Nuestros cuerpos, todavía jóvenes
bajo la grabada ansiedad de nuestros
rostros, e inocentemente
más expresivos que rostros:
pezones, ombligo y vello púbico
hacen de todos modos una
especie de rostro: o considerando
las sombras redondeadas
en pecho, nalga, cojones
lo regordete de mi vientre, el
hueco de tu
ingle, como una constelación,
cómo se inclina desde la tierra
hasta el amanecer en un gesto de
juego y
sabia compasión
nada como esto
viene a darse
en ojos o pensativas
bocas.
Amo
la línea o surco
que desciende
por mi cuerpo del esternón
a la cintura. Habla de
anhelo, de
distancia.
Tu larga espalda,
color de arena y
configuración de huesos,
dice
lo que a la puesta del sol dice el cielo
casi blanco
sobre un profundo bosque al
que vuelve una manada de cornejas.
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