He estado durmiendo mal
últimamente, pero no se trata concretamente de eso. Es cuando parece que voy a
dormir cuando pasa. Digo «parece que voy a dormir» porque es justo eso.
Ultimamente, cada vez más, parezco estar dormido, tengo la sensación de que
estoy durmiendo, y sueño, sin embargo, en mi sueño con mi habitación, sueño que
estoy dormido y que todo está exactamente donde lo dejé al acostarme. El
periódico en el suelo, una botella de cerveza vacía en una silla, mi carpa
dorada dando lentas vueltas en el fondo de su pecera, todas las cosas íntimas
que son tan parte de mí como mi pelo, Y, muchas veces, cuando NO estoy dormido,
pero estoy en la cama, mirando las paredes, adormilado, esperando dormir, suelo
preguntarme: ¿aún estoy despierto o estoy dormido ya y sueño con mi habitación?
Las cosas han ido mal
últimamente. Muertes; caballos que corren mal; dolor de muelas; hemorragias,
otras cosas inmencionables. Tengo a veces la sensación de que, bueno, de que
las cosas no pueden pdnerse ya peor. Y entonces pienso, en fin, aún tienes una
habitación, no estás en la calle. Hubo tiempos en que no me importaban las calles.
Ahora, no puedo soportarlas. Puedo soportar ya muy poco. Me han pinchado,
acuchillado y sí, bombardeado incluso... tan a menudo, que sencillamente estoy
harto; no puedo soportar todo esto.
Y ahí está el asunto. Cuando me
acuesto y sueño que estoy en mi habitación o si está pasándome realmente y
estoy despierto, no sé, en fin, empiezan a pasar cosas. Me doy cuenta de que la
puerta del armario está un poquito abierta y estoy seguro de que no lo estaba
hace un momento. Luego veo que la abertura de la puerta del tocador y el
ventilador (ha hecho calor y tengo el ventilador en el suelo) se alinean
apuntando en línea recta a mi cabeza. Con un súbito giro, me aparto bufando de
la almohada, y digo «bufando» porque suelo maldecir bastante a «esos» o «eso»
que intentan echarme. Ya te oigo decir, «este tío está loco», y en realidad
quizás lo esté. Pero de todos modos no tengo la sensación de estarlo. Aunque
sea un punto muy débil a mi favor, si lo es en realidad. Cuando estoy fuera,
entre gente, me siento incómodo. Ellos hablan y tienen emociones en las que yo
no participo. Y es, sin embargo, cuando estoy con ellos cuando más fuerte me
siento. Y pienso esto: si ellos pueden existir apoyándose concretamente en esos
fragmentos de cosas, yo también puedo existir, sin duda. Pero es cuando estoy
solo y todas las comparaciones deben enfrentarse a una comparación de mí mismo
frente a las paredes, a la respiración, a la historia, a mi fin, cuando
empiezan a pasar cosas extrañas. Evidentemente soy un hombre débil. He probado
a recurrir a la Biblia ,
a los filósofos, a los poetas, pero para mí, no sé por qué, ninguno ha dado en
el blanco. Hablan de algo completamente distinto. Por eso dejé de leer hace ya
mucho. Hallé una cierta ayuda en la bebida, en el juego y el sexo, en este
sentido me he portado como cualquier hombre de la comunidad, la ciudad, la
nación. Con la diferencia única de que a mí no me interesaba «triunfar». No
quería familia, hogar, trabajo respetable, etc. Y así me veía yo: ni
intelectual ni artista, sin las auxiliadoras raíces del hombre normal, colgando
como algo etiquetado en medio y supongo, sí, que es el principio de la locura.
¡Y qué vulgar soy! Estiro la
mano y me rasco el culo. Tengo hemorroides, almorranas. Es mejor que la
relación sexual. Rasco hasta sangrar, hasta que el dolor me obliga a parar. Así
hacen los monos. ¿No les has visto nunca en los zoos con los culos rojos y
ensangrentados?
Pero déjame seguir. Aunque si te
interesa lo raro te hablaré del asesinato. Esos Sueños de la Habitación , permíteme
llamarles así, empezaron hace algunos años. Uno de los primeros fue en
Filadelfia. Entonces tampoco trabajaba y quizás estuviese preocupado por el
alquiler. Ya no bebía más que un poco de vino y algo de cerveza, y el sexo y el
juego aún no habían caído sobre mí con plena fuerza. Aunque vivía con una dama
de la calle por entonces me parecía muy extraño que ella quisiera más sexo o
«amor», como decía cuando se trataba de mí, después de estar con dos o tres o
más hombres aquel día y noche, y aunque yo tenía tanta cárcel y experiencia
encima como cualquier Caballero de la
Vida , daba una sensación rara meterla allí dentro después de
todo AQUELLO... y eso se volvía contra mí y lo pasaba muy mal:
—Querido —decía ella—, tienes
que entender que yo te AMO. Con ellos no es nada. No CONOCES a las mujeres. Una
mujer puede dejarte entrar y tú creer que estás allí dentro y no estarlo
siquiera. Contigo es distinto.
Pero las palabras no ayudaban
gran cosa. Sólo acercaban más las paredes. Y una noche, no sé si soñaba o no, me
desperté y ella estaba en la cama conmigo (o soñé que despertaba) y miré
alrededor y vi allí a todos aquellos hombrecillos, treinta o cuarenta,
atándonos con alambres a la cama, una especie de alambre de plata, y daban
vueltas y vueltas enrollándonos, por debajo de la cama, por encima, con el
alambre. Mi chica debió sentir mi nerviosismo. Vi que tenía los ojos abiertos y
que me miraba.
—¡Quieta! —dije—. ¡No te muevas!
¡Están intentando electrocutarnos!
—¿QUIEN ESTA INTENTANDO
ELECTROCUTARNOS?
—¡Maldita sea! ¡QUIETA he dicho!
¡No te muevas!
Les dejé trabajar un rato más,
fingiendo estar dormido. Luego, me alcé con todas mis fuerzas, rompiendo el
alambre, sorprendiéndolos. Le largué un viaje a uno, pero no le di. No sé dónde
se metieron, pero me libré de ellos.
—Acabo de salvarnos de la muerte
—dije a mi chica.
—Bésame, querido —dijo ella.
En fin, volvamos al presente.
Despierto por la mañana con estos cintazos en el cuerpo. Marcas azules. Hay una
manta concreta a la que he estado vigilando. Creo que esta manta se aprieta a
mí mientras duermo. A veces despierto y la tengo enrollada al cuello y apenas
puedo respirar. Siempre es la misma manta. Pero he procurado ignorarla. Abro
una cerveza, extiendo el programa de las carreras, miro por la ventana la
lluvia e intento olvidar todo. Quiero sencillamente vivir tranquilo y sin
problemas. Estoy cansado. No quiero imaginar ni inventar cosas.
Sin embargo esta noche volvió a
molestarme la manta. Se mueve como una serpiente. Adopta diversas formas. No se
está lisa y quieta encima de la cama. Y la noche anterior la tiré al suelo de
una patada. Luego la vi moverse. Vi moverse esa manta muy rápido cuando fingí
volver la cabeza. Me levanté y encendí todas las luces y cogí el periódico y me
puse a leer. Lo leí todo, la bolsa, los últimos estilos de la moda, cómo
cocinar una calabaza, cómo librarse de la yerba piojera; las cartas al
director, las columnas políticas, ofertas de trabajo, esquelas, etc. Durante
ese tiempo la manta no se mueve y bebo tres o cuatro botellas de cerveza,
quizás más, y luego a veces es de día y entonces resulta fácil dormir.
La otra noche pasó. Bueno,
empezó por la tarde. Como había dormido muy poco, me acosté por la tarde, a las
cuatro, y cuando desperté, o soñé con mi habitación otra vez, estaba oscuro y
tenía la manta enrollada al cuello, la manta había decidido que ¡Era EL
momento! ¡Basta de disimulos! ¡Iba a por mí, y era más fuerte! O más bien yo
parecía muy débil, como en un sueño, y me costó un trabajo inmenso impedirle
que me cortara del todo el aire, pero seguía colgando a mi alrededor, aquella
manta, dando rápidos y fuertes tirones, intentando cogerme descuidado. Empezó a
llenárseme la frente de sudor. ¿Quién iba a creer una cosa así? ¿Quién podía
creer aquello? Una manta que cobra vida e intenta matar a un hombre... Nada se
cree hasta que pasa por PRIMERA vez... como la bomba atómica o que los rusos
mandasen un hombre al espacio o que Dios descendiese a la tierra y luego le
clavasen en una cruz aquellos a los que El creara. ¿Quién puede creer todas las
cosas que pasan? ¿El último husmeo de fuego? ¿Los ocho o diez hombres y mujeres
en una nave espacial, la
Nueva Arca , camino de otro planeta a plantar la insípida
semilla del hombre una vez más? ¿Habría hombre o mujer capaz de creer que
aquella manta intentaba estrangularme? ¡Nadie, absolutamente nadie! Y, en
cierto modo, esto empeoraba las cosas. Aunque, por supuesto, no me afectase
gran cosa lo que las masas pensasen de mí, deseaba, en cierto modo, comprender
a la manta. ¿Extraño? ¿Por qué pasaba aquello? Y, también extraño, había
pensado a menudo en el suicidio, pero ahora que la manta quería ayudarme,
luchaba contra ella.
Por fin, logré librarme de aquel
chisme y tirarlo al suelo y encendí las luces. ¡Eso lo resolvería todo! ¡LUZ,
LUZ, LUZ!
Pero no, vi que aún se agitaba o
se movía un centímetro o dos allí, bajo la luz. Me senté y la observé
atentamente. Volvió a moverse. Treinta centímetros por io menos. Me levanté y
empecé a vestirme. Apartándome de la manta y bordeándola para coger los
zapatos, los calcetines, etc. Una vez vestido, no sabía qué hacer. La manta aún
seguía allí. Quizás un paseo, el aire de la noche. Sí, charlaría con el chico
de los periódicos de la esquina. Aunque esto ya no era posible tampoco. Todos
los chicos de los periódicos del barrio eran intelectuales. Leían a G. B. Shaw
y a O. Spengler y a Hegel. Y no eran chicos de los periódicos ya: tenían
sesenta, ochenta o mil años. Mierda. Salí dando un portazo.
Luego, cuando llegué a las
escaleras, algo me hizo volverme y mirar al descansillo. Acertaste: la manta me
seguía, avanzaba serpentinamente, los pliegues y sombras de delante aparentaban
cabeza, boca y ojos. Permite que te diga que en cuanto empiezas a admitir que
un horror es un horror, al fin se hace MENOS horror. Por un momento pensé en mi
manta como si fuese un buen perro que no quisiese estar solo sin mí y tenía que
seguirme. Pero luego caí en la cuenta de que aquel perro, aquella manta, había
salido a matarme, y entonces, a toda prisa, bajé las escaleras.
¡Sí, sí, vino tras de mí! Se
movía con la rapidez que quería bajando las escaleras. Sin ruido. Decidida.
Yo vivía en el tercer piso. Me
siguió escaleras abajo. Hasta el segundo. Hasta el primero. Mi primer
pensamiento fue salir corriendo fuera, pero fuera estaba muy oscuro. Es un
barrio tranquilo y solitario, lejos de las grandes avenidas. Lo mejor era acercarse
a la gente para cerciorarse de la realidad de los hechos. Son necesario como
MINIMO 2 votos para hacer real la realidad. Los artistas que han trabajado años
por delante de su época, han descubierto eso, y los casos de demencia y de
supuesta alucinación lo han puesto también al descubierto. Si eres el único que
ves una visión, te llaman santo o loco.
Llamé a la puerta del
apartamento 102. Salió a abrir la mujer de Mick.
—Hola, Hank —dijo—. Pasa.
Mick estaba en la cama, todo
hinchado, los tobillos de tamaño doble, con más vientre que una mujer
embarazada. Había sido un gran bebedor y había fallado el hígado. Estaba lleno
de agua. Esperaba que quedase una cama libre en el hospital de veteranos.
—Hola, Hank —dijo—. ¿Trajiste un
poco de cerveza?
—Vamos, Mick —dijo su vieja—, ya
sabes lo que dijo el doctor: se acabó, ni siquiera cerveza.
—¿Para qué es esa manta, Hank?
—preguntó él.
Miré. La manta había saltado
hasta mi brazo .para poder entrar inadvertida.
—Bueno —dije—, es que tengo
muchas. Pensé que podría serviros.
La eché sobre el sofá.
—¿No trajiste cerveza?
—No, Mick.
—Una cerveza seguro que podría
aguantarla.
—Mick —dijo su vieja.
—Bueno, es que resulta muy duro
cortar en seco después de tantos años.
—Bueno, quizás una —dijo su
vieja—. Bajaré a la tienda.
—No te molestes —dije—, traigo
yo unas cuantas de la nevera.
Me levanté y fui hacia la
puerta, vigilando la manta. No se movió. Estaba allí posada, mirándome desde el
sofá.
—En seguida vuelvo —dije, y
cerré la puerta.
Creo, pensé, que es cosa mental.
Llevé la manta conmigo e
imaginé que me seguía. Tengo que
relacionarme más con la gente. Mi mundo es demasiado limitado.
Subí a casa y metí tres o cuatro
botellas de cerveza en una bolsa de papel y luego empecé a bajar. Cuando iba
por el segundo piso oí un grito, un taco y luego un tiro. Bajé corriendo las
otras escaleras y me lancé hacia el 102. Mick estaba allí de pie todo hinchado
con una magnum del 32 de cuyo cañón salía un hilillo de humo. La manta seguía
en el sofá, donde yo la había dejado.
—¡Mick, estás loco! —le decía su
vieja.
—Es cierto ——dijo él—. En cuanto
entraste en la cocina, esa manta, que muerto me caiga ahora mismo si no es
cierto, esa manta saltó hacia la puerta. Intentaba girar el manubrio, para
salir, pero no podía. En cuanto me recuperé de la primera sorpresa, salí de la
cama y fui hacia ella, y cuando me acercaba, saltó del pomo, saltó a mi cuello
e intentó estrangularme.
—Mick ha estado enfermo —dijo su
vieja—. Ha estado poniéndose inyecciones. Ve cosas. Solía ver cosas cuando
bebía. En cuanto le ingresen en el hospital se pondrá perfectamente.
—¡Maldita sea! —gritó él
plantado allí todo hinchado con su pijama—. Te aseguro que ese chisme intentó
matarme, y suerte que la vieja magnum estuviese cargada y que pudiese correr al
aparador y sacarla y atizarle cuando intentó atacarme otra vez. Se escurrió.
Volvió otra vez 'al sofá y allí está. Puedes ver el agujero donde le metí la
bala. ¡No son imaginaciones mías!
Llamaron a la puerta. Era el
encargado.
—Hacen ustedes demasiado ruido
—dijo—. Nada de televisión ni radio ni ruidos fuertes después de las diez
—dijo.
Luego se fue.
Me acerqué a la manta. Tenía un
agujero, desde luego. Pamcía muy quieta. ¿Cuáles son los, puntos vitales de una
manta viva?
—Jesús, vamos a tomar una
cerveza —dijo Mick—. Me da igual morirme que no.
Su vieja abrió tres botellas y
Mick y yo encendimos un par de Pall Malls.
—Oye, amigo —dijo—, cuando te
vayas llévate la manta.
—Yo no la necesito, Mick —dije—.
Quédatela tú.
Bebió un gran trago de cerveza.
—¡Sácame ese maldito chisme de
aquí!
—Bueno, ya está MUERTA, ¿no? —le
dije.
—¿Cómo diablos voy a saberlo?
—¿Quieres decirme que te crees
ese absurdo de la manta, Hank?
—Sí, señora, lo creo.
Ella echó la cabeza hacia atrás
y soltó una carcajada.
—Vaya un par de chiflados, nunca
vi cosa igual —luego añadió—: Tú también bebes, ¿verdad Hank?
—Sí señora. _
—¿Mucho?
—A veces.
—¡Yo lo único que digo es que te
lleves esa condenada manta de aquí!
Bebí un buen trago de cerveza y
deseé que fuese vodka.
—De acuerdo, camarada —dije—, si
no quieres la manta, me la llevaré.
La doblé y me la eché al brazo.
—Buenas noches.
—Buenas noches, Hank, y gracias
por la cerveza.
Subí la escalera y la manta
seguía muy quieta. Quizás la bala la hubiese liquidado. Entré en casa y la eché
en una silla. Luego estuve sentado un rato, mirándola.
Luego se me ocurrió una idea:
cogí la panera y puse encima un periódico. Luego cogí un cuchillo. Puse la
panera en el suelo. Luego me senté en la silla. Me puse la manta sobre las
piernas: Y agarré el cuchillo. Pero costaba trabajo apuñalar aquella manta.
Seguí allí, sentado en la silla, el viento de la noche de la podrida ciudad de
Los Angeles entraba soplándome en la nuca, y qué trabajo me costaba clavar
aquel cuchillo. ¿Qué sabía yo? Quizás aquella manta fuese alguna mujer que me
había amado, y buscaba un medio de volver a mí a través de la manta. Pensé en
dos mujeres. Luego, pensé en una. Luego me levanté y entré en la cocina y abrí
la botella de vodka. El médico me había dicho que una gota más de licor y
estaba listo. Pero llevaba tiempo practicando. Un dedalito una noche. Dos la
siguiente, etc. Esta vez me serví un vaso lleno. No era el morir lo que
importaba, era la tristeza, el asombro, las pocas personas buenas que hay
llorando en la noche. Las pocas personas buenas. Quizás la manta hubiese sido
aquella mujer e intentase matarme para llevarme a la muerte con ella, o
intentase amar como una manta y no supiese cómo... o intentase matar a Mick
porque la había molestado cuando intentaba seguirme por la puerta... ¿Locura?
Seguro. ¿Qué no es locura? ¿No es una locura la vida? Todos estamos atados como
muñecos... unos cuantos vientos de primavera, y se acabó, y ya está... y damos
vueltas por ahí y suponemos cosas, hacemos planes, elegimos gobernadores.
Segamos el césped... Locura, sin duda, ¿qué NO ES locura?
Bebí el vaso de vodka de un
trago y encendí un cigarrillo. Luego alcé la manta por última vez y ¡CORTE!
Corté y corté y corté, corté aquel chisme en trozos— pequeñísimos... y metí los
trozos en el balde y luego lo puse junto a la ventana y puse en marcha el
ventilador para soplar el humo, y mientras la llama se alzaba, entré en la
cocina y me serví otro vodka.
Cuando salí estaba poniéndose
rojo y bien, como cualquier bruja del viejo Boston, como cualquier Hiroshima,
como cualquier amor, como cualquier amor, cualquiera, y yo no me sentí bien, no
me sentí nada bien. Bebí el segundo vaso de vodka y apenas lo noté. Entré en la
cocina a por otro, el cuchillo en la mano. Tiré el cuchillo en la fregadera y
desenrosqué el tapón de la botella. Volví a mirar el cuchillo que había echado
en la fregadera. En su filo había una mancha clara de sangre. Me miré las
manos. Las revisé buscando cortes. Las manos de Cristo eran hermosas manos.
Miré mis manos. No había ningún corte. No había ni un arañazo. Ni un rasguño.
Sentí rodar las lágrimas,
arrastrarse como cosas pesadas. e insensibles, sin piernas. Estaba loco. Tenía
que estar loco sin duda.
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