martes, septiembre 10, 2013

EL TESORO ROJO DESENTERRADO por RODRIGO RAMOS BAÑADOS



Lautaro Villegas, de alrededor de 40 años, con tristeza decidió deshacerse de sus libros. Villegas al igual que sus vecinos armó una hoguera en el patio de su casa. Luego arrojó con delicadeza como quien se desprende de algo trascendente, uno a uno textos de editorial Quimantú o el libro rojo de Mao; luego lanzó obras enviadas desde la ex Unión Soviética (URSS). El humo brotó tímido desde los patios de la población Oriente. Eran los días posteriores al 11 de septiembre; momentos en que habían comenzado los brutales allanamientos en busca de cualquier indicio del derrocado gobierno.

La población Oriente durante la Unidad Popular era un reconocido refugio de izquierda; por eso la represión fue mayor en el sector.

El reconocido documentalista Omar Villegas, por esos días bordeaba los 18 años.  Recuerda que su padre quemó en un lapso de dos días, alrededor de 300 libros. Pudieron ser más, dice Omar con rostro de duda desde su casa ubicada en la calle Zenteno.

Lautaro Villegas era comunista. Omar dice que su padre era intelectual y en consecuencia leía de todo y mucho. Le agradaba leer revistas del cine que se hacían en la URSS, en China de Mao y Cuba de Fidel Castro. Otra pasión de su viejo, dice Omar, era la filatelia. Un amigo suyo que estudiaba en la Universidad Patricio Lumumba de Moscú, abastecía a Lautaro Villegas de libros, revistas y principalmente de estampillas.

Omar recuerda que su padre no quiso incinerar sus textos de cine y estampillas. Por esta razón excavó con la ayuda de sus hijos un hoyo de un poco más de un metro de profundidad. Luego enterró dos bolsas plásticas en un sector del amplio y terroso patio de su casa con revistas, libros y estampillas; era el tesoro de Lautaro.

Carabinero amigo

Omar Villegas recuerda que antes del golpe, la población Oriente destacaba por su organización. La mayoría de los vecinos mantenía la esperanza de un cambio profundo en el país. Los pobladores proyectaban su vida con la Unidad Popular.

Sin embargo la poesía del idealismo, dice Villegas,  se vino abajo.

Una de las imágenes más estremecedoras del 11 de septiembre en Antofagasta, recuerda Villegas, se produjo durante el tarde cuando una lluvia de balas trazadoras impactó en el edificio de la CCU, ubicado en la calle Zenteno –varias cuadras  debajo de la casa de los Villegas-. “La ciudad oscurecía y el tableteo de las ametralladoras no cesaba hacia la CCU, que había sido allanado días anteriores y en donde dicen habían obreros armados.  En la noche el tiroteo fue más escaso y esporádico, sólo se sentía el vuelo rasante de un helicóptero que  con potentes reflectores iluminaba el sector, mientras los vehículos militares  pasaban con rapidez de un lado a otro seguramente  transportando tropas armadas  hacia  las   poblaciones. Nosotros, en tanto, permanecíamos agazapados por los techos acarreando los sacos de pintura, brochas , resmas de papel , banderas , documento, un mimeógrafo y  la única  arma que teníamos, una Browing calibre 38”.

El traslado en pleno toquede de queda se hizo por dos patios colindantes, hasta llegar a la casa, desde allí había que sacarlas a la calle por Zenteno y llegar a Arauco hasta la casa  de un carabinero amigo de infancia  y leal al gobierno derrocado.

“Poco a poco, agazapados  y ocultos  por la oscuridad de la noche llegábamos hasta la enorme puerta de tablones y  jalábamos de una pita que se asomaba por un orificio, accionando la chapa, y en silencio entrábamos hasta  el sótano de la casa bajo un piso de tablones siempre embetunados de petróleo quemado mientras todos dormían o se hacían los dormidos en complicidad con nosotros”.

Dice que algunas veces esquivando los camiones militares , y ocultándose en antejardines y en zanjas y montículos de tierra de la construcción del alcantarillado, un grupo de pobladores de la Oriente (con Villegas en el medio) seguían transportando los sueños rotos en medio de balas trazadoras.

Amanecer del 12
El amanecer del 12 fue más tenso que el día  anterior, recuerda Villegas.

“Despertamos por  el ruido  de un helicóptero  que en vuelo rasante disparaba y  luego una explosión cerca de la avenida Circunvalación al borde de los cerros que rodean la ciudad (bombardeo de una avión de la FACH a una mina donde supuestamente había subversivos), mientras en las radioemisoras  intervenidas  y otras voluntariamente, sonaban los himnos y marchas militares, interrumpida de vez en cuando  por los bandos  amenazantes del nuevo  régimen y una que otra canción de los Huasos Quincheros o la Ginette Acevedo”.

El documentalista dice que mientras algunos brindaban con champaña , por la avenida Cautín -hoy Avda. Rendic- embanderada por   los partidarios del nuevo régimen, pasaban los camiones militares repletos  con detenidos hacia el Sokol, convertido en campo de prisioneros temporal.

“En la parroquia  de la Población Oriente los padres Juan y Bernardo,  curas obreros  Belgas ,  conocedores del horror Nazi , repudiaban el golpe y nos ofrecieron protección y sacarnos del país, la negativa nuestra fue rotunda desde allí. Desde la misma parroquia   organizamos la resistencia primero recopilando información sobre nuestros amigos y compañeros y luego iniciando contactos, incluso con los  detenidos de los primeros días , sacando información desde la cárcel en cajas de fósforo y cajetillas de cigarros  en clave”.

Recuerda que el terror era inminente y en cada hogar se vivía una incertidumbre; se dudaba de los vecinos,  de los familiares de los amigos se quemaban libros afiches, discos, documentos, fotos, todo era una pesadilla , se derrumbaban sueños y utopías.

“En el Mercurio de Antofagasta donde trabajaba mi padre había un policía de punto fijo y se revisaban, íntegras, las tiras de prueba antes de imprimir; la sede de la Universidad de Chile donde yo trabajaba también estaba intervenida por grupos de militares  que recorrían día y noche el campus. Todos éramos sospechosos”, dice.

El tesoro rojo

A pesar de todo, Villegas se mantuvo en Antofagasta. En una ocasión lo fueron a buscar. Recuerda que llegó una camioneta con agentes, acompañados de un personaje conocido como “Yayo”, al que Villegas reconoce como “sapo” (delator). Los vecinos lo alertaron antes del hecho, y pudo huir.
Posteriormente la trayectoria de Villegas, tuvo ligada la Iglesia Católica y a la Unión de Comunicadores Cristianos -quienes registraban lo que eludía la prensa oficial-.

Hace un tiempo; en momentos que la población Oriente se hace cada vez más estrecha con las ampliaciones de las casas, Villegas apeló a la memoria y halló el lugar donde su fallecido padre enterró las dos bolsas con  revistas, afiches y libros de la época de la Unidad Popular. “Dice que fue un momento extraordinario”.

Hoy el material sobresale de una repisa. Villegas saca un afiche de la época que dice: “En esta casa todos estamos con Allende”. 

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