lunes, febrero 28, 2011
PROTOCOLOS DE LOS SABIOS DE SIÓN.
Publicada también con el título de Protocolos los jefes de Israel, esta obra se ha presentado n el carácter de resumen de los estudios y acuerdo del Congreso sionista celebrado en Basilea en : 1897. Se ha negado su autenticidad, se ha considerado como un trabajo personal y particular del judío Teodoro Herzl, y hasta se ha dicho que no era sino una fantasía de un criminal o de un idiota. Sea el que fuere su origen, hay dos hechos indudables y de gran importancia, a saber: que su contenido es, en su mayor parte, un programa de maniobras encaminada la destrucción del orden social—programa que viene realizándose con tan rara coincidencia que a veces parece profética—; y que una copia manuscrita fue entregada en el Museo Británico en agosto de 1906, lo cual no permite dudar de que es anterior al desarrollo de la política que preconiza y a los sucesos que, en cierto modo, prevé vaticina.
Si existen o no los propósitos de dominación israelita mundial que se indican en los Protocolos, es cosa que no resta importancia a las cuestiones tratadas en ellos y a la acertada visión y crítica que contienen de las farsas de la llamada democracia. Tienen apartados o capítulos que merecerían : inscribirse íntegros en un recordatorio. Seleccionando las afirmaciones más trascendentales, su doctrina es la siguiente: Raro es el hombre que no aspira a gobernar, a ser si puede, dictador, estando dispuesto a sacrificar el bien de todos para lograr el suyo propio. Las fieras llamadas hombres se sometieron en un principio a la fuerza bruta, y más tarde a la ley, que viene a ser lo mismo, aunque disimulado; es decir que de acuerdo con la Naturaleza, el derecho reside en la fuerza. La libertad política no es un hecho, sino una idea utilísima para atraerse a las masas; la idea de libertadles irrealizable, porque :nadie sabe usar de ella en la justa medida, y basta dejar al pueblo que se gobierne a sí mismo durante algún tiempo, para que esa libertad degenere en licencia, surjan las disensiones y luchas sociales y queden reducidas a ceniza las grandezas de los estados.
En nuestra época, el poder del oro domina al de los gobiernos liberales, y cuando el Estado se agota en sus convulsiones o en luchas intestinas ya está en manos judías. El despotismo del capital, que monopolizamos (los judíos) completamente, se presenta como tabla salvadora a la que el Estado ha de acogerse para no perecer.
Nada tiene que ver la política con la moral; el que quiera gobernar, ha de valerse del engaño y de la hipocresía; la franqueza y la honradez son vicios en política; dejemos que sean considerados como virtudes por los cristianos. La palabra derecho es sólo una idea abstracta que puede traducirse así: Dame lo que quiero para que yo pueda probar que soy más fuerte que tú.
Únicamente un individuo preparado desde su infancia para el ejercicio de la autocracia puede conocer el lenguaje y la realidad políticas. Un gobierno beneficioso para el país y capaz de llegar al fin que se propone debe estar concentrado en las manos de un solo individuo responsable; sin un despotismo absoluto no puede existir la civilización, porque ésta no es obra de las masas, sino de su guía, sea el que fuere; la multitud es un salvaje que exterioriza su barbarie tan pronto como se le concede libertad para ello.
Los pueblos cristianos están embrutecidos por las bebidas alcohólicas, y su juventud por los estudios clásicos y por el desenfreno a que la llevan por todas partes nuestros agentes disfrazados de maestros, sirvientes, institutrices y viajantes, y nuestras mujeres en los sitios de diversión. Nuestro santo y seña es: "fuerza" (como principio) e "hipocresía" (o disimulo, como regla de gobierno).
Nosotros fuimos los primeros en brindar al pueblo las palabras Libertad, Igualdad y Fraternidad, tan repetidas luego por papagayos inconscientes y que han servido para destruir la prosperidad del mundo y la verdadera libertad individual, guardada en otro tiempo contra las exigencias de las masas. La proclamación de esos principios irrealizables nos dio la posibilidad de abolir los privilegios, esencia de la aristocracia de los cristianos y único medio de defensa que tenían contra nosotros los pueblos y naciones; sobre las ruinas de la nobleza hereditaria hemos asentado nuestra aristocracia de la inteligencia, cuyo fundamento está en las ciencias, que son guiadas por nuestros sabios, y la de las finanzas, que tienen por base la riqueza, que nosotros dominamos.
Necesitamos que las guerras, en la medida de lo posible, no den ventajas territoriales; de este modo llevaremos la guerra al terreno económico, poniendo a los contendientes a disposición de nuestros agentes internacionales.
La Prensa ha caído en nuestro poder; los estados no han sabido utilizar esa fuerza; gracias a ella hemos concentrado el oro en nuestras manos, entre torrentes de sangre y de lágrimas, y hemos conquistado una influencia decisiva sin salir de la sombra.
El pueblo ha caído bajo el yugo de acaparadores, de nuevos ricos, que le oprimen sin piedad; cuando le propongamos nutrir las filas de ese ejército de socialistas, de anarquistas, de comunistas, que sostenemos con el pretexto de la solidaridad entre los miembros de nuestra masonería social, apareceremos a sus ojos como libertadores de aquel yugo. Nuestro poder descansa en el hambre crónica, en la debilidad del obrero, porque eso le sujeta a nuestra voluntad y le quita la fuerza y la energía para oponerse a ella. Por la miseria y el odio venenoso que produce conduciremos a las multitudes; nos serviremos de sus manos para aplastar a los que se oponen a nuestros deseos.
Cuando impere nuestro régimen inculcaremos desde las escuelas primarias que no puede haber igualdad, por consecuencia de las diferentes actividades a que cada uno está destinado dentro de la división del trabajo; postulado básico de la existencia social, de la vida humana y del orden, y que lleva aneja la división de los hombres en clases y condiciones. Pero mientras eso llega, el pueblo, creyendo ciegamente la palabra impresa y las afirmaciones de la ciencia tal como la hemos hecho nosotros, se alimenta, a causa de los errores que se le insinúan en su ignorancia, del odio contra todas las condiciones que considera por debajo de sí, no comprendiendo la importancia de cada condición.
Cuando por todos los medios ocultos de que disponemos, con ayuda del oro que se halla en nuestras manos, hagamos sentir una crisis económica general, lanzaremos a la calle a multitudes de obreros que se dedicarán con voluptuosidad a verter la sangre de aquellos a quienes envidian desde siempre y a saquear sus bienes; no tocarán a los nuestros, porque conoceremos el momento del ataque y tomaremos medidas para garantizarlos. Desde la Revolución francesa, cuyos secretos de preparación conocemos tan bien como que fué enteramente obra nuestra, llevamos al pueblo de una decepción a otra, y actualmente somos invulnerables como fuerza internacional, pues cuando se nos ataca en un Estado, se nos defiende en los demás.
La palabra libertad sitúa a las sociedades humanas en lucha contra cualquier fuerza, contra cualquier poder, hasta con el de la Naturaleza y el de Dios; por eso, cuando triunfemos, nosotros desterraremos esa palabra del vocabulario humano, como principio de la brutalidad que convierte en bestias feroces a las multitudes.
El aumento de armamentos y del personal de policía es complemento necesario de nuestros planes; es preciso que en los estados, además de nosotros, sólo haya masas de proletarios, algunos millonarios que estén sometidos a nuestra influencia, soldados y policías; en toda Europa y en los otros continentes debemos suscitar la agitación, la discordia, el odio, conservando siempre los hilos de la intriga para provocar a voluntad el desorden o restablecer el orden, complicando además la vida de los Gabinetes de Estado con la política de contratos económicos y compromisos financieros. A cada oposición debemos estar capacitados para hacer declarar la guerra por los vecinos al país que se atreva a contraatacarnos, y si esos vecinos creen que deben coligarse contra nosotros, debemos rechazarlos por una guerra general.
En cuanto a las normas de conducta del futuro gobierno mundial bajo el déspota preparado por Sión, habrán de inspirarse, ante todo, en un respeto absoluto a la leyes; la obediencia a las autoridades se llevará a un grado superlativo; los abusos de poder se castigarán tan severamente que nadie se atreverá a incurrir en ellos; los jueces podrán dar pruebas de su bondad de corazón en la vida privada, pero no se les permitirá hacerlo en el terreno público y violar la ley con el pretexto de la misericordia. Cualquier intento de formación de una sociedad secreta será castigado con la muerte; pero mientras preparamos nuestro advenimiento, crearemos y multiplicaremos las logias masónicas en todos los países del mundo, atrayendo a ellas a todos cuantos son o pueden ser agentes eminentes.
A la Prensa, que sirve para exacerbar las pasiones y alimentar los egoísmos de los partidos, la unciremos y la colocaremos fuertes riendas; y lo mismo haremos con las demás obras impresas, de tal modo que nuestro gobierno se halle inmunizado contra todo ataque. No se notificará nada al público sin nuestra aprobación, resultado que ya estamos empezando a conseguir centralizando las noticias mundiales por medio de agencias, que entonces serán ya totalmente nuestras y sólo transmitirán lo que les prescribamos. No se consentirá la revelación de la deshonestidad pública por la Prensa, para evitar el desprestigio del Poder; y los casos de manifestación de la criminalidad sólo deberán ser conocidos por las víctimas y por los testigos le accidentales. Aunque hasta ahora hemos glorificado por medio de nuestra Prensa, discursos y manuales de historia a los llamados mártires de las ideas, con excelente resultado, una vez conseguido nuestro fin, despojaremos de todo prestigio al crimen político, que ocupará ante los tribunales el mismo le lugar que el robo, el asesinato y demás delitos comunes.
El régimen financiero se caracterizará por un impuesto progresivo sobre la propiedad, como principal ingreso; esto amenguará el crecimiento y acumulación de riquezas y beneficiará al pobre, haciendo desaparecer su odio al rico, a quien considerará como sostén de la paz y de la prosperidad común. Aquel impuesto progresivo hallará su complemento en otro de igual carácter sobre la aceptación de herencias y adquisición de propiedades.
Se disminuirá la producción de objetos de lujo, engendrador de rivalidades que corrompen las costumbres; para que los pueblos se acostumbren a e la obediencia hay que acostumbrarlos a la modestia. También se restablecerá la pequeña industria, pues un pueblo ocupado en pequeñas industrias no conoce el paro forzoso, se adhiere al orden existente y, en consecuencia, a la fuerza del Poder.
Después de algunas consideraciones relativas a empréstitos, termina el interesante documento con un breve capítulo referente a las condiciones que ha de reunir el rey de los judíos y a la manera de asegurar la eficacia de la dinastía mediante una educación minuciosa y adecuada.
Aunque la tendencia fundamental y algunas de las doctrinas expuestas resulten execrables, son numerosísimos los juicios y afirmaciones que pueden ser suscritos por cualquier hombre ecuánime que contemple el espectáculo del mundo democrático al margen de la Prensa y de la Política. Desde luego, puede creerse lo que se quiera acerca de los famosos Protocolos menos que sean la obra de un idiota.
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