¡Ay,
ya tengo enmohecida la pleura por vosotros,
cargadores
de ámbar,
y
debajo de mí hay un esqueleto que abre y cierra la boca.
Yo
avancé sobre el mundo con aves de mi dominio,
y era
mi corazón el más sombrío del imperio.
Mi
helada leche de centurión,
y el
llanto de siete toros hemafroditas
sustentaban
mi casa.
Pero,
ay, por vosotros, cargadores de ámbar,
vengo
roncando por la eternidad hace treinta siglos.
De
azucenas de pus voy coronado,
Y un
hipo siniestro me alza las solapas del ataúd,
poblando
mi corazón de judíos y sepultureros.
Un
ángel exonera el vientre sobre el monte sagrado,
y en
el muro de piedra
hace
sonar la histeria del tambor de los muertos.
Cargadores
de ámbar ¡devolvedme el ala izquierda de mi vida!
y tú,
bailarina de los sepulcros,
sepúltame
en los muros de tu casa, lejos de las serpientes.
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