miércoles, febrero 09, 2011

POSTAL por EDUARDO J. FARIAS ALDERETE



Estábamos frente a la iglesia San Francisco, calle Iquique ya tenía sus dos vías. Recostados en el césped del bandejón central, tu temías a los buses que se aproximaban a la acera, yo hablaba y hablaba como queriendo ahuyentar tus temores. El cielo nublado de verano nos observaba como a dos insectos, la noche murmuraba y nosotros sordos avivabamos el debate. El tiempo es el que rueda en un hilo interminable, somos sus fibras finitas, sus átomos de piel y voluntad, en síntesis nada. Nada si soñamos, si planeamos si recobramos aliento y seguimos, si nos rodeamos de libros como quien crea corazas y pronto perecemos, ciegos de tanto aguardar la luz mezquina, la palabra cierta , el ensalmo preciso.

Allí estábamos, y en décimas de segundo sentimos ser infinitos, esa mano que reposó descuidada en el muslo, esa cabeza en el regazo, esos dedos acariciando los cabellos. La certidumbre de lo frágil que es la existencia, nos lleva a creer por instantes, que permaneceremos para siempre. Aún recuerdo tu piel. Como una brújula. Como un compás sobre los planos de la vida.

Otro bus con trabajadores hacia las minas. Una entelequia de vehículos por ambas vías. Algo de vértigo, pensabas en tus proyectos, nuestros proyectos y en los caminos que encontrarías en tu paso. Cerré los ojos, quise creer en todo como ahuyentando a ese depredador escéptico morador de mis angustias. Algo me dijo que no volverías a ser tú y no volvería a ser yo.

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