Como un acto de Fe
pleno
le grité en lengua
que la amaba
ella miró de reojo
y con las manitos pegadas
movió un dedo
y me dijo:
-ven.
Yo ni tonto ni perezoso
aunque el sol caía sobre mí
caminé con las rodillas sangrantes
hasta sus pies
y dijo:
-Para qué te esfuerzas tanto hijo mío
yo siempre te he amado.
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