Errados y desventurados poetas de antaño, nosotros no vivimos, camaradas, es decir, no quisimos sino en función de lo enigmático, a la manera de quienes evaden la constatación objetiva de que, únicamente, existe la medalla de la materia y su estilo, como expresión perentoria, dinámica. sustantiva, de un suceder histérico-dialéctico, temporal-espacial e infinito, simultáneamente, y el cual, íntegro, a ella afecta, y del cual es génesis y orden.
Así nos escondíamos de la naturaleza, adentro del arte y su religión pitagórica, y. buscando lo absoluto en lo transitorio, no miramos, cara a cara, la existencia.
Creamos los mitos, de la misma substancia de la cual estaban hechos el terror y el dolor humanos: por eso. adentro de la mitología de lo bello, resuena la tempestad cavernaria: y la belleza fue la disculpa de la cobardía interior y el puñal de la acción tronchada, y. también, la expresión de la ilusión burguesa, incapaz de vivir la vida como una obra de arte, respirando su gran atmósfera heroica. Es posible, quizá, un mundo de sueño en la pupila nuestra, y he ahí por qué la ojera metafísica, creciendo con crecimiento redondo, nos extenuó, como un vino terrible: el ladrido de la eternidad humana. Por tanto, rodamos a la nada, vacíos y espantosamente espantados del espanto, preasesinados por la tenebrosa tiniebla. como pin¬gajos. que hubiesen vivido uncidos a una coyunda invisible, a una cadena o a una persona de delirio, creada por los abismos mitológicos, que abriera la poesía en la unidad del ser viviente, con quejido gigantesco.
No requerís, vosotros, camaradas, la verdad irreal de la realidad, como objeto de belleza, sino como belleza, y la necesidad del sueño ha muerto.
Entonces, yo os recuerdo aquella canción mítica, a una canción mística —Jesucristo—, último Dios enigmático, como quien, sumando el drama horrendo de los años, entrega un universo de llamaradas, vértice y límite de la mentira subjetiva, razón de existir y sufrir y morir en las tinieblas, heroicamente.
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