miércoles, septiembre 11, 2013
CRÍTICA DE LA VIDA POLÍTICA por ARMANDO URIBE
Henos aquí, en la ratonera
del país que es un gato arestiniento
a la espera de vernos
acercarnos al queso y roerle la cáscara
para el zarpazo darnos en el cuello
y en seguida comernos, y al osario.
Estamos no pertenecemos al país donde estamos
¡ésta no es norteamérica! y sin embargo
hay edificios tal como en las postales
de después de la crisis de wall Street (se pronuncia guolstrit),
éste es el caso: se produjo la quiebra de
todo el golpe universal de estado,
estamos entre los escombros que quedaron,
las féminas con cintas de colores se pasean
con tacos agujas sus abuelas con palillos
tejen cartílagos y sus amantes de camisa
con rayas ya no usan pantalones y lucen espinillas atractivas y
los sexos se creen carismáticos.
La dictadura
no fue un error, tiene apellidos, como colas de rata o lagartija,
y su elenco de honor para asesinos los regocija todavía, y dura
indefinidamente; no fue un malentendido
sino la voluntad de pasar una lija de hierro por encima de los niños.
El siniestro, el grotesco, el que conjuga
palabras al revés, y convierte a los hombres
en mujercitas asustadas de las sombras
de la noche, en siluetas recortadas
con tijeras negruzcas homicidas,
y a las mujeres en mujer con barba,
ésa no muere. Mueren los poetas, los artistas
y los adolescentes; posan
para su pésima posteridad los torpes
ridículos y sórdidos malvados con su murga.
Viejas atrocidades: novedosas ex abominaciones:
las componen: latigazos del muslo al coxis:
bandas de acero al rojo blanco en los tobillos:
tatuajes de idiogramas en los senos:
sean de hombre o mujer: así se hicieron las fortunas
que hoy sirven a los hijos de los torturadores
y a las santas madres para las lápidas que
ponen sobre sus tumbas repletas de cosas.
Este país que ya no existe
necesita las voces más que nunca
quejosas de sus hijos los mejores
bien enterrados bajo mala historia
las cuales se alzan y en sus magros codos
de hueso astillas de ceniza gritan el país ya no es mío se ha acabado.
Me regalaron una máscara negra de seda negra con los flecos negros también.
Nunca la usé.
Se pudrió en un cajón.
Conmigo, como condecoración de lo que fui: antifaz; ¿y usted?,
que me oye tan atento mientras masca un hueso mío, ciérrese el marruecos.
"Me fastidia el país en que me han hecho nacer,
y en el que muero día a día.
En él, cuando vivía, en él moría deshecho, en el país de los desechos"
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