lunes, julio 01, 2013
- XXI - LAS TENTACIONES, O EROS, PLUTO Y LA GLORIA por CHARLES BAUDELAIRE
Dos satanes y una diablesa, no menos extraordinaria, subieron la pasada noche por la
escalera misteriosa con que el infierno asalta la flaqueza del hombre dormido y se
comunica en secreto con él. Y vinieron a colocarse gloriosamente delante de mí, en pie,
como sobre un estrado. Un esplendor sulfúreo emanaba de los tres personajes, que
resaltaban así en el fondo opaco de la noche. Tenían aspecto tan altivo y dominante, que
al pronto los tomé a los tres por verdaderos dioses.
La cara del primer Satán era de sexo ambiguo, y había también, en las líneas de su
cuerpo, la malicia de los antiguos Bacos. Sus bellos ojos lánguidos, de color tenebroso e
indeciso, parecían violetas cargadas aún de las densas lágrimas de la tempestad, y sus
labios, entreabiertos, pebeteros cálidos, de los que se exhalaba un bienoliente perfume; y
cada vez que suspiraba, insectos almizclados iluminábanse en revoloteo al ardor de su
hálito.
Arrollábase a su túnica de púrpura, a manera de cinturón, una serpiente de tonos
cambiantes que, levantando la cabeza, volvía languideciente hacia él los ojos de brasa. De
ese vivo cinturón colgaban, alternados con ampollas colmadas de licores siniestros,
cuchillos brillantes o instrumentos de cirugía. Tenía en la mano derecha otra ampolla,
cuyo contenido era de un rojo luminoso, con estas raras palabras por etiqueta: «Bebed;
esta es mi sangre, cordial perfecto»; en la izquierda, un violín, que le servía, sin duda,
para cantar sus placeres y sus dolores y para extender el contagio de su locura en noches
de aquelarre.
Arrastraban de sus tobillos delicados varios eslabones de una cadena de oro rota, y
cuando la molestia que le producía le obligaba a bajar los ojos al suelo, contemplaba
vanidoso las uñas de sus pies, brillantes y pulidas como bien labradas piedras.
Me miró con ojos de inconsolable desconsuelo, que vertían embriaguez insidiosa, y
me dijo con voz de encanto: «Si quieres, si quieres, te haré señor de las almas, y serás
dueño de la materia viva, más que el escultor pueda serlo del barro, y conocerás el placer,
sin cesar renaciente, de salir de ti mismo para olvidarte en los otros y de atraer las almas
hasta confundirlas con la tuya.»
Y yo le contesté: «¡Mucho te lo agradezco! De nada me sirve esa pacotilla de seres que
no valen sin duda más que mi pobre yo. Aunque algo me avergüence el recuerdo, nada
puedo olvidar; y si no te hubiese conocido, viejo monstruo, tus cuchillos misteriosos, tus
ampollas equívocas, las cadenas que te traban los pies, son símbolos que explican con
claridad bastante los inconvenientes de tu amistad. Guárdate tus regalos.»
El segundo Satán no tenía el aspecto a la vez trágico y sonriente, ni las buenas maneras
insinuantes, ni la belleza delicada y perfumada del otro. Era un hombre basto, de rostro
grueso y sin ojos, cuya pesada panza se desplomaba sobre sus muslos, cuya piel estaba
toda dorada e ilustrada, como por un tatuaje, con multitud de figurillas movedizas, que
representaban las formas múltiples de la miseria universal Había hombrecillos macilentos
que se colgaban voluntariamente de un clavo; había gnomos chicos y deformes, flacos,
que pedían limosna más con los ojos suplicantes que con las manos trémulas, y también
madres viejas con abortos agarrados a las tetas extenuadas, y otros muchos más había.
El gordo Satán se golpeaba con el puño la inmensa panza, de donde salía entonces un
largo y resonante tintineo de metal, que terminaba en un vago gemido hecho de
numerosas voces humanas. Y se reía, mostrando impúdico los dientes estropeados, con
enorme risa imbécil, como ciertos hombres de todos los países cuando han comido
demasiado bien.
Y éste me dijo: «Puedo darte lo que todo lo consigue, lo que vale por todo, lo que a
todo reemplaza!» Y se golpeó el vientre monstruo, cuyo eco sonante sirvió de comentario
a las palabras groseras.
Me volví con repugnancia y contesté: «No necesito, para mi goce, la miseria de nadie;
y no quiero riqueza entristecida, como papel de habitaciones, por todas las desdichas
representadas en tu piel.»
Por lo que toca a la diablesa, mentiría yo si no confesara que a primera vista hallé raro
encanto en ella. Para definir tal encanto no lo podría comparar a nada mejor que al de las
bellísimas mujeres maduras, que, sin embargo, ya no envejecen, y cuya hermosura
conserva la magia penetrante de las ruinas. Tenía a la vez aspecto imperioso y
desmadejado, y sus ojos, a pesar del cansancio, conservaban fuerza fascinadora. Lo que
más me llamó la atención fue el misterio de su voz, en la que encontraba el recuerdo de
las contraltos más deliciosas y un poco también de la ronquera de las gargantas lavadas
sin cesar por el aguardiente.
«¿Quieres conocer mi poderío? -dijo la falsa diosa con su voz encantadora y
paradójica-. Escucha.»
Y se llevó a los labios una trompeta gigantesca y llena de cintas como un mirlitón, con
los títulos de todos los periódicos del universo, y a través de la trompeta gritó mi nombre,
que rodó así por el espacio con el ruido de cien mil truenos, y volvió a mí repercutido por
el eco más lejano del planeta.
«¡Diablo -salté, casi subyugado-, eso es bonito!» Pero al examinar más atentamente al
marimacho seductor me pareció reconocerla vagamente, por haberla visto brincar con
algunos pilletes conocidos míos; y el ronco sonar del cobre me trajo a los oídos no sé qué
recuerdo de trompeta prostituida.
Por eso respondí, con todo mi desdén: «¡Vete! ¡No estoy guisado para casarme con la
querida de algunos que no quiero nombrar!»
Tenía yo derecho, ciertamente, a estar orgulloso de tan valerosa abnegación. Mas, por
desgracia, me despertó y todas mis fuerzas me abandonaron. «En verdad -me dije-, muy
aletargado tenía que estar para mostrar tales escrúpulos. ¡Ay! ¡Si pudiesen volver cuando
estoy despierto, no me las daría de tan delicado!»
Y los invoqué en alta voz, suplicándoles que me perdonaran, ofreciéndoles que me
deshonraría lo más a menudo que fuese necesario para merecer sus favores; pero les había
ofendido gravemente, sin duda, porque no han vuelto jamás.
Etiquetas:
CHARLES BAUDELAIRE
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario