jueves, junio 23, 2011

TONO APOCALIPTICO por JACQUES DERRIDA




Estos son fragmentos de la segunda versión de una conferencia dictada en Julio de 1982 por Derrida en el coloquio
de Cerisy-la-Salle que llevó por títulos Los fines del hombre, a
partir del trabajo de Jacques Derrida. El título original de esta
conferencia, "De un tono apocalíptico últimamente adoptado
en filosofa", es una referencia directa al opúsculo de
Kant "De un tono grandilocuente adoptado últimamente en
filosofía" (1796), que en su momento hizo la crítica de los
pronósticos sobre la muerte de toda filosofía. La conferencia
fue publicada por la editorial Galilée en 1984.



Entre las numerosas características que distinguen a un escrito de tipo apocalíptico, aislemos provisionalmente la predicción y la predicación escatológicas, el hecho de decir, predecir o predicar el fin, el límite extremo, la inminencia del final. ¿No podría decirse de todos quienes participen en empeños de esta índole que son sujetos de discursos escatológicos? No cabe duda, y no olvido tomar en cuenta otros contextos, que esta situación es muy anterior a la revolución copernicana; los numerosos prototipos de discursos apocalípticos bastarían para atestiguarlo, como tantos otros que se dieron en el intervalo. Mas si Kant denuncia a quienes han proclamado el advenimiento del fin de la filosofía desde hace dos mil años, él mismo, al marcar un límite e incluso el fin de un cierto tipo de
metafísica, liberó otra ola de discursos escatológicos en filosofía. Su
progresismo, su creencia en el futuro de cierta filosofía, y aun en el
de otra metafísica, no es contradictorio con la proclamación de los
finales y del fin último.

Yo partiría de nuevo del hecho de que desde entonces, y considerando múltiples y profundas diferencias y mutaciones, el Occidentese ha visto dominado por un portentoso programa que reviste también la forma de un contrato intransgredible entre discursos sobre el fin. Los temas del fin de la historia y de la muerte de la filosofía constituyen las formas más comprehensivas, masivas y concentradas de esto. Hay desde luego diferencias evidentes entre la escatologia hegeliana, y esa escatologia de corte marxista que se ha queridoolvidar demasiado aprisa durante los últimos años en Francia (cosa que produjo, quizás, otra escatologia del marxismo, su escatologia y su repique de agonía), y la escatologia nietzschiana (del último
hombre superior y al superhombre) y tantas otras variedades de más reciente cuño. ¿Pero acaso las diferencias entre ellas no se miden como desviaciones en relación con la tonalidad fundamental de este Stimmung audible a través de tantas variaciones temáticas? ¿Acaso todos los diferendos no han adoptado la forma de una sobrepuja en la elocuencia escatològica, cada recién llegado más lúcido que el anterior, más al tanto y más pródigo también a la hora de añadir: en verdad os digo, no es solamente el fin de esto sino también de aquello, el fin de la historia, el fin de la lucha de clases, el fin de la filosofía, la muerte de Dios, el fin de las religiones, el fin
del cristianismo y de la moral (ésta fue la candidez más grave), el fin del sujeto, el fin del hombre, el fin de Occidente, el fin de Edipo,
el fin de la tierra, Apocalypse now, yo os digo, por el cataclismo, por
el fuego, por la sangre, por el sismo de todo fundamento, por el
napalm que cae de helicópteros desde el cielo como las rameras, y
también el fin de la literatura, el fin de la pintura, el arte como cosa
del pasado, el fin del psicoanálisis, el fin de la universidad, el fin del
falocentrismo y del falogocentrismo y de no sé cuántas cosas más?
Y alguno que vendría a refinar el final, a decir el final del final, que
es a saber el fin del fin, el fin último de los fines, que el fin ya ha
comenzado desde siempre, que aun hay que distinguir entre el fin y
la clausura, ese alguien participaría, quisiéralo o no, en el concierto puesto que es también la hora del fin del metalenguaje con
respecto al lenguaje escatologico. Tanto así que uno podría preguntarse si la escatologia es un tono o si es más bien la voz misma.
Si la escatología, entonces, nos sorprende tanto en la primera palabra como en la última, y siempre en la penúltima, ¿qué decir?, ¿qué hacer? La respuesta a esta pregunta es quizás imposible porque la
pregunta nunca se deja escuchar, porque la pregunta en discusión es
la de la respuesta, y la de una demanda que promete o responde
antes de la pregunta.

Uno sabe que toda escatología apocalíptica se promete en nombre
de la luz, del vidente y de la visión, y de una luz de la luz, de una
luz más luminosa que todas las luces que ella hace posibles. El apocalipsis de Juan, que domina toda la apocalíptica occidental, se despeja a la luz de El, de Elohim, el Señor.

"Porque la gloria de Dios la iluminaba [...] Los reyes de la tierra
llevarán a ella su gloria." Sus puertas no se cerrarán de día, "No
habrá ya noche, ni tendrá necesidad de luz de antorcha, ni de luz
del sol. porque el Señor Dios los alumbrará, y reinarán por los siglos
de los siglos." (XXII, 5).

Hay luz y hay luces, las luces de la razón o del logos, que no son,
a pesar de todo, otra cosa. Y es en nombre de una Aufklärung que
Kant, por ejemplo, emprende la desmitificación del tono grandilocuente. Hoy día no podemos dejar de tener herencia de estas Luces,
no podemos y no debemos -es una ley y un destino- renunciar a la
Aufklántng, es decir a aquello que se nos impone como el deseo
enigmático de la vigilancia, de la vigilia lúcida, de la elucidación, de
la crítica y de la verdad, mas de una verdad que al mismo tiempo
guarde en sí un deseo apocalíptico, esta vez como deseo de claridad
y revelación para desmitificar, o si se prefiere para desconstruir el
propio discurso apocalíptico, y con él todo lo que se especula sobre
la visión, la inminencia del fin, la teofanía, la parusía, el juicio final. Entonces nos preguntamos, sin concesión, a dónde quieren llegar. y con qué fines, quienes declaran el fin de esto o de aquello, del hombre o del sujeto, de la conciencia, de la historia, del Occidente
o de la literatura, y que están en el último grito del progreso, cuya
idea jamás ha estado tan mal administrada tanto por la derecha
como por la izquierda. ¿Qué efectos quieren producir estos profetas
gentiles o elocuentes visionarios? ¿En función de qué beneficio inmediato o lejano? ¿Qué hacen, y qué hacemos nosotros al decir tales cosas? ¿Por qué seducir o sujetar, intimidar o producir placer?
Estos efectos y estos beneficios pueden remitirse a una especulación
individual o colectiva, consciente o inconsciente. Pueden analizarse
en términos de dominación libidinal o política, con todos los relevos diferenciales y por tanto con todas las paradojas económicas
que sobredeterminan las ideas de poder o de dominación y a veces las arrastran al abismo. El análisis lúcido de estos cálculos o intereses debe movilizar un número muy grande y una gran diversidad de
dispositivos de interpretación hoy en día disponibles. Debe y puede
hacerlo puesto que nuestra época estaría notablemente pertrechada
para ello; y una desconstrucción, si se suspende, nunca se lleva a
término sin un trabajo segundo sobre el sistema que empalma consigo mismo ese pertrecho, que articula, como se dice, al psicoanálisis con el marxismo o a algún nietzscheísmo con los recursos de
la lingüística, de la retórica o de la pragmática, con la teoría de los
speech acts, con el pensamiento heideggeriano sobre la historia de la
metafísica, la esencia de la ciencia o de la técnica. Tal desmitificación debe plegarse a la más fina diversidad de trampas apocalípticas. El interés o cálculo puede estar bien disimulado ahí bajo el deseo de la luz, bien oculto (eukalyptus, como se llama al árbol cuyo limbo calcinal permanece cerrado después de la floración), bien oculto bajo el deseo confeso de la revelación. Y una disimulación
puede ocultar otra más. El interés más grave, puesto que no tiene
fin. el más fascinante, consiste en lo siguiente: el sujeto del discurso escatológico puede tener interés en renunciar a su interés, puede renunciar a todo para poner incluso su muerte en nuestros brazos y hacernos herederos por adelantado de su cadáver, es decir de su alma, a la espera de alcanzar así sus fines por medio del fin, de seducirnos a-plena-luz con la promesa de resguardar nuestra guardia, en su ausencia.
No estoy seguro de que exista precisamente un escenario fundamental, un gran paradigma que, con algunas excepciones, regiría las estrategias escatológicas. Sería de nuevo una interpretación filosófica, onto-escato-teleológica el decir: la estrategia apocalíptica es fundamentalmente una, su diversidad es sólo de procederes, de máscaras, de apariencias o de simulacros.
Una vez adoptada esta precaución, cedamos a la tentación por el breve espacio de una ficción e imaginemos esa escena fundamental.

Imaginemos que existe un tono apocalíptico, una unidad del tono apocalíptico que no sea efecto de un descarrío generalizado, de una Verstimmung que multiplique las voces y haga saltar los tonos, abriendo un habla a la obsesión de la otra en una polifonía incontenible llena de injertos, intrusiones, parasitosis. La Verstimmung ge neralizada es la posibilidad abierta a otro tono, o al tono de otro, de
llegar en cualquier momento a interrumpir una música familiar(como supongo que sucede comúnmente en análisis, pero también en otros ámbitos cuando, de repente, un tono que procede de quién sabe dónde corta la palabra -si se me permite la expresión- a quien parecía tranquilamente determinar (bestimmen) la voz y asegurar
de ese modo la unidad de destinación, la identidad de un destinatario o un destinador). La Verstimmung, si así denominamos en lo sucesivo al descarrío, al cambio de tono como se diría el cambio de humor, es el desorden o el delirio de la destinación (Bestimmung)pero también la posibilidad de toda emisión. La unidad de tono, sí la hubiera, sería ciertamente la seguridad de la destinación pero
también la muerte, otro apocalipsis. Imaginemos entonces que hay
un tono apocalíptico y un escenario fundamental. Entonces, quienquiera que adopte ese tono querrá decirnos o decirse alguna cosa.

¿Qué cosa? He dicho "quienquiera que adopte", "quien adopte ",
para no decir "aquél que" o "aquella que", "aquellos que" o "aquellas que", y hablo precisamente del tono que uno debe poder distinguir de todo contenido discursivo articulado. Lo que el tono quiere expresar no es por fuerza lo que dice el discurso, y el uno siempre puede contradecir, negar, hacer derivar o descarriar al otro.

Quien adopte el tono apocalíptico querrá hacer entender, si no decir alguna cosa. ¿Qué cosa?, pues no otra que la verdad, y querrá significar que él la revela, el tono es el revelador de un desvelamiento en curso. Desvelamiento o verdad, apofàntica de la inminencia del fin, de aquello que conduce finalmente al fin del mundo.

No sólo la verdad como verdad revelada de un secreto acerca del fin o del secreto del fin. La verdad es ella misma el fin, el destino: y que la verdad se desvele significa el advenimiento del fin. La verdad es al mismo tiempo la finalidad y la instancia del juicio final.

La estructura de la verdad sería, en este caso, apocalíptica. Y es por esto que no habrá verdad del apocalipsis que no sea verdad de la verdad.

Entonces, a quien adopte el tono apocalíptico se le preguntará
¿en vista de qué y con qué fines? ¿Para ir a dónde, y ahora mismo
o próximamente?

Comienza el final, esto significa el tono apocalíptico. Pero ¿con qué fines significa eso? Desde luego, el tono desea atraer, hacer venir, allegarse de, seducir para conducir a sí, es decir para conducir al lugar donde se percibe la primera vibración del tono, llámese como se quiera, sujeto, persona, sexo, deseo (pienso sobre todo en una vibración diferencial pura, sin sostén, insostenible). Es el fin
que ya se acerca, es inminente, eso significa el tono. Lo estoy viendo, lo sé, te lo digo, ahora tú ya lo sabes, ven. Nos vamos a morir todos, vamos a desaparecer, y este corte mortal será para juzgarnos, nos vamos a morir tú y yo y también los otros, los goim, los infieles y todos los demás, todos quienes no comparten con nosotros el secreto y que no saben lo que les espera. Es como si ya
estuvieran muertos. Estamos solos en este mundo, solo estoy en mi
poder de revelarte la verdad, el destino, te lo digo, te lo doy, ven,
seamos por un instante, nosotros que no sabemos todavía quiénes
somos, seamos por un instante previo al fin los únicos supervivientes, los únicos atentos, asi será tanto más intenso. Seremos una secta, formaremos una especie, un sexo o un género, una raza (Geschlecht) entre nosotros solos, y nos daremos un nombre (éste es en cierta medida el escenario babélico del cual hablaremos más adelante; más hay también una Babel en el Apocalipsis de Juan que nos daría que pensar, no con respecto a la confusión de lenguas o de tonos, sino a propósito de la prostitución, suponiendo que pueda establecerse diferencia. La gran Babel es la madre de las putas:
"Ven, te mostraré el juicio de la gran ramera" XVII, 1). Ellos duermen. nosotros vigilamos.

Este discurso, o mejor dicho este tono que traduzco en discurso, el tono de la vigilia en el tiempo del fin, que es tono también de la velación funeraria, del Wake, cita o hace resonar de algún modo el apocalipsis de Juan, o al menos el escenario fundamental ya programado en ese escrito. Así por ejemplo: "Conozco tus obras y que tienes nombre de estar vivo, pero estás muerto. Estáte alerta [esto
vigilans dice la traducción latina] y consolida lo demás, que está
para morir. [...] Si no velas, vendré como ladrón, y no sabrás la hora
en que vendré a ti." (III, 1-3)

Vendré: la venida siempre está por venir. El Adon (Señor), llamado de otro modo aleph y tav, alfa y omega, es quien ha sido,
quien es y quien viene, no quien será sino quien viene, aquél que es
presente de un por-venir. Vengo quiere decir: voy a venir, soy el
por-venir en la inminencia del "voy a venir", "estoy viniendo",
"estoy a punto de". "Quien viene" (o erkhomenos) se traduce al
latín en este pasaje como venturus est.

Es Jesús quien dice "¡vela!", aunque más allá o antes quizá de
una narratología habría que desarrollar un minucioso análisis de la
voz narrativa en el Apocalipsis. Me sirvo de la expresión "voz narrativa" para distinguirla, como lo hace Blanchot, de la voz narratriz, la que pertenece al sujeto identificable, al narrador o destinador determinable en un relato. Por cierto, creo que todos los imperativos "ven" que resuenan al interior de los relatos o no-relatos de Blanchot, también son consonantes de un determinado "venid" (erkhou, veni) del Apocalipsis de Juan. Es Jesús quien dice "Estáte alerta... vendré a ti", mas es Juan quien habla en el texto haciendo cita de Jesús, o más bien quien escribe, quien parece transcribir lo que él mismo dice al referir que está citando a Jesús en el momento en que Jesús le dicta, cosa que hace en un presente y que nosotros, lectores, leemos en las siete comunidades, en las siete iglesias de Asia. Jesús es citado como quien dicta sin escribir y dice a Juan: "escribe, grapson". Pero aun antes de que Juan escriba y diga en presente que escribe, escucha la gran voz de Jesús como un dictado (Yo, Juan [...] hallándome en la isla llamada Patmos,
por la palabra de Dios y por el testimonio de Jesús, fui arrebatado
en espíritu el día del Señor y oí tras de mí una voz fuerte, como de
trompeta (shophar) que decía: Lo que vieres, escríbelo en un libro
y envíalo a la siete iglesias..."). Ahora bien, antes del despliegue de
este escenario narrativo que cita un dictado o lo que es literalmente
una inspiración presente, hubo un preámbulo sin voz narrativa ni
voz narratriz, una suerte de título o frontispicio llegado de quién
sabe dónde y que vincula el descubrimiento apocalíptico al envío.

Esas líneas son propiamente el apocalipsis como envío del apocalipsis, el apocalipsis que se envía a sí mismo: "Revelación de Jesucristo (Apokalupsis Jesou Khristou) que para instruir a sus siervos
sobre las cosas que han de suceder pronto ha dado a conocer por su
ángel a su siervo Juan."

Así, Juan recibe un mensaje por la intermediación de otro portador que es un ángel, un puro mensajero. Y Juan transmite a su vez
un mensaje ya transmitido, como testigo que es de un testimonio
que será también testimonio de otro testimonio, el de Jesús; tantos
envíos, tantas voces, y eso reúne a mucha gente en una sola línea.

"Ha dado a conocer por su ángel a su siervo Juan, el cual da testimonio de la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo sobre
todo lo que él ha visto. Bienaventurado el que lee, y los que escuchan las palabras de esta profesión, y los que observan las cosas en ella escritas, pues el tiempo está próximo."

Si de manera muy insuficiente y apenas preliminar atraigo la atención sobre el envío narrativo, el entrelazamiento de las voces y de los envíos en la escritura dictada o dirigida, es porque en la perspectiva de la hipótesis o el programa de una desmitificación sin concesiones del tono apocalíptico, al estilo de las Luces o de una Aufklärung del siglo XX, y si uno se propusiera desenmascarar las
trampas, emboscadas, astucias, seducciones, máquinas de guerra y de placer, en breve todos los intereses del tono apocalíptico de hoy, habría que comenzar por respetar esta desmultiplicación diferencial de las voces y de los tonos que los separa quizás más allá de una pluralidad distinta y calculable. Uno no sabe (puesto que esto no
pertenece ya al orden de saber) a quién pertenece el envío apocalíptico: salta de un lugar de emisión a otro (y un lugar está siempre determinado a partir de la presunta emisión), va de un destino, de un nombre y de un tono al otro, reenvía siempre al nombre y al tono del otro que está allá pero, habiendo estado allá, debiera estar
viniendo y no estuviera más o ya no estuviera allá en el presente del relato.
Y no es perfectamente seguro que el hombre sea la central de estas líneas telefónicas o la terminal de esta computadora sinfín.

Uno no sabe ya muy bien quién dice qué cosa a quién. Pero por un
trastorno catastrófico, aquí más necesario que en ninguna otra
parte, uno puede también pensar lo siguiente: a partir de que uno
no sabe más quién habla o quién escribe, el texto deviene apocalíptico. Y si los envíos reenvían siempre a otros envíos sin destinación determinable, quedando el destino por venir, entonces esta estructura totalmente angélica, la del Apocalipsis de Juan, ¿no es también la estructura de todo escenario de escritura en general? Es una de las sugerencias que quisiera someter a discusión: lo apocalíptico,
¿no sería una condición trascendental de todo discurso, también de toda experiencia, de toda marca o de toda traza? Y entonces, el género de los escritos llamados "apocalípticos" en sentido estricto, no sería si no un ejemplo, una revelación ejemplar de esta estructura trascendental. En este caso, si el apocalipsis revela, es en primer lugar revelación del apocalipsis, auto-presentación de la estructura apocalíptica de! lenguaje, de la escritura, de la experiencia de la presencia, ya sea del texto o de la marca en general: es decir del envío divisible por el cual no hay autopresentación ni destinación aseguradas.

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