Un fuego vivo se abre
en el poniente.
El paisaje se
inflama.
El caserío lejano se
pone rosa, lila,
mientras las arboledas distantes
se irisan en un vago tornasol.
El cielo
nublado
de una sangre efímera se pinta.
Momento divino
que me deja los ojos
encantados
y arde como una rosa
incandescente
que se consume al punto de abrirse y deslumbrar.
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