viernes, julio 12, 2013
ODA MARITIMA por FERNANDO PESSOA
SOLO, EN EL MUELLE desierto, en esta mañana de
verano,
miro hacia la entrada del puerto, miro hacia lo
Indefinido,
miro y me alegra ver,
negro y claro, pequeño, un paquebote entrando.
Viene lejos, nítido, clásico a su manera.
Distante, en el aire lo sigue la vana orla de su humo.
Viene entrando y la mañana entra con él
y en el río,
aquí, allá, despierta la vida marítima,
se izan velas, avanzan remolcadores,
surgen barcos pequeños detrás de las naves que
están en el puerto.
Hay una tenue brisa.
Y mi alma se une con lo que apenas distingo,
con el paquebote que entra,
porque él está con la distancia, con la mañana,
con el sentido marítimo de esta hora,
con la dolorosa dulzura que me sube como náusea,
como un principio de furia en el espíritu.
Miro a lo lejos el paquebote,
independiente del alma,
y dentro de mí un volante comienza a girar,
lentamente.
Los paquebotes que entran de mañana
en el puerto traen ante mis ojos
el misterio alegre y triste de quien llega y parte.
Traen una memoria de muelles y momentos
distantes,
puentes que conducen hacia otra humanidad.
Todo el atracar, todo el desprendimiento de la nave
es―lo siento en mí como sangre―
inconscientemente simbólico,
terrible amenaza de revelaciones metafísicas
que perturban en mí al que yo fui.
Ah, todo el muelle es una soledad de piedra.
Y cuando la nave se aleja
y de pronto reparo en que se abrió un espacio
entre el muelle y la nave,
no sé por qué sufro una súbita angustia,
una niebla de tristes sentimientos
que brilla en el suelo de mis penas de hierba
como la primer ventana donde el alba golpea,
y queme envuelve como si recordara a una persona
que misteriosamente fuese mía.
Ah, ¿quién sabe, quién sabe
si antes de mí, en otro tiempo,
no partí de muelle?
¿Si no dejé otra clase de puerto
en una nave hacia el sol oblicuo del amanecer?
¿Quién sabe si no dejé,
anterior al tiempo del mundo exterior
que veo raerse en mí,
un gran muelle con poca gente
de una gran ciudad despierta a medias,
enorme ciudad comercial, crecida y apopléjica
aunque eso quede fuera del Espacio y el Tiempo?
Sí, un muelle de algún modo material,
visible como muelle, veraz, realmente muelle,
el Muelle Absoluto por cuyo modelo
inconscientemente imitado,
insensiblemente evocado,
construimos nuestros muelles en nuestros puertos,
nuestros muelles de piedra actual sobre
agua verdadera,
que después de construidos se revelan
Cosas Reales, Hechos de Espíritu, Entidades
en Piedras que son Almas,
en la fugacidad de nuestros sentimientos
de hierba o raíz,
cuando del muro exterior parece abrirse una puerta
y sin que nada se altere
todo se manifiesta diverso.
Ah, Gran Muelle donde partimos en
Naciones-Navíos.
Gran Muelle Anterior, eterno y divino.
¿De qué puerto? ¡En qué mar?
Oh, ¿por qué pienso esto?
Gran Muelle, igual a todos los muelles, pero Único.
Lleno también de murmurantes silencios
en las albas,
desabotonando con las mañanas un ruido
de guindastes
y comboyes que arriban con mercaderías,
bajo la nube negra que surge, ocasional y leve,
del fondo de las chimeneas de las fábricas cercanas
y sombrea el llano de carbones pequeños
que brillan
como si fuese la sombra de una nube que pasa
sobre agua sombría.
En los momentos de silencios y angustia,
¡qué esencia de misterio y de sentido
de un éxtasis divino y revelador
no es puente entre cualquier muelle y el Muelle!
Muelle que en las aguas inmóviles se refleja oscuro,
y el bullicio a bordo de las naves.
Oh alma errante e inestable de la gente
que se embarca,
gente simbólica que pasa y en quien nada perdura,
y que al volver la nave al puerto
ha cesado de ser la misma.
Oh ebriedad de lo diverso, idas, fugas continuas,
alma eterna de los navegantes y las navegaciones,
quilla reflejada lentamente en las aguas
cuando la nave sale del puerto.
Fluctuar como el alma de la vida; como la voz,
partir,
trémulo vivir el instante sobre las aguas eternas.
Despertar a días más reales que los días de Europa,
ver puertos misteriosos en la soledad del mar,
doblar cabos apartados hacia súbitos vastos paisajes
por innumerables costas atónitas…
Ah las playas distantes, los muelles vistos a lo lejos.
Las playas cercanas, los muelles vistos de cerca.
El misterio de cada ida y cada arribo,
a cada hora marítima
la dolorosa inestabilidad e incomprensión
de este universo imposible, sentido en nuestra piel.
La solución absurda que nuestras almas esparcen
sobre extensiones de mares diferentes
e islas lejanas,
sobre las distantes islas de las costas ya pasadas,
sobre el crecimiento nítido de los puertos
con sus casas y gentes
hacia el barco que se aproxima.
Ah las frescas mañanas del arribo
y la palidez de las mañanas en que se parte,
cuando nuestras entrañas se contraen
y una vaga sensación semejante al miedo
―el miedo ancestral de separarse y partir,
el misterioso y ancestral recelo al arribo y lo nuevo―
nos recorre la piel y nos tortura
y todo nuestro cuerpo angustiado siente,
como si fuese alma,
un inexplicable deseo por sentir de otra manera:
una nostalgia de algo,
una zozobra del cariño ¿a qué vaga patria?
¿A qué costa? ¿A qué nave? ¿A qué muelle?
Nos duele su pensamiento
y queda por dentro un gran vacío,
una hueca saciedad de minutos marítimos
y una vaga ansiedad que sería tedio o dolor
si supiese cómo serlo…
A pesar del verano la mañana está fresca.
Una tenue torpeza de noche perdura
en el aire sacudido.
Ligeramente se apresura el volante dentro demí.
Y el paquebote viene entrando… porque así
tiene que ser,
no porque lo vea avanzar en su distancia excesiva.
En mi imaginación está cerca y visible,
en toda su extensión las líneas de sus vigías,
y todo tiembla en mí, la carne y la piel,
por esa criatura que no llega en nave alguna
y que yo vine a esperar al muelle por un
inexplicable mandamiento.
Las naves que entran y salen de los puertos,
las que pasan a lo lejos
(me imagino viéndolas desde una playa desierta),
todas estas naves casi abstractas al partir,
todas me conmueven como si fueran otra cosa,
no sólo naves que parten y regresan.
Y vistas de cerca, aunque no se embarque uno
en ellas,
vistas desde abajo, en los botes, murallas elevadas,
y por dentro, a través de las cámaras, de la salas,
de las despensas,
mirando de cerca los mástiles afilándose
hacia lo alto,
rozando las cuerdas, descendiendo corredores
incómodos,
oliendo la untada mezcla metálica y marina de
todo aquello
―vistas de cerca son ellas y son otra cosa,
producen en la misma nostalgia y la misma
ansiedad otras distintas.
Toda la vida marítima, todo en la vida marítima,
toda esa preciosa seducción se insinúa
en mi sangre
y sueño indefinidamente los viajes.
Ah, las líneas de las costas distantes, oprimidas por
el horizonte,
los cabos, las islas y las playas arenosas.
Soledades marinas, como los momentos
del Pacífico
en que una sugestión nacida en la escuela
uno siente en los nervios el peso de que sea
el mayor de los océanos,
y el mundo y el sabor de las cosas se tornan
un desierto dentro de nosotros.
La extensión más humana, más furiosa,
del Atlántico.
El Índico, el más misterioso de los océanos.
El Mediterráneo, dulce sin misterio alguno,
clásico, un mar que se golpea
encontrando explanadas de jardines cercanos
mirados por estatuas blancas.
Todos los mares, todos los estrechos,
las bahías, los golfos,
quisiera apretarlos a mi pecho, oh sentirlos y morir.
Y ustedes, oh cosas navales, mis viejos juguetes
de sueño,
fuera de mí componen mi vida interior;
quillas, mástiles y velas, guindolas y cordajes,
chimeneas de vapor, gavias, hélices, flámulas,
calderas, colectores, válvulas, galdropes y escotillas,
caen dentro de mí como se precipita en el suelo
el contenido confuso de una gaveta abierta.
Sean el tesoro de mi avaricia febril,
sean los frutos del árbol de mi imaginación,
tema de mis cantos, sangre en las venas
de mi inteligencia,
sean el lazo que me una al exterior por la belleza,
provéanme de imágenes, literatura, metáforas,
porque en serio, en verdad, real, literalmente,
mis sensaciones son una nave que rompe el aire
con la quilla,
mi imaginación un ancla sumergida a medias,
mi ansiedad un remo quebrado
y la tesitura de mis nervios una red secándose
en la playa.
Suena por casualidad en el río un silbato, sólo uno.
Se estremece ya todo el campo de mi psiquismo.
Se apresura cada vez más el volante dentro de mí.
Ah, los paquebotes, los viajeros, el se -ignora el-
paradero
de Fulano de Tal, marino, conocido nuestro.
Ah, la gloria de saber que un hombre que
andaba con nosotros
murió ahogado junto a una isla del Pacífico.
Nosotros que íbamos con él hablaremos de eso
con un orgullo legítimo, con una inexpresable
confianza
de que tenga un sentido más bello y más vasto
que el de apenas perder el barco donde iba
y haber quedado en el fondo con los pulmones
reventados…
Ah, los paquebotes, los cargueros, los barcos
de vela.
Van escaseando en los mares―ay de mí―
los veleros.
Y yo que amo la civilización moderna, que
con el alma beso las máquinas;
yo, el ingeniero, el civilizado, el educado
en el extranjero,
quisiera ver sólo veleros y barcos de madera,
saber de la vida marítima sólo la antigua vida
de los mares.
Porque los antiguos mares son la Distancia Total,
la Lejanía Pura, libre del peso actual…
Ah, todo me recuerda esa vida mejor,
esos mares más extensos porque
se navegaban despacio,
misteriosos porque se sabía menos de ellos.
Todo vapor lejano es de cerca un velero.
Toda nave distante ahora, vista de cerca es otra
en el pasado.
Todos los invisibles marineros a bordo
de las naves en el horizonte
son los marineros visibles del tiempo
de las viejas naves,
esa época lenta, el velero de peligrosas travesías,
el tiempo de madera y lona
y de viajes que duraban meses.
Me invade poco a poco el delirio
de las cosas marítimas,
me penetran físicamente el muelle y su atmósfera,
el murmullo del Tajo corre por encima
de mis sentidos,
y comienzo a soñar, y me envuelvo con el sueño
de las aguas,
comienzo a pegar bien el cordaje de transmisión
en mi alma
y la premura del volante me seduce nítidamente.
Gritan por mí las aguas,
gritan por mí los mares,
gritan por mí las lejanías, levantando al gritar
una voz corpórea
todas las épocas marítimas vividas en el pasado.
Tú, marinero inglés, Jim Barns, amigo mío, fuiste tú
el que me enseñó ese grito antiquísimo, inglés,
que tan mortalmente resume
en las almas complejas como la mía
el llamado confuso de las aguas,
la voz inédita e implícita de todas las cosas del mar,
de los naufragios, de los viajes lejanos
y travesías peligrosas.
Ese grito inglés tuyo, hecho universal en mi sangre,
sin rasgo de grito, sin forma humana ni voz.
Ese grito tremendo que parece sonar
es una caverna cuya bóveda es el cielo
y parece narrar todas las cosas siniestras
que pueden suceder en la Lejanía, en el Mar,
por la Noche.
(Fingías siempre que era por una goleta
que gritabas,
y decías así, poniendo las manos junto a la boca,
haciendo bocina con las grandes manos curtidas
y oscuras:
Ahó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó—- yyy
Schoonerahó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó---yyyy...)
Te escucho aquí, ahora, y algo en mí se despierta.
Se estremece el viento. Avanza la mañana.
El calor se abre.
Siento mis mejillas encenderse.
Mis ojos conscientes se dilatan.
El éxtasis en mí se eleva, crece, avanza,
y con un ruido ciego, amotinado, se acentúa
el vivo giro del volante.
Oh clamoroso llamado
cuyo calor, cuya furia hierve en mí,
todas mis ansias en una unidad explosiva,
mis propios tedios apresurándose, todos…
Grito que lanza a mi sangre
un amor ya pasado, no sé dónde, que retorna
y aún tiene fuerza para atraerme e impulsar,
que aún tiene fuerza para hacerme odiar esta vida
que transcurre entre el límite corporal y del alma
de la gente real con que vivo.
Ah, sea como sea, vaya a donde vaya, partir.
Irme fuera, por las olas, por el peligro, por el mar.
Ir Lejos, hacia Fuera, a la Distancia Abstracta,
indefinidamente, por las noches hondas y misteriosas,
y como la polvareda llevado por los vientos,
entregado a los vendavales.
Ir, ir, ir, ir de una vez.
El deseo de tener alas enfurece mi sangre.
Todo mi cuerpo se arroja ante mí.
Fuera de mi imaginación me precipito en torrentes.
Clamo, me abalanzo, me atropello…
Mis ansias estallan en espuma
y mi carne son olas que se golpean contra las rocas.
Pensando en esto, oh ira, pensando en esto, oh furia,
pensando en las estrechez de mi vida llena
de ansiedad,
súbita, trémula, exorbitadamente,
con una oscilación vasta, viciosa, violenta,
del volante vivo de mi imaginación,
se desata en mí, agobiante, vertiginosa, silbante,
la brama sombría y sádica del estruendo
de la vida marítima.
Eh, marineros, grumetes, eh, tripulantes, pilotos.
Navegantes,marinos, hombres de mar, aventureros.
Eh, capitanes. Hombres que duermen
en rudas tarimas.
Hombres que duermen en los mástiles,
avistando el peligro.
Hombres que tienen la muerte por almohada.
Hombres que poseen una toldilla, que miran
desde la borda
la inmensa inmensidad del mar.
Eh, manipuladores de los guindastes de carga.
Eh, amainadores de velas, fogoneros, servidumbre,
eh, los que enrollan cabos en el combés,
los que llevan la carga a las bodegas
y limpian el metal de las escotillas.
Hombres del timón y de las máquinas y
de los mástiles.
Eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh
Gente de playeras y bonete,
con anclas y banderas cruzadas tatuadas
en el pecho.
Gente de amurada, fumadores de pipa,
oscuros de tanto sol, curtidos por tanta lluvia,
limpios de los ojos, por tanta inmensidad ante ellos,
audaces por tantos vientos que sus rostros
batieron con valor.
Eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh
Hombres que vieron Patagonia
y pasaron por Australia,
que colmaron su mirada de costas que nunca veré
y pisaron tierra en tierras donde jamás descenderé.
Que compraron toscos artículos en colonias,
adentrándose en tierras inhóspitas,
y haciéndolo todo si nada hicieran,
como si eso fuese natural,
como si la vida fuese así
y ni siquiera cumpliendo un destino.
Eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh
Hombres del mar actual y del pasado.
Encargados de abordo, esclavos de galeones.
Combatientes de Lepanto.
Piratas del tiempo de Roma.Navegantes de Grecia.
Fenicios. Cartagineses. Portugueses salidos de Sagrés
a la aventura indefinida, hacia el Mar Total,
a realizar lo imposible.
Hombres que asentaron patrones y dieron
nombres a cabos,
que por primera vez traficaron con esclavos
y negros de nuevas tierras
y dieron el primer espasmo europeo a las negras
atónitas.
Que trajeron oro, hongos, abalorios,
maderas olorosas,
de costas de lujuriosa explosión vegetal.
Hombres que saquearon tranquilos
pueblos africanos,
que hicieron huir a esas razas con el ruido
de cañones
y se entregaron a la matanza, al robo y a torturar
y ganaron los trofeos de novedad
arremetiendo con la cabeza ante el misterio de
nuevos mares.
Eh-eh-eh-eh-eh
A todos ustedes en uno solo,
a todos ustedes en todos ustedes como uno,
a todos ustedes mezclados, cruzados,
a todos sanguinarios, violentos, odiados,
temidos, ensangrentados,
yo los saludo, yo los saludo, yo los saludo.
Eh- eh-eh-eh-eh Eheh-eh-eh-eh
Eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh
Eh laho-laho laHO-lahá-á-á-á-á
Quiero ir con ustedes, quiero ir
al mismo tiempo con todos ustedes
a todo lugar donde vayan.
Quiero tener sus peligros frente a frente,
sentir en mi cara los vientos que deshicieron
las suyas,
escupir de mis labios la sal de los mares que
los suyos besaron,
tender los brazos para ayudarlos, compartir
sus tormentas,
llegar por fin como ustedes a puertos extraordinarios.
Huir juntos de la civilización,
perder con ustedes toda idea moral,
sentir que se transforma lejos mi humanidad.
Juntos beber en mares del sur
nuevos tumultos del alma, nuevos salvajismos,
nuevos fuegos primitivos de mi volcánico espíritu.
Ir con ustedes, arrojar de mí
―ah, poeta de dentro hacia afuera―
mi traje de civilizado, mis blandas acciones,
mi miedo innato de encadenado,
mi pacífica vida,
mi sentada, estática, reglamentada
e inspeccionada vida.
En el mar, en el mar, en el mar, en el mar.
Eh, dejar la vida en el mar, al viento, a las olas.
Salar con la espuma arremetida por los vientos
mi paladar de grandes viajes.
Fustigar con agua conmovida la carne
de mi aventura,
y que fríos oceánicos recorran los huesos
de mi existencia.
Flagear, acuchillar, oprimir con vientos,
con espuma, con soles,
mi ser ciclónico y atlántico,
mis nervios tendidos como jarcias,
lira en las manos de los vientos.
Sí, sí, sí… Crucifíquenme en las navegaciones
y mi espalda gozará su cruz.
Átenme a los viajes como a maderos
y la sensación de esa tortura recorrerá
mis vértebras
en un incansable espasmo pasivo.
Háganme lo que sea, pero que esté en los mares,
sobre el combés, al son de las olas,
hieran, maten, acuchillen.
Lo que quiero es llevar a la muerte
un alma que se transborde en el mar,
que embriagada se derrumbe de cosas marítimas,
tanto de marineros como de anclas, de cabos,
tanto de cosas de la distancia como el ruido
de los vientos,
tanto de la Lejanía como del Muelle,
de los naufragios,
de los tranquilos comercios,
de los mástiles, del oleaje,
llevar a la muerte con dolor, voluptuosamente,
una copa de sanguijuelas llena para beber,
para beber extrañas verdes absurdas
sanguijuelas marinas.
Hagan jarcias de mis venas,
amarras de mis músculos.
Arránquenme la piel y péguenla en las quillas,
que sienta el dolor de los clavos y que nunca
cese de sentirlos.
Hagan con mi corazón una flámula de almirante
de aquellos tiempos de guerra de las viejas naves
y coloquen al pie de los combés mis ojos
arrancados.
Quiebren mis huesos golpeándolos contra
las amuradas,
fustíguenme atado a los mástiles, fustíguenme,
y a todos los vientos de todas las latitudes
y longitudes
lancen mi sangre en las aguas que atraviesan
la nave
de lado a lado, arrojadas a la cubierta
en las violentas convulsiones de las tormentas.
Tener la audacia de las velas henchidas
con el viento
y ser el agobio de los vientos como las altas gavias,
la vieja guitarra del Fado de los mares llenos
de peligros,
canción que los navegantes oyeron y
no pudieron repetir.
Los marineros que se sublevaron
ahorcando al capitán en una verga.
Que desembarcaron a otro en una isla desierta.
Marooned.
El sol de los trópicos provocó la fiebre
de la piratería antigua
en mis venas intensas.
Los vientos de la Patagonia tatuaron mi imaginación
con imágenes trágicas y obscenas.
Fuego, fuego, fuego dentro de mí.
Sangre, sangre, sangre, sangre,
me estalla el cerebro.
El mundo se rae en mí, enrojecido.
Me estallan las venas con un sonido de amarras
y feroz, voraz, revienta en mí
la muerte en bramidos del gran pirata cantando
hasta que sus hombres abajo sentían el pavor
en sus vértebras,
Fifteen men on the Dead Man’s chest.
Yo-ho ho and a bottle of rum!
Y después gritar, en una voz irreal, hasta denotar
en el aire:
Darby M’Graw-aw-aw-aw-aw
Darby M’Graw-aw-aw-aw-aw-aw-aw-aw
Fetch a-a-aft- the ru-u-u-u-u-u-u-u-u-um,Darby
Ah, qué vida aquella, esa era vida.
Eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh
Eh-laho-laHO-lahá-á-á-á-á
Eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh
Quillas quebradas, naves a pique, sangre
en los mares,
combés ensangrentados, despojos,
dedos cercenados en las amuradas,
cabezas de niños aquí y allá,
gente con los ojos desorbitados al gritar, al aullar.
Eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh
Eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh
Todo esto me envuelve como una capa en el frío.
Me froto con todo esto como una gata en celo
con un muro.
Clamo como un león hambriento,
arremeto contra todo como un toro enfurecido,
clavo las uñas, me destrozo las garras, sangran
mis encías sobre todo esto.
Eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh
De repente estalla en mis oídos
como un clarín junto a mí
el viejo grito, mas ahora metálico, airado,
llamando por la presa que ya se distingue,
la goleta que va a ser asaltada:
Ahó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó —-yyyy ...
Schooner ahó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó —-yyyy ...
Ya en mí no existe el mundo entero.
Me enardezco,
bramo en la furia del abordaje,
pirata-menor, César-Pirata;
robo, mato, despedazo, acuchillo,
sólo siento el mar, la presa, el saqueo.
Sólo siento que golpeo y que me golpean
la venas de mis fuentes.
Derrama sangre caliente la sensación de mis ojos.
Eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh
Ah piratas, piratas, piratas,
ámenme y ódienme, piratas,
mézclenme con ustedes, piratas.
Su furia, su crueldad, hablan a mi sangre
de un cuerpo de mujer que fue mío
en otro tiempo y cuyo celo sobrevive.
Quisiera ser una bestia que abarca todos
sus movimientos,
una bestia que hundiese los dientes
en las amuradas, en las quillas,
que comiese mástiles, bebiese sangre y alquitrán
en los combés,
destrozase remos, cordajes, poleame y velas,
serpiente de los mares, femenina y monstruosa,
cebándose en los crímenes.
Y hay una sinfonía de sensaciones incompatibles
y afines,
una orquestación en mi sangre de confusión
de crímenes,
de estrépitos espasmódicos en orgías de sangre
en los mares,
con furia, como un vendaval ardiendo en
el espíritu,
una polvareda caliente que nubla mi lucidez
haciéndome ver esto y soñarlo sólo con la piel
y las venas.
Los piratas, la piratería, las naves, el instante,
aquel instante marítimo en que la presa es asaltada
y el terror de las víctimas huye hasta la locura
―ese instante
en su total de crímenes, terror, naves, gente, mar,
nubes, cielo,
brisa, latitud, longitud, gritos,
quisiera que en su Todo fuese mi cuerpo
en su Todo, sufriendo,
que fuese mi cuerpo y mi sangre,mi ser enardecido,
y floreciera como una herida que se expande
en la carne irreal de mi alma.
Ah, ser todo en los crímenes, ser yo todos
los elementos que forman
los asaltos a los barcos y las matanzas
y las violaciones.
Ser cuanto sucedió en los saqueos,
cuanto vivió o quedó inerte en el lugar
de las tragedias sangrientas.
Ser el pirata resumen de toda la piratería en
su apogeo,
y la víctima síntesis, de carne y hueso, de todos
los piratas del mundo.
Ah, que mi cuerpo pasivo fuese la mujer todas las
mujeres
que fueron violadas, heridas, muertas, destrozadas
por los piratas.
Ser en mi subyugado ser la hembra que
teme pertenecerles
y sentir todo esto, sentir todas estas cosas recorrer
al mismo tiempo mis vértebras.
Oh, mis velludos y ásperos héroes de la aventura
y el crimen.
Mis bestias marítimas, esposos de mi imaginación.
Amantes casuales del desvió de mis sensaciones.
Quisiera ser Aquella que los espera en los puertos,
amantes odiados en el sueño de su sangre
de pirata.
Porque ella estaría con ustedes, única en el espíritu,
furiosa sobre los cadáveres desnudos de sus víctimas
en los mares.
Ella los habría acompañado en sus crímenes
y en la orgía oceánica,
su espíritu de bruja danzaría invisible entre
los movimientos
de sus cuerpos, de sus cuchillos, de sus manos
estranguladoras.
Y ella, esperándolos en tierra cuando llegaban,
si acaso llegaban,
bebería en los rugidos de ese amor todo el vasto,
todo el denso y siniestro perfume de sus victorias,
y a través de sus espasmos entonaría un Sabbat
enrojecido y amarillo.
La carne herida, abierta y destripada, con la sangre
derramándose.
Ahora, en el auge preciso de soñar lo que
ustedes hacían,
acercándome todo a mí, ya no les pertenezco,
soy ustedes,
ya mi femineidad que los acompaña es ser
sus almas.
Estar dentro de toda su ferocidad, cuando
la liberaban,
beber dentro de la conciencia sus sensaciones
cuando teñían de sangre alta mar
y cuando arrojaban a los tiburones
los cuerpos aún vivos de los heridos,
la carne sonrosada de los niños
y llevan a las madres a mirar por la borda
lo que les ocurría.
Estar con ustedes en la carnicería, en el pillaje,
orquestado en la sinfonía de los saqueos.
Ah, no sé, no sé cuánto quisiera ser para ustedes.
No sólo ser una hembra, ser las hembras,
las víctimas,
las víctimas―hombres, mujeres, niños, naves―,
no sólo ser la hora y los barcos y el oleaje,
no sólo ser sus almas, sus cuerpos, su furia,
su posesión,
ni concretamente ser su hecho abstracto de orgía,
no es sólo esto que yo quisiera ser―es más
que esto: Dios-Esto.
Porque es preciso ser Dios, el Dios de un culto
contrario,
un Dios monstruoso y satánico, Dios de
un panteísmo de sangre
que pueda colmar en toda su medida
mi furor imaginativo
y que nunca logre agotar mi ansia de identificarme
con cada uno y con todo y con el Más-Todo
de sus victorias.
Ah, tortúrenme para satisfacerme.
Hagan de mi carne el aire que sus cuchillos
atraviesan
antes de caer sobre las cabezas y las espaldas.
Que sean mis venas los vestidos que
las dagas traspasan,
mi imaginación el cuerpo de las mujeres que violan,
mi inteligencia el combés donde luchan de pie,
matando,
y toda mi vida―en su conjunto nervioso,
histérico, absurdo―
el gran organismo cuyas células conscientes
fueran cada acto de piratería cometido
―y todo yo un torbellino como una inmensa
pudrición del oleaje, ah y ser todo esto.
Con pavorosa velocidad, desmedido,
el mecanismo febril de mis visones
que se transbordan
gira ahora que es apenas mi conciencia, mi
volante,
un nebuloso círculo agobiado en el aire.
Fifteen men on the Dead Man´s chest.
Yo-ho ho and a bottle of rum!
Eh- laho-LaHO—-lahá-á-ááá—-ááá…
Ah, lo salvaje de este salvajismo.Mierda
toda la vida que no es esto, como la nuestra.
Yo, ingeniero, práctico por fuerza, sensible a todo,
aquí, en relación a ustedes cuando estoy detenido
y cuando camino,
también cuando yazgo o cuando, débil,me impongo;
estático, quebrando, disidente cobarde de su gloria,
de su gran poder estridente, encendido y sangriento.
Arre, por no actuar de acuerdo con mi delirio.
Arre, por andar siempre aferrado a la enaguas
de la civilización.
Por andar con la douceur des moeurs a cuestas,
como un fardo de olanes.
Niños de aceras―todos somos―del humanitarismo
moderno.
Estupores de tísicos, de neurasténicos,
de linfáticos,
sin coraje para ser violentos y audaces,
con el alma como gallina amarrada por una pierna.
Ah, los piratas, los piratas.
El ansia de lo que es ilegal y feroz,
el ansia de las cosas crueles y abominables
que como brama abstracta roe nuestros
débiles cuerpos,
nuestros nervios femeninos y delicados,
y nos enloquece con incontenibles fiebres
la mirada vacía.
Oblíguenme a arrodillarme ante ustedes.
Humíllenme y golpéenme.
Hagan de mí su esclavo, algo suyo,
y que su desprecio jamás me abandone,
oh, mis señores, mis señores.
Siempre tomar gloriosamente la parte sumisa
en los hechos sangrientos y en las sensualidades
desatadas.
Derriben sobre mí, como grandes, pesados muros,
las barbaries del antiguo mar.
Del este al oeste de mi cuerpo
esparzan la sangre de mi sangre,
besen con cuchillos y látigos y furia
mi alegre terror carnal de pertenecerles,
mi ansia masoquista de ofrecerme a su furor,
de ser el objeto inerte que sienta
su omnívora crueldad,
señores, dominadores, emperadores, corsarios.
Ah, tortúrenme,
acuchíllenme y ábranme,
deshecho en pedazos conscientes
frótenme en los combés,
espárzanme en los mares, déjenme
en las ávidas playas de las islas.
En mí ceben todo mi misticismo suyo,
cincelen la sangre de mi alma
y abran, hieran.
Oh, tatuadores de mi corporal imaginación,
amados desolladores de mi sumisión carnal.
Sométanme como se mata perro a patadas,
hagan de mí el pozo para su desprecio
de dominadores.
Háganme todas sus víctimas.
Como Cristo sufrió por todos los hombres,
quiero sufrir
por todas las víctimas que cayeron bajo sus manos,
sus manos callosas, sangrientas, con dedos
cercenados
en salvajes asaltos de amuradas.
Háganme cualquier cosa, como si fuese arrastrado
―oh placer, oh beso de dolor―
arrastrado por caballos que ustedes fustigan…
Pero esto en el mar, todo esto en el ma-a-a-ar,
esto en el MA-A-A-AR
Eh-eh-eh-eh-eh Eh-eh-eh-eh-eh-eh Eh-EHEH-
EH-EH-EH EH en el MA A-A-A-AR
Yeh eh-eh-eh-eh-ehYeh-eh-eh-eh-eh-eh
Yeh- eh-eh-eh-eh-eh eh-eh
Todo grita. Gritan vientos, oleaje, barcos,
mares, gavias, piratas, mi alma , la sangre
y el aire, y el aire.
Eh- eh-eh-eh.Yeh- eh-eh-eh-eh-eh.Yeh-eheh-
eh-eh-eh Todo canta gritando
FIFTEEN MEN ON THE DEAD MAN’S CHEST.
YO-HO-HO AND A BOTTLE OF RUM !
Eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh Eh-eh-eh-eh-eh-eheh
Eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh
Eh-laho-laHO-O-oo-lahá-á —-ááá
AHO-O-O-O-O-O-O-O-O-O-O —-YYYY…
SCHOONER AHO-O-O-O-O-O-O-O-O-O-O- - -YYYY…
Darby M’Graw-aw-aw-aw-aw-aw
DARBY M’GRAW -AW-AW-AW-AW-AW-AW
FETCH A-A-AFT THE RU-U-U-U-U-UM, DARBY!
Eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eheh-
eh!
EH-EH EH-EH-EHEH-
EHEH-
EHEH-
EH-EH!
EH-EH-EH-EH-EH-EH-EH-EH-EHEH-
EH-!
EH-EH-EH-EH-EH-EHEH-
EH-EH-EH-EH-EH-!
EH-EH-EH-EH-EH-EH-EH-EH-EH-EH-EH!
Algo se rompe en mí.
El enardecimiento ha anochecido.
Sentí un exceso: no puedo ya continuar sintiendo.
Se hundió mi alma y dentro de mí sólo quedó
un eco.
Decrece notablemente la velocidad del volante.
Salen un poco los sueños en las manos de los ojos.
Dentro de mí sólo hay un vacío, un desierto,
un mar nocturno.
Y al sentir el mar nocturno dentro de mí,
sube de sus lejanías, nace de su silencio
otra vez, otra vez el basto grito antiquísimo,
de repente , como un relámpago de sonido
que no es un estruendo sino ternura,
abarcando súbitamente todo el horizonte marino
húmedo y sombrío, humano, marino y nocturno,
voz de sirena distante llorando, llamando,
que viene del fondo de la Lejanía, del fondo del
Mar, del alma de los Abismos,
y a su tono, como algas, boyan mis sueños
desechos…
Ahó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó—-yy…
Schooner ahó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-—-yy…
Ah, sobre mi excitación el rocío.
La frescura nocturna en mi océano interior.
He aquí, ante una noche en el mar
llena de enorme misterio humano
de las olas nocturnas,
todo está en mí pronto.
La luna sube en el horizonte
y mi infancia feliz despierta en mí, como
una lágrima.
Mi pasado resurge como si ese grito marítimo
fuese un aroma, una voz, el eco de una canción
que busca de mi pasado
aquella felicidad que nunca más volveré a tener.
Era en la vieja casa sosegada a la orilla del río…
(las ventanas de mi cuarto y las del comedor
daban, por encima de una casas bajas, al río
cercano,
al Tajo, este mismo Tajo, pero en otro punto, más
distante…
Si yo ahora llegase a la misma ventana no llegaría
a la misma Ventana.
Aquel tiempo pasó como el humo de un vapor
en alta mar…)
Una inexplicable ternura,
un remordimiento conmovido y lloroso
por todas aquellas víctimas —especialmente
los niños—
que imaginé hacer al soñarme un antiguo pirata.
Una emoción conmovida porque fueron
mis víctimas;
pero tierna y suave, porque no lo fueron realmente.
Una ternura confusa, como un vidrio empañado,
azulado,
canta viejas canciones en mi pobre alma dolorida.
Ah, ¿cómo pude pensar, soñar aquellas cosas?
Que diferente soy de lo que fui hace
unos momentos.
Histeria de sensaciones —primero éstas,
después sus contrarias.
En la mañana rubia que se levanta como mi olvido
sólo escoge las cosas de acuerdo con esta emoción
—el murmullo de las aguas,
el leve murmullo de las aguas del río al encontrarse
con el muelle…
La vela pasando al otro lado del río,
los montes lejanos, de un azul japonés,
las casas de Almada,
y lo que hay de suavidad y de infancia en
la hora matutina…
Una gaviota pasa
y mi ternura es mayor.
Pero en nada he reparado durante este tiempo.
Todo fue una impresión de la piel, como una caricia.
Todo este tiempo no quité la vista de mi sueño
lejano,
de mi casa al pie del río,
de la ventana de mi cuarto que en la noche deba al río
y la paz del lugar esparcida en las aguas…
Mi vieja tía que me amaba a causa de un hijo
que perdió.
Mi vieja tía acostumbraba cantarme para que
yo durmiera
(si bien ya era yo un poco grande para eso)…
Recuerdo y las lágrimas caen sobre mi corazón
y lo lavan de la vida,
y se levanta una leve brisa marina dentro de mí.
A veces ella cantaba la“Nao Catrineta”:
Allá va la Nao Catrina
sobre las aguas del mar…
Y otras veces, una melodía muy melancólica y
tan medieval,
la“Bella Infanta”… Recuerdo, y la pobre vieja voz
se levanta dentro de mí.
Recuerdo que muy poco la recordé después, y ella
que me amaba tanto.
Qué ingrato fui con ella —y finalmente, ¿qué hice
yo con la vida?
Era la“Bella Infanta”…Yo cerraba los ojos y ella
cantaba:
Estando la Bella Infanta
en su jardín sentada
Yo abría un poco los ojos y veía la ventana
llena de luna
y después cerraba los ojos otra vez, y con esto
era feliz.
Estando la Bella Infanta
es su jardín sentada
su peine de oro en la mano
sus cabellos peinaba
Oh, mi pasado de infancia, muñeco que
me rompieron.
No poder viajar al pasado, a aquella casa y a
aquel cariño,
y siempre quedar allí, siempre contento y
siempre niño.
Pero esto fue el pasado —linterna en una esquina
de calle vieja
Pensar en esto me da frío, hambre de algo que
no puede obtenerse.
Me da remordimiento pensar en esto.
Oh, torbellino lento de sensaciones opuestas,
vértigo suave en el alma por causas confusas.
Furias rotas, ternuras como cordeles con que
los niños brincan,
gran abatimiento de la imaginación en los ojos
de los sentidos,
lágrimas, lágrimas inútiles,
suaves brisas de contradicción recorriendo la faz
del alma…
Evoco, para salir de esta emoción, por un esfuerzo
voluntario,
con un esfuerzo desesperado, marchito, inútil,
la canción del Gran Pirata cuando estaba muriendo:
Fifteen men on the Dead Man’s chest.
Yo-ho-ho and a bottle of rum!
Mas la canción es una línea recta mal trazada
en mi Interior…
Me esfuerzo y otra vez logro traer ante mis ojos
del alma,
otra vez, pero con una imaginación casi literaria,
la furia de la matanza, de la piratería, el apetito
del saqueo que se paladea,
de la carnicería inútil de mujeres y de niños,
de la frívola tortura de los pasajeros pobres hecha
por distracción
y de la sensualidad de romper y destruir las cosas
más amadas de los otros,
pero sueño todo esto con mi miedo, como si
alguien respirarse de pronto sobre mi nuca.
Recuerdo que sería interesante
ahorcar a los hijos frente a las madres
(sin querer me siento las madres de ellos),
enterrar vivos en las islas desiertas a los niños
de cuatro años
y llevar a los padres en lanchas hasta allá, para verlos
(me estremezco, y recuerdo un hijo que no tengo
y que está durmiendo tranquilo en casa).
Aguijón de un ansia fría de crímenes marinos,
de una inquisición sin la disculpa de la Fe,
crímenes ni siquiera como razón de ser de la maldad
o la furia.
hechos fríamente, ni siquiera por herir o por el mal,
ni siquiera para divertirnos:
apenas para pasar el tiempo
igual que uno pasa el rato en un comedor
de provincia
con la servilleta tirada al otro lado de la mesa
después de comer,
sólo por el suave gusto de cometer crímenes
abominables y no considerarlos gran cosa,
de ver sufrir hasta la locura y la muerte-por-el dolor
pero nunca llegar más allá…
porque mi imaginación rehúsa acompañarme.
Un escalofrío me contrae.
Y de pronto, pero más repentinamente
que la otra vez, de más lejos, de más hondo,
de pronto —oh pavor por todas mis venas—
el frío súbito de la puerta del Misterio que dentro
de mí se abrió y dejó pasar una corriente de aire.
Recuerdo a Dios, lo trascendental de la vida,
y de pronto la vieja voz del marino Jim Barns,
con quien hablaba,
convertida en la voz de ternura misteriosa
de mi anterior,
de esas pequeñas cosas de regazo de madre y cinta
de cabello de hermana,
pero asombrosamente venida del más allá
de la apariencia de las cosas,
la voz sorda y remota convertida en la Voz Total,
la voz sin Boca,
venida por fuera y por dentro de la soledad nocturna
de los mares,
llama por mí, llama por mí …
Viene sordamente, como si estuviese sofocada
y aún se oyese,
lejanamente, como si estuviese en otro lugar
y no la pudiéramos oír,
como un líquido guardado, una luz que se apaga,
un aliento silencioso,
de ningún sitio del espacio, ningún lugar
en el tiempo,
el grito eterno y nocturno, el soplo hondo y confuso:
Ahó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó—-yyy…
Ahó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó—-—-yyy…
Shooner ah- ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó
—-—-yyy…
Tiemblo por un frío del alma que recorre
mi cuerpo.
De pronto abro los ojos, que no tenía cerrados.
Ah, qué placer por fin salir de los sueños.
He aquí de nuevo al mundo real, tan bondadoso
para los nervios.
Aquí, en esta hora matutina cuando entran en
el puerto los paquebotes que arriban temprano.
No me importa ya el paquebote que entra:
aún está lejos.
Ahora lo que esté cerca me eleva el alma.
Mi imaginación práctica, higiénica, poderosa,
comienza en este momento a ocuparse
con las cosas modernas y útiles,
con los cargueros, con los paquebotes
y los pasajeros,
con las modernas cosas inmediatas, potentes,
comerciales, verdaderas.
Modera su giro en mi interior el volante.
Moderna vida marítima.
Todo limpieza, higiene, máquinas.
Todo tan bien arreglado, tan naturalmente ajustado:
las piezas de las máquinas, las naves por los mares,
todos los procesos comerciales de exportación
e importación
combinándose perfectamente,
corriendo todo como por leyes naturales,
ninguna cosa chocando con otra.
Nada perdió la poesía.Y están además
las máquinas ahora
con su poesía, y también esa nueva vida
sentimental, comercial, intelectual, mundana,
que infundieron las máquinas en las almas.
Como antes, los viajes son bellos,
y un barco siempre será bello sólo por ser un barco.
Viajar todavía es viajar y lo lejos está donde
siempre estuvo
en ninguna parte, gracias a Dios.
Los puertos están llenos con vapores
de muchas especies.
Pequeños, grandes, con diferentes disposiciones
de vigías,
de tan deliciosamente tantas compañías
de navegación.
Vapores diferentes en la destacada separación
de los anclamentos.
Tan agradable su garbo estático de cosas comerciales
que se desplazan en el mar,
en el viejo mar siempre homérico, oh Ulises.
La mirada humana de los faros en la distancia
de la noche,
y el faro repentinamente cercano en la noche
muy oscura
(“Qué cerca e la tierra estábamos pasando”.
Y el sonido del
agua hablándonos al oído)…
Todo es hoy como siempre, y ahora además
hay comercio.
Y el destino comercial de los grandes vapores
me envanece de mi época.
La gente a bordo de los barcos de pasajeros
me produce el orgullo de vivir en un tiempo
donde es fácil el mestizaje de las razas
y se transponen espacios para ver todas las cosas,
viviendo con la realidad de los sueños.
Limpios, reglados, modernos como un
escritorio con clips en redes de hilo amarillo,
mis sentimientos, comedidos ahora y naturales,
como de gentlemen,
son prácticos, ajenos a desvaríos.
Lleno de aire marino los pulmones,
como gente perfectamente consciente de cómo
es saludable respirar la brisa del mar.
El día ha avanzado ya hasta horas de trabajo.
Comienza todo a moverse, a regularizarse.
Con gran placer natural, directo, repaso
con el alma
todas las operaciones comerciales que necesitan
un embarque de mercancías.
Mi época es el sello que llevan todas las facturas,
y siento que todas las cartas de todos
los escritorios
debían estar dirigidas a mí.
Un grado de abordo posee tanta singularidad
y es hermosa como una asignatura
de comandante de la nave.
Rigor comercial de principio a fin en las cartas:
Dear Sirs —Messieurs―Amigos y Señores;
Yours faithfully― …nos salutation empressées…
Esto es humano y limpio, y por eso es bello,
y su fin es un destino marítimo, un vapor
donde embarcan
las mercancías de que trataron las cartas y facturas
Ah, complejidad de la vida. Las facturas
son escritas por gente
que vive amores, odios, pasiones políticas,
a veces crímenes
―pero son tan cuidadas, tan bien escritas,
tan ajenas a esto.
Hay quien mira una factura y no siente esto.
Con seguridad que tú, CesarioVerde, lo sentías.
Yo, hasta las lágrimas lo siento humano.
Vengan a decirme que no hay poesía
en el comercio, en los escritorios.
Ahora entra por toda la piel. La respiro
con este aire marino.
Pero esto viene con motivo de los vapores,
de la navegación moderna.
Pues las facturas y las cartas comerciales son
el principio de la historia,
y las naves que llevan las mercancías por
el mar eterno son el fin.
Ah, y los viajes, los viajes de recreo o
cualquier otros,
los viajes por mar donde somos compañeros
de una manera especial, como si un misterio
marino
uniese las almas y nos convirtiera por un momento
en patriotas efímeros de una inconstante patria
que eternamente se desplaza en la inmensidad
de las aguas.
Grandes hoteles del Infinito, oh trasatlánticos míos.
Con el cosmopolitismo total, perfecto, de nunca
detenerse en un punto
pero conteniendo todas las formas de vestidos,
de caras, de razas.
Los viajes, los viajeros—cuánta variedad de ellos,
cuántas nacionalidades sobre el mundo,
y profesiones, gentes.
Diversos destinos que se dan en la vida,
la vida que en el fondo es siempre la misma.
Cuántas caras raras.Todas las caras son raras
y nada posee tanta religiosidad como mirar
mucho a la gente.
La fraternidad no es una idea revolucionaria,
es algo que la gente aprende en su vida diaria,
donde tiene que tolerar todo,
y en ocasiones encuentra agrado en lo que tiene
que tolerar,
y un día acaba por llorar de ternura sobre
lo que toleró.
Esto es bello, es humano,
abraza nuestros sentimientos humanos,
tan convenientes y burgueses,
tan complicadamente sencillos,
tan metafísicamente tristes.
La vida inestable, diversa, acaba por educarnos
en lo humano.
Pobre gente, pobre gente toda la gente.
Me separo de esta hora en el cuerpo de esa nave
que ahora va saliendo. Es un tramp-steamer inglés,
muy sucio, como si fuese una nave francesa,
con un aire simpático de proletario de los mares,
y sin duda anunciado ayer en la última página
de los periódicos.
Me enternece el pobre vapor, va tan humilde
y tan natural.
Parece tener un cierto escrúpulo no sé en qué,
ser persona honrada,
muy cumplida en el alguna de tantas especies
de deberes.
Allá va dejando el lugar frente al muelle,
donde yo estoy.
Allá va tranquilamente, pasando donde
las naves estuvieron
en otro tiempo, en otro tiempo…
¿Hacia Cardiff? ¿Hacia Liverpool? ¿Hacia Londres?
No importa.
Él hace su deber. Así nosotros hacemos el nuestro.
Hermosa vida.
Buen viaje. Buen viaje.
Buen viaje, mi pobre amigo casual, que me hiciste
el favor
de llevar contigo la fiebre y la tristeza de mis sueños,
de restituirme a la vida para verte pasar.
Buen viaje. Buen viaje. Esto es la vida…
Cuán natural es tu aplomo, inevitablemente
matutino,
al salir hoy del puerto de Lisboa.
Siento un curioso cariño, grato, por eso.
¿Por cuál eso? Allá sé lo que es…Va …Pasa…
con un ligero estremecimiento
(T-t—t—-t——t——-t…).
Dentro de mí se detiene el volante.
Pasa, lento vapor, pasa y no permanezcas…
Pasa de mí, pasa de mi vista,
vete de dentro de mi corazón,
piérdete en la Lejanía, en la Lejanía (bruma
de Dios),
piérdete, sigue tu camino y déjame…
¿Quién soy para que llore o interrogue?
¿Quién soy para que te hable y te ame?
¿Quién soy para que me duela mirarte?
Se aleja del muelle, crece el sol, levanta su oro,
brillan los tejados de los edificios del muelle,
todo este lado de la ciudad brilla…
Parte, déjame,
sé ahora la nave en medio del río, destacada
y nítida,
después la nave saliendo del puerto, pequeña
y cercana,
después el vago punto en el horizonte
—oh angustia mía—,
un punto cada vez más vago en el horizonte….
después nada, y sólo yo mi tristeza,
y la gran ciudad ahora llena de sol
y la hora real y desnuda como un muelle
ya sin naves,
y el giro lento del guindaste que, como un compás
que gira,
traza un semicírculo de no sé qué emoción
en el silencio conmovido de mi alma …
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FERNANDO PESSOA
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