sinuosas dificultosamente apenas que bordeando piedras insignificantes avanzan imperceptibles por la berma de la más torpe, de la más fome, de la más lacia de las veredas.
Se trata de la inconsciencia mía y de la luz.
Y de la conciencia exacerbada de cinturones y solapas.
Esto que parece mentira es la pura y santa verdad.
Imaginen o es imposible, yo desciendo a donde siempre, bajo un sol glauco.
Esperen, no estoy ahí todavía.
No estoy ahí del todo.
Y no hago más que postergar y postergo y me suspendo y hago cualquier cosa por ausentarme y no ir.
Es un chiflón que me pasa y me traspasa con cientos de miles de pepitas de arena y golosinas y envoltorios y yo estoy en la duda eterna y enorme, la indecisión es ya una moldeada y maniobrable certeza. En nuestro caso a lo que uno renuncia es a una suerte anterior de hueco ausencia o espacio.
Antes de comenzar, antes de la partida y mucho antes me doy cuenta que sujeto idiotamente las riendas, me doy cuenta que no me gusta decir sujeto lasriendas en cambio me gusta un manojo de ovillos de huiro que son de cuero y tallarines como las riendas.

Debo decir creo
que lo mejor será abandonarse del todo.
Es decir explotar.
O transformarse en un enorme plano.
O en una enorme planicie.
O en alguna interminable superficie con referencias o tumores o granos o minaretes o nada o esos gárrulos de cobre negro y azulado y con gorgoritos secos de los restos de los cadáveres incinerados.
No puedo entrar corrigiendo.
Está prohibido.
Y creo que lo tienen prohibido.
Que me lo tienen, que me lo tengo –lamentablemente–prohibido.
Y que la entrega de roedoras fiebres no será en la forma de sinuosas novedades.
Parto freno y chanto y parto de nuevo al poco rato.
Y entro por cualquier parte.
Aunque siento que todavía (hoy día) no entro en ninguna parte.
No es sólo el cansancio.
Ni tampoco esa lengua de agua seca y larga puesta sobre la tierra como una espiral de caracoles de grava o asfalto.
Se trata de un gorgoteo, de un borborigmo interno y de tornillo cartilaginoso que corre y cruje por detrás de las orejas entre los ojos al centro de la cabeza.
Se trata de una música oída con el oído interno que no es otra cosa que una oreja pero más chica dada vuelta de adentro hacia afuera y que nos saca trocitos del cráneo así perfectos circulares como redondelas o chauchas de cal o cerámica que ruedan por nuestro pescuezo hacia los hombros chorreándonos la cabeza.

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