sábado, noviembre 09, 2013

OTRAS NATURALEZAS MUERTAS por VALERIO MAGRELLI



Yo habito mi cerebro
como un tranquilo hacendado sus tierras.
A lo largo del día mi trabajo
está en hacerlo frutecer,
mi fruto en hacerlas trabajar.
Y antes de irme a dormir
me asomo a mirarlas
con el pudor del hombre
por su imagen.
Mi cerebro habita en mí
como un tranquilo hacendado sus tierras.

HOJA BLANCA COMO la córnea de un ojo.
Y me apresto a bordar allí
un iris y en el iris a grabar
el hondo remolino de la retina.
De este modo la mirada
germinará desde la página
y se iniciará un vértigo
en este cuadernito amarillo.

SIN EMBARGO EL cansancio, semejante en esto
a un pesado velamen, se hincha,
cuando termina el día,
de todo el viento transcurrido
y lentamente mueve
mis pensamientos en la tarde.
Así el silencioso soplo de la mente
y del sueño desencallan
el cuerpo de la luz.
Me adormezco en esta barca azul
y acarician las sábanas el agua
y ya la orilla está lejana.
En la noche se empreña y se curva
la blanca superficie de la página.

ES SOBRE TODO en el llanto
que el alma manifiesta su inquieta presencia.
Por una comprensión secreta
el dolor se vuelve agua
y el sufrimiento madura flores líquidas.
La gemación primera del espíritu
es, por lo tanto, la lágrima,
su palabra transparente y lenta.
Así, según esta elemental alquimia
en verdad el pensamiento se substancia
como una piedra o un brazo.
Asimismo esta turbación
es un tránsito hacia el silencio,
porque no hay conmoción en el signo
sino sólo desconsuelo mineral de la materia.


LA PUERTA SE cierra modulando
en los goznes el sonido de un corno.
Es el canto solitario de la noche
la armonía que yacía ignorada en la madera.
Y cualquiera al pasar provoca
la música sepulta, que siempre
asoma desigual.
Tal vez un lenguaje le gobierna
términos y medidas,
tal vez el azar.
Así el discreto dibujo de la herrumbre
y del agua narra la secreta epopeya de la borda.


EL PAÍS DEL sueño se amplía en el verano.
Sus aguas reflejan
en lentas olas todo gesto.
En las orillas susurran palabras
como hierba, mientras en lo alto transcurren
las constelaciones de nuestros muertos.
Gira la mente en el gozne de la noche;
el recuerdo se multiplica en el espíritu
como anillos en el tronco de los árboles.

SE INTRODUCE A veces en el pensamiento,
como en el agua, un reflejo
que lo atraviesa y mide su profundidad.
Es un ojo que se abre
dentro de lúcidas olas, hundiéndose.
La línea se distiende y la luz
se aquieta en su descenso.
La mente vuelve entonces a cerrarse
en el esfuerzo vertical y profundo
del remolino y de la herida.

NO HALLO NINGUNA piedra que arrojar
a este lago. Es cierto que de noche
es más difícil buscarlas en la playa
pero casi todo el día
transcurre en pesca y diversión:
y sólo ahora estoy en calma.
Por eso, al fin, es bello hacer brotar
aros líquidos, en la oscuridad
verlos desaparecer templando
en silencio su ritmo:
imaginar la lenta caída
de la piedra en el fondo
hasta depositarse entre las algas
como una hoja, o como una palabra
abandonada en el agua.

ES UNA DANZA ritual que une los términos del sueño,
es el sueño mismo, en el que la carne
se vuelve idea y el encuentro de dos dedos
provoca recuerdos lejanos.
La muda soledad del brazo
conoce ahora su palabra en la línea inquieta que
traza a lo largo del lecho, como una cifra
o un sendero. Y el pensamiento eclipsado ensaya las
formas
de esta cultura sepultada que festeja
la luz con signos etruscos. Así, como en
un ritmo vegetal, se alterna la respiración
de la vida y cantan sus raíces de hueso
en el silencio de la mente,
y en la oscuridad del ojo
la mano se transforma en pupila.

FINALMENTE APRENDÍ
a leer la viva
constelación de las mujeres
y de los hombres, las líneas
destinadas a unirles las figuras.
Y ahora me doy cuenta de los signos
que amarran el desorden de los cielos,
y en esta bóveda dibujada por el pensamiento
distingo la silenciosa rotación de la luz.
Esta es mi nocturna
partida de ajedrez.
Pero juego solo y apunto con minucia
la oscilación de los signos.
Así se cierra el día
mientras paseo
en el silencioso huerto de las miradas.

CUANDO FRÍO ERA el aire
reinaban inmensas estatuas
levitantes y vagaban
como deidades mudas
y parían la sombra.
Toda la bóveda narraba
el dolor y la calma;
los hombres esperaban la lluvia.
Ahora la página vuelve a ser clara
y la luz ha empalidecido
los últimos pensamientos de la noche.

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