Los centenarios siempre se presentan como escenarios para hacer aparecer a
aquellos que, quizá, lo único que deseaban era desaparecer de la escena. Es lo que
ocurre ahora con el poeta Jean Arthur Rimbaud, que es redivivo por diversos y, a
veces, conversos intereses.
"Amo a los que viven únicamente para desaparecer, porque pasan al más allá.
Amo a los grandes despreciadores, porque son los que aman mejor; son flechas
del deseo dirigidas hacia la otra orilla", decía Nietzsche, y no cabe para Rimbaud,
mejor afirmación que ésta.
El adolescente Rimbaud, "nunca habrá otro poeta más joven" -señaló en
alguna oportunidad, Lafourcade- escribió su obra sólo en cuatro años (1870 -
1873) y luego optó por el silencio, como ya había afirmado en La temporada en el
infierno: "Prefiero callar"...
Rimbaud fue un "gran despreciador", como también lo fue De Sade y, sin
duda, alguna vez se lo conmemorará por posmodernos intereses: "que las huellas
de mi tumba desaparezcan de la superficie de la tierra, como yo me he enorgulle-
cido que mi memoria se desvanezca del pensamiento de los hombres", fue el
epitafio del Marqués. Ambos fueron flechas del deseo dirigidas al más allá;
quisieron barrerlo todo con la escoba de una imaginación furibunda y de textos,
en su época, impensables. Pero, sus finales deseos 110 se cumplieron. Octavio Paz,
en su poema "El prisionero", explícita el Destino que (des) cubre a estos "maldi-
tos": No te has desvanecido. / Las letras de tu nombre son todavía una cicatriz que no/ se cierra, un tatuaje de infamia sobre ciertas frentes"...
Conmemorar, recordar, redivir, traer de vuelta a los "Malditos a escena".
Rubén Darío en Los raros no aconsejaba la lectura de Lautrémont a los jóvenes. Le
parecía que leer a un espectro significaba creerse un espectro y, por lo tanto, el
enorme riesgo de terminar siendo un espectro... entrar en Rimbaud es entrar en
un ámbito espectral. Alabar a Sade, decía Bataille en El erotismo equivale a edulco-
rar su pensamiento. Creo que lo mismo ocurre con Rimbaud: alabar a Rimbaud
equivale a edulcorar su poesía.
Luis Cernuda, en su hermoso poema "Birds in the night."plantea el mecanismo,
a veces inconsciente, de traer al "centro" justamente a aquellos que optaron por
el margen. Despreciados, escarnecidos, negados en vida: Rimbaud por poesía y
vida; Verlaine por su aventura con Rimbaud, ahora, estando muertos, se les coloca
una placa recordatoria en la casa de Camden Town. En esta casa clonde ambos (rara
pareja) vivieron, escribieron y fornicaron durante un breve, pero intenso período.
La incorporación post-mortem del transgresor a la sociedad es la eficaz y única
manera que tiene ésta de defenderse de los "grandes despreciadores". Rimbaud,
finalmente, con la ayuda de la biografía de Barrichon, terminaría siendo católico,
casi místico.
Lo que sí es efectivo, es que la poesía de Rimbaud es "una de aquellas que más
nos trastorna, nos perturba, nos aparta": Elle est. retrouvé / Quoi ? Veternité. / C'est la mer melée / Au soleil, dice Bataille.
"El poeta es realmente un ladrón de fuego" afirmaba Rimbaud en Mes petit
Amoreuses, cargado de humanidad, pero también de animalidad, que deberá
hacer sentir, palpitar sus invenciones. Su proyecto fundamental consistía en
encontrar esa lengua donde las vocales tuviesen colores, una frase se hiciese táctil,
una letra se evanesciera; se conglomeraran todos los sentidos en una palabra:
"Encontrar una lengua donde sea idea cada palabra, un lenguaje universal que
perfeccione el diccionario, 110 importa el lenguaje que sea, pero donde ningún
fosilizado académico se ponga a pensar en la primera letra de este alfabeto".
Rimbaud se propuso un proyecto razonado y doloroso: "El primer estudio de
un hombre que quiere ser poeta es su propio conocimiento, entero; busca su
alma, la inspecciona, la tantea, la aprende. En cuanto la conozca, ¡Debe cultivar-
la!".
Este cultivo, como implantar verrugas en el rostro, y hacer el alma monstruosa
para partir de la certeza de que YO es otro, y no la falsa significación del yo de los "viejos imbéciles", debe ser, hacerse "vidente". Para llegar a ser, hay que transitar por el hacerse: un proceso. Para Rimbaud, este proceso consistía en "un largo", inmenso, razonado desajuste de todos los sentidos, perderse para encontrarse;
practicar todas las formas del amor, la demencia, el sufrimiento en una inefable
aventura para la que se necesita toda la fe y fuerzas sobrehumanas. Para llegar a
ser el GRAN MALDITO que es el supremo sabio, el poeta deberá guardar de ese
terrible proceso sólo las quintaesencias: el SABER. Al poeta -para Rimbaud- no
importaba perder la inteligencia de sus visiones; las vio y, a través de su poesía, las delegará.
"Vendrán otros horribles trabajadores"... aunque Rimbaud apostasió la pala-
bra por el silencio, abrió la brecha. Tal vez, a su pesar: el triunfo de la palabra
sobre el silencio, a pesar de la opción del silencio sobre la palabra: "No más
palabras... Comprendo, (...) y como no sé explicarme sin palabras paganas,
prefiero callar (...) prefiero callar (...) Calla (...) No más palabras"...
El silencio es un gran misterio, dado que dice sin decir, pero dice. Rimbaud
es un misterio: ¿el mal?, ¿el bien?, ¿el árbol del mal y del bien? Lo intuyó la mujer
de Verlaine cuando llegó a París, en 1871, "aquel chico de dieciséis años, que ya
por aquel tiempo había escrito cosas que, como ha dicho muy bien Feneón:
'puede que estén por encima de la literatura'. Ella concibió al punto unos celos
absolutamente injustos, ¡entonces!, en el sentido villanamente injusto en que ella
los entendía", dice Verlaine en sus Confesiones, en la penúltima página, la única en
que alude -o elude- a Rimbaud.
La carta a Paul Demeny, joven poeta amigo de Rimbaud, es el proyecto de
CAMBIAR LA VIDA a través de la poesía que deviene al abismo del silencio, "CAMBIARLA
VIDA: ¿Acaso posee secretos para cambiar la vida? No: no hace más que buscarlos..."
(Una temporada en el infierno).
La poesía es una búsqueda. Siempre una negación y una afirmación. Un
desgarro. "Locomotoras abandonadas, pero humeantes, que estuvieron algún
tiempo sobre los rieles..." decía el adolescente iluminado sobre los poetas -para
él inexistentes- que lo precedieron en esta práctica-sufrimiento.
Rimbaud tenía tres años cuando Baudelaire publicó Las flores del nial. Tam-
bién pertenecía a esa raza de poetas que son como signos humanos lanzados hacia
la otra orilla por fatalidad más que por elección. Los MALDITOS, según Verlaine; Los
RAROS, según Rubén Darío, que, aunque no incluye a Rimbaud en tre los raros, es
curioso que, en el fragmento dedicado a Lautrémont decía que Los cantos de
Maldoror sería un libro único si no hubiese existido Rimbaud.
"Soy maestro en fantasmagorías" decía Rimbaud. Y como un fantasma entró
a la casa de Verlaine y al libro de Darío.
"Soy hijo del hombre y de la mujer, según los que me han dicho" -citaba
Darío a Lautrémont en Los raros-. Eso me extraña. ¡Creía ser más!"... Baudelaire,
León Bloy, Lautrémont, Rimbaud, malditgs, raros, otra vuelta de tuerca en la
República de Platón... ¿Volverán?
"Volveré -dijo Rimbaud- con brazos y piernas de hierro, la piel oscura y la
mirada con furia (...) esa será mi máscara (...) me habré salvado"...
¿Todo proyecto poético está condenado?
Jean Arthur Rimbaud murió para la literatura en agosto de 1873 y para
nosotros, los hombres, en noviembre de 1891. Fue príncipe de las nubes, frecuen-
tó las tormentas y se burló de las flechas. No pudo contra el chancro ni contra sus
alas de gigante que le impidieron caminar. Pero, mientras, pensemos que habrá
una víspera y que, en la aurora, armado de una ardiente paciencia, entrará,
finalmente, en las espléndidas ciudades.
Yo es otro...u otros
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