martes, julio 23, 2013

UN FANTASMA DE NUBES por GUILLAUME APOLLINAIRE


Como era la víspera del catorce de julio
Hacia las cuatro de la tarde
Bajé a la calle para ver a los saltimbanquis
Esa gente que hace suertes al aire libre
Empieza a ser escasa en París
En mi juventud eran tanto más numerosos
Casi todos se han marchado a provincia
Tomé el bulevar Saint-Germain
Y en una placita situada entre Saint-Germain-des-Prés
y la estatua de Danton
Di con los saltimbanquis
La muchedumbre los rodeaba muda y resignada a
esperar
Me abrí lugar en aquel círculo para verlo todo
Pesos formidables
Ciudades de Bélgica alzadas a pulso por un obrero
ruso de Longwy
Pesas negras y vacías que tienen por barra un río
congelado
Dedos que enrollan un cigarrillo amargo y delicioso
como la vida
Numerosas alfombras sucias cubren el suelo
Alfombras con pliegues indelebles
Alfombras que ya son casi color de polvo
Y en las que algunas manchas verdes o amarillas
Persisten como una tonada que nos persiguiera
Imagina al personaje huraño y flaco
La ceniza de sus padres le brotaba como barba
entrecana
Así mostraba toda su herencia en el rostro
Parecía soñar con el futuro
Mientras maquinalmente tocaba el organillo
Cuya lenta voz era un lamento maravilloso
Gluglús gallos y gemidos sordos
No se movían los saltimbanquis
El más viejo llevaba unas mallas de ese oro violáceo
que tiñe las mejillas de ciertas muchachas aunque
frescas ya cerca de la muerte
Ese rosa anida en los pliegues que a menudo rodean
sus bocas
O cerca de las narices
Es el rosa de la traición
Aquel hombre llevaba así a cuestas
El innoble color de sus pulmones
Brazos brazos por todas partes vigilantes
El segundo saltimbanqui
Sólo iba vestido de su sombra
Lo miré largamente
Pero su rostro se me escapa
Es un hombre sin cabeza
Otro más tenía todo el aire de un granuja
De un apache en que se aunaran bondad y crápula
Con sus pantalones bombachos y sus calcetines con
ligas
No recordaba acaso al alcahuete a medio ataviarse
Cesó la música y hubo negociaciones con el público
Céntimo a céntimo fue arrojada la suma de dos francos
cincuenta sobre la alfombra
En vez de los tres francos que el viejo había fijado
como precio de los números
En cuanto estuvo claro que nadie daba más
Se decidió empezar con la función
De debajo del organillo salió un saltimbanqui
diminuto vestido de rosa pulmonar
Con pieles en tobillos y muñecas
Lanzaba gritos cortos
Y saludaba apartando amablemente los brazos
Con las manos abiertas
Con una pierna hacia atrás preparada para la
genuflexión
Saludó hacia los cuatro puntos cardinales
Y cuando caminó sobre una bola
Su cuerpo esbelto se transformó en música tan
delicada que no hubo espectador a ella insensible
Un duendecillo sin ninguna humanidad
Pensó cada cual
Aquella música de las formas
Borraba la del organillo
Tocada por el hombre del rostro cubierto de
antepasados
El pequeño saltambanqui se pavoneaba
Tan armoniosamente
Que el organillo cesó de tocar
Y el organillero escondió el rostro entre las manos
Sus dedos se parecían a los descendientes de su
destino
Fetos minúsculos que le salían de la barba
Nuevos gritos de pielroja
Música angélica de los árboles
Desaparición del niño
Los saltimbanquis levantaron a pulso las pesas
En juegos malabares
Pero cada espectador buscaba ya en sí mismo al niño
milagroso
Siglo oh siglo de las nubes

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