sábado, agosto 31, 2013

DE UNA OBRA ABANDONADA por SAMUEL BECKETT


Me levanté tempranito ese día, era joven entonces, sintiéndome pésimo y salí, mamá estaba asomada a la ventana en camisón llorando y despidiéndose de mí. Qué mañana tan bonita y fresca, todo brillaba como suele suceder a esas horas. Me sentí pésimo de veras, muy violento. El cielo se oscurecería muy pronto y llovería y seguiría lloviendo todo el día hasta la tarde. Luego, en un segundo, todo azul y el sol, luego la noche. Sintiendo todo esto, qué violento y qué día, me detuve y volteé. Así, con la cabeza agachada, porque estaba buscando un caracol, un baboso o un gusano. Cuánto amor había en mí por todas las cosas estáticas y enraizadas, los arbustos, las piedras y cosas así, demasiado numerosas para mencionarlas, hasta las flores del campo; no sentía lo mismo por el mundo cuando en mis cinco sentidos llegaba a tocar algo así, o a cogerlo. Pero ahora un pájaro o una mariposa que flotaba por ahí metiéndose en mi camino, un gusano que se me metía debajo del pie, no, ahora ni siquiera sentía piedad por ellos. No que cambiara de camino para dirigirme hacia ellos, no, a cierta distancia de hecho parecían estáticos, luego, un rato después, estaban encima de mí. Una vez vi, con estos mis penetrantes ojos, unos pájaros que volaban tan alto, tan lejos, que parecían estar en reposo, y luego un minuto más tarde estaban todos a mi alrededor; esto me ha sucedido con los cuervos, por ejemplo. Los patos tal vez son los peores, cómo patalean y pierden el equilibrio entre los otros patos, o las gallinas, cualquier tipo de ave de corral, casi no hay nada peor. Y no me voy a salir de mi camino para esquivarlos, ¿verdad?, cuando son esquivables, no, simplemente no me da la gana de salirme de mi camino, aunque nunca en la vida he seguido un camino hacia algún lado, sólo he estado en mi camino. Y de esta manera he cruzado grandes matorrales, con los pies sangrando y me he metido en los pantanos también, en el agua, hasta en el mar cuando he estado de humor y me he salido de mi camino o he regresado, para no ahogarme. Y muy posiblemente moriré así si no me descubren, digo, ahogado, o en llamas, sí, quizá eso me ocurrirá al final, furioso, me echaré un clavado al fuego y moriré quemado cachito por cachito. Después alcé la vista y miré a mi madre que seguía despidiéndose de mí desde la ventana, agitaba la mano para que me fuera o para que volviera, no lo sé, o sólo estaba agitando la mano así nada más, llena de amor triste o desolado, y escuché sus gemidos leves. El marco de la ventana era verde pálido, los muros de la casa grises y mi madre blanca y tan delgada que se transparentaba ante mis ojos (muy penetrantes por entonces) que la atravesaban rumbo a la oscuridad de la habitación, y en toda aquella integridad, el sol casi recién salido, todo se empequeñecía por la distancia, todo era realmente bonito, me acuerdo bien, el viejo gris y luego el delgado verde rodeándolo todo y el delgado blanco contra lo oscuro, si sólo se hubiera quedado quieta y me hubiera dejado mirar. No, por única vez en la vida quería pararme y ver algo que no podía porque ella agitaba la mano y se movía y salía y entraba de la ventana como si estuviera haciendo ejercicio, capaz que lo estaba haciendo y yo era lo que menos le importaba. La falta de tenacidad frente al objetivo, ésa era otra cosa que no me gustaba de ella. Una semana hacía ejercicio por ejemplo, y la siguiente rezaba y leía la Biblia, y la siguiente arreglaba el jardín, y la siguiente tocaba el piano y cantaba, era espantoso, y luego sólo andaba por ahí o descansaba, siempre algo distinto. No me importaba gran cosa, yo siempre estaba fuera. Pero bueno, voy a seguir con lo del día que escogí para empezar, podría tratarse de cualquier otro, sí, para allá y para acá, en fin, basta de mi madre por ahora. Bueno, luego todo andaba sobre ruedas, sin problemas, sin pájaros encima de mí, nada estorbaba en mi camino salvo, a una distancia considerable, un caballo blanco y un niño que lo seguía, o tal vez era un enano o una mujer. Este es el único caballo completamente blanco que recuerdo, al que los alemanes llaman Schimmel creo, ah, era yo muy rápido de niño y absorbía un montón de conocimientos difíciles, Schimmel, bonita palabra para alguien que habla inglés. El sol lo cubría completamente, como antes cubría a mi madre, y parecía tener una banda roja o un lazo a un lado, a lo mejor era un cincho, tal vez el caballo iba a algún lado para que le pusieran el freno, a una trampa o algo así. Cruzó por mi camino allá a lo lejos, luego se esfumó, detrás de la hierba me imagino, lo único que noté fue la repentina aparición del caballo, luego su desaparición. Era de un color blanco muy brillante, el sol lo envolvía, nunca antes había visto un caballo así, aunque me habían platicado, y nunca volví a ver uno como aquél.
He de admitir que el blanco siempre me ha afectado profundamente, todas las cosas blancas, las sábanas, las paredes y demás, hasta las flores, y el blanco así nada más, el pensamiento de lo blanco, sin más. Pero voy a terminar el relato de ese día de una vez por todas. Todo iba perfectamente, sólo la violencia y luego este caballo blanco, cuando de pronto me puse furioso, furia enceguecedora. En realidad no sé ni por qué me entró tal rabia, estas furias repentinas hacían de mi vida algo miserable. Muchas otras cosas me enfurecí-an también, el dolor de garganta por ejemplo, nunca he sabido lo que se siente no tener ese dolor, pero lo peor era la rabia, como un viento inesperado que soplaba a mi alrededor, no, no puedo siquiera describirlo. No era la violencia en sí lo que empeoraba, eso no tiene nada que ver, a veces me sentía violento todo el día y no me daba rabia, a veces estaba tranquilo y me entraba la rabia cuatro o cinco veces. No, no hay modo de decirlo, no hay modo de decir nada con una mente como la que tengo, siempre alerta para ir en contra de sí misma, creo que retomaré el tema cuando me sienta menos débil. Hubo una época en que trataba de calmarme dándome golpes en la cabeza contra alguna cosa, pero al poco tiempo renuncié a ello. Lo mejor que podía hacer era correr. Por cierto, dicho sea de paso, era muy lento para caminar. No me iba quedando ni andaba de flojo, sólo caminaba muy lentamente, daba pasos cortitos y mis pies cruzaban el aire lentamente, En cambio, debo haber sido uno de los corredores más rápidos del mundo, siempre y cuando las distancias fueran cortas, cinco o seis yardas, en un segundo las recorría. Pero no podía continuar a la misma velocidad y no por problemas respiratorios, era algo mental, todo es mental, fragmentario. Y en cuanto al trote, por otro lado, me resultaba igual que volar. No, conmigo todo era lento y de pronto estos relámpagos o géiseres, hecho la raya, esta era una de mis expresiones favoritas, una y otra vez, cuando andaba por ahí decía hecho la raya. Afortunadamente, mi padre murió cuando yo era niño, porque de otro modo yo podría haberme convertido en todo un profesor, a mi padre le iba el corazón en ello. Además yo era un buen estudiante, no pensaba pero eso sí, qué memoria tenía. Un día le conté lo de la cosmología de Milton, estábamos allá arriba en la montaña descansando en una roca enorme que daba al mar, se quedó muy impresionado. El amor también, frecuentemente aparecía en mis pensamientos cuando era niño, pero no tanto como en otros niños, esto me mantenía despierto según pude observar después. Nunca amé a nadie creo, porque me acordaría. Sólo en sueños, allí había animales, animales de sueño, no como los que se ven sueltos por ahí en el campo, no podía describirlos, eran adorables criaturas, la mayoría blancos. De alguna manera esto del amor es una pena, una buena mujer podría haber estado conmigo y ahora yo podría estar echado al sol fumando mi pipa y dándole nalgadas a la tercera generación que me miraría con respeto y admiración, preguntándome qué habría de cenar, esto en vez de vagar por los mismos caminos en todos los climas, nunca fui bueno para la tierra nueva. No, no me arrepiento de nada, sólo lamento haber nacido, siempre he pensado que morir es un asunto demasiado largo y cansado. Pero ahora voy a retomar el asunto que me ocupaba en un principio, el caballo blanco y luego la furia, no hay entre ellos ninguna relación, supongo. Pero por qué continuar con todo esto, no lo sé, algún día terminaré, por qué no ahora. Estos son pensamientos ajenos, qué cosa, vergüenza me debería de dar. Ahora estoy viejo y débil y en medio de mi dolor y debilidad murmuro por qué y me detengo, y aquellos pensamientos vienen a mí y se me meten en la voz, los viejos pensamientos que nacieron conmigo y crecieron conmigo y se mantuvieron ocultos, debe haber otros. No, de vuelta a aquel día lejano, a cualquier día lejano, y desde el tenue suelo regalado hasta sus cosas y su cielo, los ojos subían y volvían después y volvían una y otra vez, y los pies no iban a ninguna parte, sólo, de alguna manera, a casa, en la mañana salían de casa y en la tarde regresaban a casa, y el sonido de mi voz todo el día murmurando las mismas cosas viejas que no oigo, ni siquiera las que me con-ciernen, mi voz, como un changuito sentado en mi hombro con la cola haciéndome compañía. Bla, bla, bla, en voz alta y rasposa, con razón tenía dolor de garganta. Tal vez debería mencionar aquí que nunca hablaba con nadie, creo que la última persona con quien hablé fue mi padre. Mi madre era igual, no volvió a hablar ni a contestar desde que mi padre murió. Yo le pregunté por el dinero, no puedo mencionar aquello ahora, tal vez esas fueron las últimas palabras que le dirigí. A veces me gritaba o me rogaba algo pero sólo un momentito, sólo unos cuantos gritos; luego, si yo volteaba los pobres labios delgados se le
tensaban y su cuerpo se daba la media vuelta y sólo me miraba por el rabillo del ojo, pero era raro. De vez en cuando por la noche la escuchaba, estaba hablando sola me imagino, o rezando en voz alta, o leyendo en voz alta, o canturreando sus himnos, pobre mujer. Bueno, después del caballo y la furia, yo qué sé, seguí y seguí y luego supongo que di la vuelta lentamente dejando caer la mano izquierda o la derecha hasta vislumbrar la casa e ir rumbo a ella. Ay, mi padre y mi madre, y pensar que a lo mejor están en el paraíso, eran tan buenos. Yo debería irme al infierno, es todo lo que pido, para poder continuar maldiciéndolos ahí y que ellos bajen la vista desde arriba y me escuchen, eso sí que le quitaría un poco de resplandor a su beati-tud. Sí, creo que todo el ruido que hacían acerca de la vida futura me sube los ánimos nada más pues no hay nada que aniquile una infelicidad como la mía. Estaba furioso desde luego y todavía lo estoy, pero era dócil, pasaba por dócil, qué buen chiste. No es que realmente estuviera furioso, sólo era raro, algo raro, y cada año que pasaba me hacía más raro, pocas criaturas hay tan raras como yo en la actualidad. Mi padre, ¿lo habré matado tal como lo hice con mí madre?; tal vez de alguna manera lo hice, pero no puedo hablar de ello ahora, estoy demasiado débil y viejo. Las preguntas se ponen a flotar mientras me desplazo y me dejan muy confundido, estoy a punto de decir basta. De repente están ahí, no, flotan, emergen de una profundidad muy vieja y se mecen y se quedan un rato antes de desvanecerse, preguntas que cuando yo estaba en mis cinco no habría sobrevi-vido ni un segundo, no, habrían sido aniquiladas antes de haber tenido cuerpo siquiera, aniquiladas. Venían de dos en dos a veces, una dominaba a la otra, así, ¿cómo podré continuar un día más?, es más, ¿cómo pude continuar un solo día? O, ¿habré matado a alguien? En ese tono, de lo particular a lo general digamos, estas preguntas y respuestas son bastante vacías. Las llevo a cuestas lo mejor que puedo, acelero el paso cuando vienen, muevo la cabeza de un lado al otro para arriba y para abajo, me quedo con la mirada fija y agonizante en eso y aquello haciendo de mi murmurar un grito, así me voy ayudando. Pero esto no tendría por qué ocurrir, algo anda mal, si fuera el final no me importaría gran cosa, pero cuántas veces en la vida he dicho antes de que algo grave sucediera Es el final y no era, y aun así, el final no puede estar lejos, seguro me voy a caer y me voy a quedar tirado o enroscado esperando a la noche como de costumbre entre las rocas y antes del amanecer estaré en otro lado. Sé que yo también dejaré de ser y seré como cuando aún no era, sólo que todo entero, eso me hace feliz, frecuentemente ahora mi murmurar se quiebra y se esfuma y lloro de felicidad cuando sigo mi camino y de amor por este mundo que me ha llevado sobre sus espaldas tanto tiempo y cuya falta de quejas pronto será mía. Estaré justo bajo la superficie, todo entero al principio, luego desmembrado y a la deriva, circulando a todo lo largo de la tierra y tal vez al final una parte de mí caerá por un acantilado hacia el mar. Una tonelada de gusanos en un metro cuadrado, esto sí que es un pensamiento maravilloso, una tonelada de gusanos, ya lo creo. De dónde lo sa-qué, de un sueño o de un libro que leí en mi escondite cuando era niño, o de una palabra oída tras la puerta por ahí o que había estado dentro de mí todo el tiempo y se había mantenido oculta hasta el momento de brindarme alegría, estos son los horribles pensamientos con los que tengo que luchar del modo que vengo mencionando. Ahora bien, ¿qué se puede agregar respecto de este día después del caballo blanco y de la madre blanca en la ventana? Por favor lean de nuevo las descripciones que de ellos he dado antes de que yo pase a otro día, tiempo después; no hay nada que agregar antes de que me desplace en el tiempo brin cándome cientos o tal vez miles de días de un modo que no podría haber utilizado en el momento en cuestión porque tenía que seguir y seguir rumbo al momento en que me encuentro ahora, no, nada, todo se ha ido menos la madre en la ventana, la violencia, la furia y la lluvia. Así que pasemos al segundo día y terminemos con él, quitémoslo del camino y pasemos al siguiente. Y he aquí que de pronto me hallé entre, y perseguido por, una familia o una manada, no lo sé, de armiños, algo verdaderamente extraordinario, creo que eran armiños. Ciertamente, si se me permite decirlo, creo que tuve la suerte de salir vivo, qué extraño decirlo, no suena bien, en fin. Cualquier otra persona habría salido mordisqueada y se habría desangrado y tal vez habría quedado blanca como un conejo, y dale con el blanco de nuevo. Sé que no se me habría ocu-rrido, pero de haber podido y haberlo hecho, simplemente me habría recostado y me habría dejado despe-dazar como lo hacen los conejos. Bien, pero voy a comenzar como siempre con la mañana y luego la
salida. Cuando un día regresa, por cualquier motivo, entonces su mañana y su tarde también están ahí, aunque en sí mismas bastante comunes y corrientes, la salida y el regreso a casa, hay algo digno de mencionarse en ello. Y de nuevo hacia la gris madrugada, muy débil y tembloroso después de una noche atroz y con pocos sueños almacenados dentro y fuera. En qué época del año, realmente no lo sé, qué importancia tiene. No estaba mojado en realidad sino chorreando, todo chorreaba, el día podía comenzar, ¿sí?, no, chorreando y chorreando todo el tiempo, sin sol, sin cambios de luz, nublado todo el día, y aun así, ni una brisita hasta la noche, luego oscuro y un poco de viento, vi unas estrellas al acercarme a casa. Mi bastón desde luego, por una misericordia de la providencia, ahí, no lo vuelvo a mencionar porque cuando no me refiero a él es porque está en mi mano, y sigo mi camino. Sin mi abrigo, sólo con la chamarra, nunca pude soportar el abrigo revoloteando entre mis piernas, o más bien un día me disgustó de pronto, me brotó un repentino disgusto. Con frecuencia cuando me arreglaba para salir lo sacaba y me lo ponía, luego me paraba al centro de la habitación sin poder moverme hasta que al fin me lo quitaba y lo colgaba de nuevo en el armario. Y acababa de bajar las escaleras y de tomar una bocanada de aire fresco, cuando el bastón se me cayó y caí de rodillas y luego de cara al suelo; algo realmente fuera de lo común y después de un ratito me puse boca arriba, nunca logré permanecer acostado boca abajo durante mucho tiempo, aunque me fascinaba; me sentía tan mal y me quedé ahí, media hora tal vez, con los brazos sobre los costados y las manos encima de las piedritas y los ojos bien abiertos vagando por el cielo. Ahora bien, ¿se trataba de mi primera experiencia de este tipo?, esa es la pregunta que le viene a uno a la cabeza de inmediato. Caídas había tenido bastantes, del tipo después del cual, a menos de haberse roto la pierna, uno se levanta y sigue su camino, maldiciendo a Dios y al hombre, muy otra cosa que en esta ocasión. Con tanta vida desperdiciada en el conocimiento, cómo saber cuándo comenzó todo, cuáles son las variantes que lanzan su veneno toda la vida hasta que uno sucumbe. Así pues de alguna manera las cosas viejas son las primeras, no hay dos bocanadas de aire iguales, todo es un repetir y repetir y todo es sólo una vez y nunca más. Pero voy a levantarme y a continuar y terminar con este día de una buena vez. Pero
qué sentido tiene seguir con todo esto, no hay nada. Día olvidado tras día olvidado hasta la muerte de mi madre, luego en un sitio distinto que pronto envejecerá hasta la hora de la hora. Y cuando llegue a esta no-che, aquí, entre las rocas con mis dos libros y la intensa luz de las estrellas, esta noche se me habrá escapado de las manos y también el día antes, mis dos libros, el chico y el grande, o tal vez sólo quedarán momentos aquí y allá muy quietos, este pequeño sonido que no entiendo, así que mejor voy a juntar mis cosas y a regresar a mi agujero, todo es ya tan pasado que hasta se puede contar. Ya pasó, ya pasó, hay un lugar en mi corazón para todo lo que ya pasó. No, porque pasan, me encanta esta palabra, unas palabras han sido mis únicas amantes, y no son muchas. Frecuentemente lo he dicho todo un día, al ir por ahí, y a veces he dicho vero, sí, vero. Ay, pero por esas terribles inquietudes que siempre he tenido, debería haber vivido en una gran habitación con eco y con un reloj de péndulo grandísimo, sólo escuchando y cabeceando, con la ventanilla abierta para poder observar el balanceo, moviendo los ojos para allá y para acá, y los pesos de plomo colgando más y más abajo hasta tenerme que levantar de la silla para izarlos de nuevo, esto una vez a la semana. El tercer día fue la mirada que me echó el caminante aquél, de pronto me doy cuenta ahora, el harapiento viejo bruto se inclinó en la zanja donde se encontraba, recargándose con la espalda o lo que fuera la cosa ésa, y mirándome de reojo desde el borde de su postura floja y descuidada, con la boca colorada, cómo es posible, me pregunto, que me hubiera percatado de su presencia; lo que sí, es el día que vi la mirada de Balfe, entonces sí que me aterroricé como un niño. Ahora que está muerto comienzo a parecerme a él. Pero continuemos, dejemos esas viejas escenas y quedémonos en éstas, y en mi recompensa. Ya no será como ahora, día tras día, afuera, a los lados, por arriba, por atrás, adentro, como hojas que se voltean, o que cayeron por ahí arrugadas, sino un tiempo largo y de una pieza, sin antes ni después, iluminado u oscuro, desde o hacia o en el viejo conocimiento a medias del cuándo y el dónde se ha ido, y del qué, y aún así algunas cosas quietas, todas a la vez, todas en movimiento, hasta que ya no haya nada, nunca hubo nada, sólo una voz soñando y zumbando por todas partes, eso es algo, la voz que alguna vez estuvo en tu boca. Bueno, y una vez afuera en la calle
y libre de toda posesión, entonces qué, realmente no lo sé, de repente ya estaba dando golpes por ahí con mi bastón, haciendo volar a las gotitas y maldiciendo, puras malas palabras, las mismas palabras una y otra vez, ojalá y nadie me haya escuchado. Me dolía la garganta, era un tormento tragar, y sentía algo en el oído, me la pasaba apachurrándome la oreja y no sentía alivio alguno, tal vez era pura cerilla lo que me presionaba el tímpano. Extraordinariamente quieto sobre el suelo y dentro de mí todo bastante quieto, qué coincidencia, por qué me salían esas palabrotas de la boca, no lo sé, no, qué tontería, y dando golpes al aire con el bastón, qué cosa tan suave y débil me estaba poseyendo mientras luchaba por seguir adelante. Serían los armiños, no, primero voy a hundirme otra vez y a desaparecer entre los helechos, me llegaban a la cintura cuando andaba por ahí. Qué cosas tan duras son estos helechos gigantes, como almidonados, como de madera, con unos tallos terribles, le arrancan a uno el pellejo de las piernas a través de los pantalones y luego esos hoyos que esconden, rómpete la pierna si no tienes cuidado, qué espantoso lenguaje es éste, cáete y desaparece del mapa, podrías quedarte tirado ahí semanas enteras sin que nadie te escuchara, pensaba en esto muy a menudo allá arriba en la montaña, no, qué tontería, sólo seguí mi camino, el cuerpo hacía todo de su parte sin mí.

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