jueves, julio 25, 2013

PRIMERA ELEGIA DEL DUINO por RAINER MARIA RILKE



¿Quién me escucharía
entre las cohortes de ángeles, si grito?
Y aún cuando en su propio corazón, de súbito,
me tomara alguno, me aniquilaría su ser más pujante.
Pues, de lo terrible lo bello no es más que ese grado
que aún soportamos. Y si lo admiramos
es porque en su calma desdeña destruirnos.
Terrible es todo ángel. Por eso me callo
y de mis oscuros sollozos el clamos ahogo.
¡Ay! ¿De quién podemos valernos? No de ángeles ni de hombres.

Ya los animales, sagaces, advierten
que en el mundo dado no estamos tan cómodos
como en nuestra casa. Nos queda quizá
un árbol en una ladera; nos queda el camino de ayer
y también el apego de un hábito
al que le agradaba nuestra compañía;
se quedó y está.
¡La noche! ¡Oh, la noche, cuando el viento henchido
del espacio cósmico nos consume el rostro!...
¡Con quién la anhelada no se quedaría,
ella que tan suave, que tan dulcemente nos desilusiona!
Para el alma a solas una nueva prueba...
¿Es quizás más leve para los amantes?
¡Pero ellos se ocultan entre sí la suerte!
¿No lo sabes? Lanza fuera de tus brazos
hacia los espacios tu vacío, al aire donde respiramos;
todo su tamaño las aves, quizá,
lo sientan como un vuelo más hondo.
Sí, las primaveras te han necesitado.
Y entre las estrellas muchas te obligaban
a que las sintieras.
Hacia ti, del tiempo pasado se acercaba una ola
o cuando pasabas junto a una ventana
un violín se daba. Todo era un mensaje.
Pero, ¿lo has captado? ¿No te distraías aún en la espera,
como si las cosas todas el anuncio
fuera de una amada? ¿Dónde has de guardarla
cuando tus extraños grandes pensamientos
entren a tu casa
o salgan... y a veces se queden en la noche?
Si sientes nostalgia, canta a los amantes.
Todavía falta para que su célebre
sentimiento alcance la inmortalidad.
Recuerda que el héroe se mantiene siempre;
no fue su caída más que un subterfugio
para ser: un nuevo, sumo nacimiento.
Cántalas a ésas, las abandonadas
que por poco envidias y te parecieron
tanto más amantes que las satisfechas.
¡Comienza de nuevo la loa jamás accesible!
¡Pero las amantes! A ellas ,extenuada, las naturaleza
las toma en su seno de nuevo,
como si dos veces no tuviera fuerzas
para producirlas. A Gaspara Stampa
no la has recordado lo bastante para que cualquiera joven
que perdió al amado, con el noble ejemplo
de esta amante sienta: “Yo seré como ella”?
¿Estos más antiguos dolores al cabo
no han de resultarnos más fecundos? ¿No es tiempo
ya que nos libremos, nosotros que amamos,
del objeto amado?
lo resistamos temblando,
tal como la cuerda resiste la flecha,
para, así, en el salto reunida la fuerza,
ser más que ella misma.
No hay que detenerse.

¡Voces, voces, voces!
Corazón: escucha como antes tan sólo
los santos lo hacían, tanto que el inmenso llamado
del suelo elevábalos; pero, inconmovibles, se estaban de hinojos
y no lo seguían; tan sólo escuchaban.
No es, ni mucho menos, que la voz pudieras soportar de Dios.
Pero oye la brisa que sopla, el anuncio
que, hecho de silencio, jamás se interrumpe.
Pues, ahora, de esos que murieron jóvenes
te llega el murmullo. Dondequiera entraste
¿no te habló en iglesias de Roma o de Nápoles
con sereno acento su propio destino?
O quizás su augusto mensaje lo hallaste
en una inscripción,
como últimamente en la placa de Santa María Formosa.
¿Qué quieren de mí? Con dulzura debo
quitar la apariencia de injusticia en ellos,
que en algo al espíritu,
a veces, el puro movimiento estorba.

Realmente es extraño no habitar la tierra,
no ejercer empleos recién aprehendidos,
no dar a las rosas
ni a las otras cosas en sí promisorias
el significado el destino humano;
no ser más lo que uno antes era en las manos
infinitamente medrosas y hasta el propio nombre
dejar, como un roto juguete, de lado.
Raro los deseos no desear como antes;
raro ver flotando tan libre en el aire
lo que estaba unido.
Es el estar muerto tarea difícil,
un recuperarse de lleno, para, paso a paso,
sentir un asomo de la eternidad.
Todos los que viven cometen la falta
de hacer diferencias demasiado netas.
Los ángeles mismos (se dice) a menudo
no sabrían si andan por entre los vivos
o los que ya han muerto. La corriente eterna
sin cesar arrastra todas las edades
por las dos esferas
y en ambas impone silencio su voz.

Los arrebatados prematuramente
no nos necesitan al fin. Poco a poco
nos deshabituamos de lo terrenal,
como de los senos de maternos se apartan los niños.
No obstante, nosotros, que necesitamos
tan grandes misterios, para quienes nace tan frecuentemente
del duelo un progreso dichoso...
sin ellos, ¿podríamos ser?
¿Es vana leyenda creer que en el luto
por Linos, osada, la primera música
penetró la inánime materia reseca?
¿Qué en aquel espacio trémulo de espanto
del cual para siempre, casi un dios, el joven
se escapó de pronto, recién el vacío
convirtióse en esa vibración sublime
que hoy nos arrebata, consuela y ayuda?

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