I
-Estábamos en el paraíso. En el paraíso no
ocurre nunca nada. No nos conocíamos. Eva, levántate.
-Tengo
amor, sueño, hambre. ¿Amaneció?
-Es de
día, pero aún hay estrellas. El sol viene de lejos hacia nosotros y empiezan a
galopar los árboles. Escucha.
-Yo quiero
morder tu quijada. Ven. Estoy desnuda, macerada, y huelo a ti.
Adán fue
hacia ella y la tomó. Y parecía que los dos se habían metido en un río muy
ancho, y que jugaban con el agua hasta el cuello, y reían, mientras pequeños
peces equivocados les mordían las piernas.
II
La noche que fue ayer fue de la magia. En la
noche hay tambores, y los animales duermen con el olfato abierto como un ojo.
No hay nadie en el aire. Las hojas y las plumas se reúnen en las ramas, en el
suelo, y alguien las mueve a veces, y callan. Trapos negros, voces negras,
espesos y negros silencios, flotan, se arrastran, y la tierra se pone su rostro
negro y hace gestos a las estrellas. Cuando pasa el miedo junto a ellos, los
corazones golpean fuerte, fuerte, y los ojos advierten que las cosas se mueven
eternamente en su mismo lugar. Nadie puede dar un paso en la noche. El que
entra con los ojos abiertos en la espesura de la noche, se pierde, es asaltado
por la sombra, y nunca se sabrá nada de él, como de aquellos que el mar ha
recogido.
-Eva, le
dijo a Adán, despacio, no nos separemos.
III
-¿Has
visto como crecen las plantas? Al lugar en que cae la semilla acude el agua: es
el agua la que germina, sube al sol. Por el tronco, por las ramas el agua
asciende al aire, como cuando te quedas viendo al cielo del mediodía y como tus
ojos empiezan a evaporarse.
Las
plantas crecen de un día a otro. Es la tierra la que crece, se hace blanda,
verde, flexible. El terrón enmohecido, la costra de los viejos árboles, se
desprende, regresa.
¿Lo has
visto? Las plantas caminan en el tiempo, no de un lugar a otro, de una hora a
otra hora. Esto puedes sentirlo cuando te extiendes sobre la tierra, boca
arriba y tu pelo penetra como un manojo de raíces y toda tú eres un tronco
caído.
-Yo quiero
sembrar una semilla en el río, a ver si crece un árbol flotante para treparme a
jugar. En su follaje se enredarían los peces, y sería un árbol de agua, que
iría a todas partes sin caerse nunca.
IV
-Ayer
estuve observando a los animales y me puse a pensar en ti. Las hembras son más
tersas, más suaves y más dañinas. Antes de entregarse maltratan al macho, o
huyen, se defienden. ¿Por qué? Te he visto a ti también, como las palomas,
enardeciéndote cuando yo estoy tranquilo. ¿Es que tu sangre y la mía se
encienden a diferentes horas?
Ahora que
estás dormida debías responderme. Tu respiración es tranquila y tienes el
rostro desatado y los labios abiertos. Podrías decirlo todo sin aflicción, sin
risas.
¿Es que
somos distintos? ¿No te hicieron , pues, de mi costado, no me dueles?
Cuando
estoy en ti, cuando me hago pequeño y me abrazas y me envuelves y te cierras
como la flor con el insecto, sé algo, sabemos algo. La hembra es siempre más
grande, de algún modo.
Nosotros
nos salvamos de la muerte. ¿Por qué? Todas las noches nos salvamos. Quedamos
juntos, en nuestros brazos, y yo empiezo a crecer como el día.
Algo he de
andar buscando en ti, algo mío que tú eres y que no has de darme nunca.
¿Por qué
nos separaron? Me haces falta para andar, para ver, como un tercer ojo, como
otro pie que sólo yo sé que tuve.
V
Mira, ésta
es nuestra casa, éste nuestro techo. Contra la lluvia, contra el sol, contra la
noche, la hice. La cueva no se mueve y siempre hay animales que quieren entrar.
Aquí es distinto, nosotros también somos distintos.
-¿Distintos
porque nos defendemos, Adán? Creo que somos más débiles.
-Somos
distintos porque queremos cambiar. Somos mejores.
-A mí no
me gusta ser mejor. Creo que estamos perdiendo algo. Nos estamos apartando del
viento. Entre todos los de la tierra vamos a ser extraños. Recuerdo la primera
piel que me echaste encima: me quitaste mi piel, la hiciste inútil. Vamos a
terminar por ser distintos de las estrellas y ya no entenderemos a los
árboles.
-Es que
tenemos uno que se llama espíritu.
-Cada vez
tenemos más miedo, Adán.
-Verás.
Conoceremos. No importa que nuestro cuerpo...
-¿Nuestro
cuerpo?
-...esté
más delgado. Somos inteligentes. Podemos más.
-¿Qué te
pasa? Aquella vez te sentaste bajo el árbol de la mala sombra y te dolía la
cabeza. ¿Has vuelto? Te voy a enterrar hasta las rodillas otra vez.
VI
-El tronco
estaba ardiendo cuando se fue la lluvia. El rayo lo venció y se introdujo en
él. Ahora es un rayo manso. Lo tendremos aquí y le daremos de comer hojas y
yerbas. Me gusta el fuego. Acércale tu mano poco a poco, te acaricia o te
quema, puedes saber hasta dónde llega su amistad.
-A mí me
gusta porque es rojo y azul y amarillo,
y se mueve en el aire y no tiene forma, y cuando quiere dormir se esconde en la
ceniza y vigila con ojitos rojos dentro dentro. ¡Qué simpático! Luego se alza y
empieza a buscar, si haya cerca una rama la devora. ¡Me gusta, me gusta! ¡Le
cuidaré, no estorba, es tan humilde!
-Es
orgulloso, pero es bueno. ¿Que té pasa? Te has quedado...
-Nada.
-Tienes
los ojos abiertos y estás dormida. ¿Me oyes? También se ha metido en ti. Lo veo
en el fondo de tus ojos, como una culebra, enamorándote. Te quedas quieta
mientras él te recorre ávidamente. Giras en torno al fuego sin moverte. Fuego
lento, preciso, árbol continuo, nos atraen tus hojas instantáneas, tu tronco
permanente. Déjanos estar junto a ti, junto a tu amor hambriento. Creces
aniquilando, medida de la destrucción, estatura hacia dentro, duración hacia
atrás, tiempo invertido, muerte muriendo, nacimiento. Déjanos estar en tus
párpados incesantes, investigar contigo lo que buscas, luz en fuga perpetua, en
ti, como tú misma, en nosotros.
VII
- ¿Que es
el canto de los pájaros, Adán?
-Son los
pájaros mismos que se hacen aire. Cantar es derramarse en gotas de aire, en
hilos de aire, temblar.
-Entonces
los pájaros están maduros y se les cae la garganta en hojas, y sus hojas son
suaves, penetrantes, a veces rápidas. ¿Por qué?, ¿Por qué no estoy madura
yo?
-Cuando
estés madura te vas a desprender de ti misma, y lo que seas de fruta se
alegrará, y lo que seas de rama quedará temblando. Entonces lo sabrás. El sol
no te ha penetrado como al día, estás amaneciendo.
-Yo quiero
cantar. Tengo un aire apretado, un aire de pájaro cantar.
-Tú estás
cantando siempre sin darte cuenta. Eres igual que el agua. Tampoco las piedras
se dan cuenta , y su cal silenciosa se reúne y canta silenciosamente.
VIII
-Hace tres
días salió Adán y no ha vuelto. Ay, yo era feliz, yo era feliz.
He tenido
miedo, no he podido dormir.
Estoy
sola, ¿Por qué no regresa? Salí a buscarlo pero él no estaba, lo llamé. Me asusta
la noche, ¿qué puedo hacer sin él? Todo es muy grande, muy largo, sin rumbo.
Estoy perdida, rodeada de cosas extrañas, ¿por qué no vuelve ya?
Adán,
Adán, Adán, se va a apagar el fuego, me voy a apagar yo, y tú no vuelves. ¡Qué
vas a encontrar?
Y Eva se
ha quedado dormida. Y estaba dormida cuando llegó Adán.
Adán llegó
cansado pero no descansó. Se puso a mirarla, y la estuvo mirando por primera
vez.
IX
-¡Qué
fresca es la sombra del plátano! De una hoja de plátano se desprenden infinitas
hojas de agua que están descendiendo siempre. Me gustan las hojas verdes,
acanaladas, y los racimos, y los retoños unánimes, agudos, como una bandada de
peces hacia arriba. ¿Has visto el tronco? Es un panal de agua.
Me gusta
el platanar con su humedad sombría y derribada, con su lecho en que se pudre
el sol y con sus hojas golpeadas y
tranquilas. Me gusta el platanar cuando llueve porque suena sonoramente, porque
se alegra como una bestia bañándose y saltando.
Me gusta
la sombra del plátano y sus pequeños nidos de aire, y el aire dulce y torpe
aprendiendo a volar. Me gusta tirarme en el suelo sin raíces y sentir cómo
transcurre el agua y quedarme inmóvil, oyendo.
Fuimos al
mar. ¡Qué miedo tuve y qué alegría. Es un enorme animal inquieto. Golpea y
sopla, se enfurece, se calma, siempre asusta. Parece que nos mirara desde
dentro, desde lo hondo, con muchos ojos, con ojos iguales a los que tenemos en
el corazón para mirar de lejos o en la obscuridad.
En un
principio nos tiró varias veces. Después Adán se enfureció y se puso a dar de
puñetazos a las olas. A mí me dio risa, me quedé en la playa mirando. Adán no
podía. Al rato salió cansado, húmedo, y no dijo nada, y se durmió.
Entonces
me puse a oír el mar. Ya iba obscureciendo. Suena igual que la noche, con un
vasto, infinito silencio, con una honda voz. Se extiende su sonido obscuro y
nos penetra por todas partes. Es un sonido de agua espesa, de agua que quiere
levantarse como un animal herido.
De ahora
en adelante viviremos a la orilla del mar. Aquí están a la misma altura el sol
y el mar, a la misma profundidad las estrellas y los grandes peces.
Aprenderemos
el mar, Él también tiene sus montañas y sus vastas llanuras, sus pájaros, sus
minerales, y su vegetación unánime y difícil. Aprenderemos sus cambios, sus
estaciones, su permanencia en el mundo como una enorme raíz, la raíz del árbol
de agua que aprieta la tierra, el árbol inmenso que se extiende en el espacio
hasta siempre.
El mar es
bueno y terrible como mi padre. Yo le quiero decir padre mar. Padre mar,
sosténme, engéndrame de nuevo en tu corazón. Hazme incorruptible, receptora del
mundo, purificadora a pesar.
XI
Me duele
el cuerpo, me arden los ojos, parece que estuviera quemándome. Mi agua está hirviendo
dentro de mí. Y un viento frío bajo mi piel anda aprisa, frío, y termina empujándome la quijada hacia arriba con
golpes menudos e incesantes.
Estoy
ardiendo, no puedo ni moverme. Estoy débil, con dolor, con miedo. Eva no ha
dormido, está asustada, me ha puesto hojas en la frente. Cuando me puse a hablar anoche se me echó
encima y se restregó conmigo y quería callarme. Así se estuvo y tenía los ojos
mojados como mi espalda. Le dije que sus ojos también me dolían y ella los
cerró contra mi boca.
Ahora
tengo sed, estoy golpeado y seco. Me duele, tengo la cabeza podrida. No hay una
parte mía que no esté peleando con otra. Quiero cerrar mis manos ¡Qué diferente
de mí es todo esto!.
Esto es
ser otro, otro Adán. Está pasando a través de mí y me duele.
Me
gustaría estar rodeado de piedras calientes.
El otro
día me gustó un árbol, lo derribé. Caía con ruido quebrándose, cayéndose. Así
estoy sonando, así, hacia abajo, apretado,
derrumbado, sonando.
XII
Es una
enorme piedra negra, más dura que las otras, caliente. Parece una madriguera de
rayos. Tumbó varios árboles y sacudió la tierra. Es de ésas que hemos visto
caer de lejos, iluminadas. Se desprenden del cielo como las naranjas maduras y
son veloces y duran más en los ojos que en el aire. Todavía tiene el color frío
del cielo y está raspada, ardiendo.
-Me gusta
verlas caer tan rápidas, más rápidas que los pájaros que tiras. Allá arriba ha
de haber un lugar donde mueren y de donde caen. Algunas han de estar cayendo
siempre. Parece que se van muy lejos ¿a dónde?.
Esta vino
aquí pero la llevaré a otro sitio. La voy a echar rodando hasta los bambúes,
los va a hacer tronar. Quiero que se enfríe para abrirla.
-¡Abrirla!
¿Qué tal si sale una bandada de estrellas, si se nos van? Han de salir con
ruido, como las codornices.
XIII
Eva ya no
está, de un momento a otro dejó de hablar. Se quedó quieta y dura. En un
principio pensé que dormía. Más tarde la toqué y no tenía calor. La moví, le
hablé. La dejé ahí tirada.
Pasaron
varios días y no se levantó. Empezó a oler mal. Se estaba pudriendo como la
fruta, y tenía moscas y hormigas. Estaba muy fea.
La
arrastré afuera y le puse bastante paja encima. Diariamente iba a ver como
estaba. Hasta que me cansé y la llevé más lejos. Nunca volvió a hablar. Era
como una rama seca.
No sirve
para nada, no hace nada. Poco a poco se la come la tierra. Allí está.
Se la come
el sol, no me gusta. No se levanta, no habla, no retoña.
Yo la he
estado mirando. Es inútil. Cada vez es menos, pesa menos, se acaba.
XIV
Ah, tú,
guardadora del mundo, dormida, preñada de la muerte, quieta. ¡Qué inútil es
hablarte, hablarme!. Hombre solo soy, quedé. Quedé manco, podado, a mi mitad
quedé.
Aquí me
muero. Porque los ojos de la muerte me han visto y giran alrededor cazándome,
llevándome. Aquí me callo. De aquí no me muevo.
XV
Bajo mis
manos crece, dulce, todas las noches. Tu vientre suave, manso, infinito. Bajo
mis manos que pasan y repasan midiéndolo, besándolo, bajo mis ojos que lo
quedan viendo toda la noche.
Me doy
cuenta de que tus pechos crecen también, llenos de ti, redondos y cayendo. Tú
tienes algo. Ríes, miras distinto, lejos.
Mi hijo te
está haciendo más dulce, te hace frágil. Suenas como la pata de la paloma al
quebrarse.
Guardadora,
te amparo contra todos los fantasmas, te abrazo para que madures en paz.
FIN
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