domingo, noviembre 24, 2013
EL POETA ES UNA CALLE por EDUARDO ANGUITA
Son pocos los que se acuerdan de La Próxima, “historia que pasó en poco
tiempo más”, novela que publicó Vicente Huidobro con el editor Julio
Walton, aquí en Santiago, en 1934. De ella transcribo integro el capitulo
dedicado a París, petrificado en la próxima guerra (que efectivamente estalló en
1939 y que en 1934, ni el mismo Wells creía inminente. ¡Qué digo, si hablo
de Wells! Ese escritor, cuyos libros eran devorados por sus fantasías catastróficas
--corno La guerra de los mundos-, a sólo un año del conflicto mundial
declaraba que seria imposible una guerra a corto plazo. Allegando una cantidad
de argumentos, en 1938, Wells escribió que el mundo de entonces "sólo
“padecía de un exceso de energía” y no habría guerra). El poeta chileno más
avizor. Aunque no haya especificado cómo serian los armamentos de la próxima
guerra - que él narró en pretérito, pero “que sucedería en poco tiempo
miis”-, hay algo revelador. Por encima de sus conocimientos científicos o
técnicos 3 u e no los tenia-, inventó un gas paralizante. “-¿Han visto,
señores, que cosa más espantosa?- dijo un señor alto y grueso”. “Realmente
es algo que pasa me allá de todo lo imaginable- respondió Roc”. “Una ciudad de
estatuas de piedra, de hombres petrificados” (. . .) “ Y vean ustedes
que gas más poderoso y más extraño”. “-Un gas que mata petrificando”.
“-Seguramente se trata de un gas nuevo”. “El señor que todo lo sabe volvió a
sonreír con la misma sonrisa minúscula de hacia un momento. -Es el gas X, el
gas del cual se había hablado en el diario el Aprés Midi. “-¿Y qué gas es ese
gas?”. “-Eso es lo que no se sabe. Por eso se llama el gas X”.
El humor huidobriano no es lo que da el tono al capitulo. Lo da esa emoción
rarísima, la más lograda en toda su prosa, que emana de su simple monólogo
interior que nos va diciendo, a medida que recorre la ciudad: “Calles, calles.
Una ciudad muerta tiene más calles que una ciudad viva. El viento pesca un
diario en el suelo y se pone a jugar con 61, luego lo levanta hasta la altura de 10s
ojos y se lo lleva, se lo lleva, se aleja leyendo en silencio.. . Tantos muertos y
tantas calles. Calles viejas, calles jóvenes. Nunca hubo una ciudad con calles
más vivas, con más vida en sus calles. Las calles de París eran seres vivos, todas
tenían personalidad, sangre y huesos, carne y nervios.. . Calles humanas, calles
desfachatadas, calles honradas, calles con los labios pintados y los ojos encendidos,
calles de cabellos blancos, calles midinettes, calles señor banquero, calles
Madame La Marquise, calles bailando al son de la Java, calles llorando al ritmo
de la Petite Lily, calles de guante blanco, calles de manos encallecidas, calles
que roban el reloj, calles que asesinan, calles que dan un beso, calles que ríen en
la mañana como una pajarera, calles que suspiran en la tarde como un ciprés de
cementerio, calles envueltas en pieles de armiño, calles que tiemblan de frío
bajo un farol, calles que arrastran su cola de encaje, calles con los zapatos rotos y
los pies sucios, calles que hablan todo el día, calles que hablan toda la noche,
calles que hablan día y noche, calles en silencio desde hace cien años, calles que
acaban de nacer, calles que están al borde del sepulcro ... calles llenas de
experiencia, a las cuales no se engaña así no más, calles graciosas llenas de
chispa y de ingenio, calles lentas, calles sesudas llenas de espíritu científico,
calles matemáticas.. .”.
Huidobro decía que París era la ciudad donde él quería morir cuando le
llegara la hora. Pero no fue así. Un año antes de publicar esa novela, en 1933,
regresa a Chile, y aparte de viajar a Francia para entrar a París junto con las
tropas del general Delatre de Tassigny, volvió aquí y murió en Cartagena,
frente a nuestro Pacifico, en 1948, cuando París y gran parte de Europa
restañaban sus calles y sus heridas.
Y ahora Vicente Huidobro, desde hace años, en Santiago, tiene una calle
una calle con su propio nombre, con casas numeradas y gente que entra y sale
de ellas, que habita, vive, sueña, ama y ríe o llora, como el mismo poeta que conocimos
y recordamos y nunca dejamos de tener presente.
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