viernes, agosto 30, 2013
MARCHA FÚNEBRE HACIA EL VALLE SAGRADO por PABLO ESPINOZA BARDI
Quizás fue imaginario, o quizás fue un sueño dentro de
otro sueño, la verdad, ya no podría estar tan seguro. Al
parecer muchos habían llegado antes que yo pues me
encontraba al final de una larga procesión con curiosos
toques mortuorios. Las entidades vestían oscuros
atuendos y poseían extrañas máscaras con forma de
calavera, rodeados estos a su vez con collares hechos de
flores marchitas. Todos ellos portaban humeantes
antorchas chisporroteantes bajo una noche iluminada
por una luna de irreales caracteristicas.
Caminamos unas cuantas medidas astrales y llegamos a
suntuosos jardines rodeados de murallas y templos semi
destruidos, hastiados de verdes enredaderas, y que en
cuyo patio central se encontraba adornado por piletas,
estatuas griegas y romanas, además de variadas especies
de flores y rosas. A ella le gustan las rosas blancas < Me
dije > le llevaré algunas. Pero por un motivo que no
puedo recordar aun, mis manos se encontraban frías y
pesadas, por lo que se me hizo imposible proceder a
cortarlas. En eso escucho una voz ahuecada, casi neutra,
que me dice:
– Joven, por favor no se detenga, porque atrasará al resto…
tenemos que llegar al valle sagrado. Hoy enterraremos a un
pobre diablo que no sabe lo que los Dioses le han otorgado.
Apresúrese. –
Caminamos unas cuantas medidas astrales más,
pasando por desiertos, llanuras y quebradas, hasta que
llegamos al inicio de un colosal valle de sombrías
formas. La procesión se detuvo, y al principio de la
enorme fila pude escuchar lo que parecía ser una
plegaria. Cada vez que terminaba una frase de la
oración, todos repetían al unísono una especie de contra
respuesta. Al rato, la procesión prosiguió su marcha,
esta vez acompañados de una banda de bronce que
ensombrecía el trayecto con melodías de carácter
fúnebre y lóbrego. Bombos, platillos y trompetas
sonaban paralelamente con el llanto ilusorio de las
mujeres que participaban de la demacrada comparsa.
Pude ver con algo de temor, que a medida que nos
adentrábamos en el valle pedregoso, una sombra
cadavérica parecía cubrirlo todo. En los peñascos y
colinas de los costados del valle, se podían ver pequeños
y borrosos puntos rojos que a medida que la vista se
acostumbraba a la penumbra, se podían ver bandadas
de cuervos conglomerados en inmensos manchones
negros... todos mirando inquisitivos. La caravana se
detuvo y una fantasmagórica voz habló gravemente
diciendo:
Hermanos y Hermanas. Al fin hemos llegado al valle sagrado.
Este será el lugar en donde enterraremos a esta pobre alma:
¡Oh colosales Dioses!
¡Dioses de todos los tiempos y de todos los espacios!
¡Atended mi llamado, os ruego!
¡Oled el incienso!
¡Oled el incienso!
¡Oled el incienso!
Un fétido humo amarillo empezó a penetrar por mi
nariz. Las personas que se encontraban delante de mí
empezaron a girar poco a poco mientras que millares de
cuervos explotaron en espectrales graznidos burlescos,
llenando todo el valle de su endemoniada risa. No pude
contener el terror que sentí en aquel momento y caí de
rodillas en la tierra.
El sujeto que me había hablado tiempo atrás en el jardín,
con su voz ahuecada y neutra, me dijo: - ¿Cómo, aun no
lo has comprendido, hijo de Adán? ¡Este funeral es para ti! -
Traté de sobrellevar la situación, tratando de no
impresionarme. Pero no pude. Grité. Grité con todas mis
fuerzas mientras cientos de manos huesudas se posaban
en mi tembloroso cuerpo transmitiéndome a la vez una
abismal frialdad. Todos aquellos rostros que interpreté
como máscaras en un principio se transformaron en
amasijos de podredumbre agusanada. Aquel sería mi
fin.
Mientras que mi cuerpo era arrastrado por todas
aquellas manos corrompidas hacia una profunda fosa,
en mi desesperación imploré a aquellos Dioses que
yacen dentro de mis sueños, pensamientos y
expectativas; pidiendo, deseando… rezando. Pero
mientras repetía mi rosario mental infinidad de veces,
me di cuenta que mi cuerpo se hizo ingrávido y difuso,
y fui succionado por una especie de embudo negro,
reapareciendo en otro lugar… ¿Real o irreal? Ya no
sabría decirlo.
Al recobrarme del efímero viaje, siento que mi cara entra
en contacto con una superficie fría. Era una cripta…
rodeada de rosas blancas e iluminadas por una
magnífica luna sardónica. Pero para mi sorpresa no se
trataba de la mía, que era lo que había esperado. No. Se
trataba de la cripta de mi “amante compañera”. Para
entonces, ya había recordado.
Traté de ponerme en pie. Pero no pude. Mis manos. Mis
manos tenían profundas heridas en sus muñecas.
Entonces comprendí todo. Quería quitarme la vida.
Pero por una extraña razón, o quizá no tanto, la sangre
de la herida se encontraba escarchada, coagulando de
esta forma el fluido y evitando que me desangrase más
de la cuenta. ¡Al final lo había comprendido! Los Dioses
sagrados me dieron una oportunidad más. Posiblemente
hubiese muerto en ambos planos mentales. Quién sabe.
Pero ahora se que al final Ella me estará esperando en
incontables ciclos solares, más allá de toda realidad e
irrealidad concebida... y caminaremos juntos por verdes
praderas, recorriendo azules arroyos adornados con
frondosos sauces y cipreses bajo un cielo rebosante de
quietud, hasta los mismos confines del cosmos.
Etiquetas:
PABLO ESPINOZA BARDI,
poesía nacional
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