«Sometimes when this place gets kind of empty
Sound of their breath fades with the light».
Under the milky way – The Church.
Muero, de miedo muero, muero de miedo... por algo.
Aferrado a la última rama de la arboleda imaginaria, tiemblo.
Yo no quiero más vida, pero qué miedo esto de morir. Y qué
mal lo hago, joder. Una vez..., pero fracasé miserablemente,
como en todas las demás cosas. Un puñado de antidepres y
una botella de aguardiente no bastan, ¡no bastan, lo sabes bien,
hierba mala! Anda, tú, quien seas, degüéllame tiernamente
mientras me coloco los audífonos, degüéllame con el cimbrar
de trece sintetizadores del ‘80.
Muero, de miedo muero, muero de miedo... por algo. Corro a
encerrarme en mi cuarto de verde mal pintado, corro a bailar
canciones imbailables en horizontal. No, no es un ataque de
epilepsia, de este modo bailo yo. No, no es un llanto de
pendejo malcriado, de este modo bailo yo.
Cierro los ojos y ya no soy yo sino tú, aquel niño obsceno con
rouge en los labios; cierro los ojos y ya no soy tú sino yo, aquel
niño obsceno con rouge en los labios; cierro los ojos y ya no soy
nadie sino todos, aquel niño obsceno con rouge en los labios.
Y aquí, afiebrado de tanto bailar canciones imbailables en
horizontal, me hallo haciendo la pantomima del artista,
articulando en silencio la jerigonza de rigor: que la nueva
poesía chilena, que el neobarroco, que el post-punk, que
Rimbaud, que las influencias y la concha de tu madre. Es
cierto, escribí un par de poemas que no fueron del todo
bodrios, pero cuán lejos estuve de ser un pequeño Dios, un
rocker de 23 pendiendo de una soga púrpura, un alcohólico
from Los Ángeles, California...
Ahora es cuando me confieso materia, me confieso texto. No
soy más que la encarnación de unos versos, el poema que a
diario escribe ella, la Poeta.
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