jueves, junio 02, 2011

CATEQUESIS por JUAN LUIS CASTILLO



La señora Rosa ha decorado su casa con elegancia. Cuando aparece la señora María sonríe amablemente y la invita a pasar. Después llegan la señora Ema y la señora Ana. La reunión sobre la catequesis y su aplicación en los grupos de jóvenes comienza exactamente a las seis.

La primera en intervenir es la señora María quien piensa que el método utilizado es muy anticuado y que debería actualizarse. “Debemos hacer latir al Cristo Vivo que los jóvenes llevan dormido en sus corazones”, dice.

La señora Ema, mientras la señora María habla, asiente con su cabeza. La señora Ana la escucha absorta. La señora Rosa mira el cielo y aprieta su cara. Cada cierto tiempo hace sonar un lápiz en la mesa que está cubierta con un hermoso mantel bordado que compró en su último viaje a Europa.

Luego, la señora Ana replica que ella ha tenido la misma sensación que la señora María. “Los jóvenes se aburren porque los libros guías son muy densos y no hay ejercicios prácticos”, explica.

La señora Ema remata con la aprobación de esa sentencia agregando que podrían realizar clases más lúdicas y participativas.

La señora Rosa, quien ha mantenido un silencio tenso, por fin habla abrochando sus manos y mostrando una sonrisa que afirma con la cabeza un tanto ladeada hacia la derecha.

“Si los libros están hechos así, es porque la iglesia ha querido que sea así, nosotras somos sus servidoras”, sentencia. “Pero si no vamos a cambiar los contenidos, lo que propongo es programar ejercicios prácticos de apoyo”, replica la señora María.

“Es que Marita –continúa la señora Rosa- sé que tus cursos de emprendimiento han tenido éxito en señoras de población, pero los asuntos espirituales tienen otro signo, y ese signo lo ha establecido nuestra iglesia que cuenta con la sabiduría de dios”.

La señora Ema mira a la señora Ana. La señora María replica que nada tienen que ver sus cursos, más bien lo que propone es que la naturaleza del espíritu de dios encarnada en Jesús salga a la superficie de los pocos jóvenes que logran congregar para catequesis. “Eso se puede hacer rescatando al niño que llevan dentro, jugando, aprendiendo”, plantea.

La señora Ema asiente otra vez con la cabeza. La señora Ana propone una votación. La señora Rosa se niega y contrargumenta que visitarán al párroco de su jurisdicción para que él zanje el tema. En el instante en que termina su propuesta llega Don Manuel, su marido. “Hola Rosa, señora Ema, señora Ana, Mari, tanto tiempo, que gusto de verte”. Y la abraza como si se conocieran de toda la vida.

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