sábado, septiembre 07, 2013

Discurso de Salvador Allende desde los balcones de la Federación de Estudiantes de Chile (FECH) en la madrugada del 5 de septiembre de 1970; ante miles de trabajadores que festejaban el triunfo electoral.


Con profunda emoción les hablo desde esta tribuna por medio de estos deficientes amplificadores. ¡Qué significativa es -más que las palabras- la presencia del pueblo de Santiago que, interpretando a la inmensa ma­yoría de los chilenos, se congrega para reafirmar la victoria que alcanzamos limpia­mente el día de hoy, victoria que abre un camino nuevo para la patria, y cuyo princi­pal actor es el pueblo de Chile aquí congregado. Qué extraordinariamente signi­ficativo es que pueda yo dirigirme al pueblo de Chile y al pueblo de Santiago desde la Federación de Estudiantes. Esto posee un valor y un significado muy altos.
Nunca un candidato triunfante por la voluntad y el sacrificio del pueblo usó una tribuna que tuviera mayor trascendencia. Porque todos lo sabemos: la juventud de la patria fue vanguardia en esta gran batalla, que no fue la lucha de un hombre, sino la lucha de un pueblo; ella es la victoria de Chile, alcanzada limpiamente esta tarde.
Yo les pido a ustedes que comprendan que soy tan solo un hombre, con todas las flaque­zas y debilidades que tiene un hombre; y si pude soportar -porque cumplía una tarea- la derrota de ayer, hoy sin soberbia y sin espíri­tu de venganza acepto este triunfo que nada tiene de personal y que se lo debo a la unidad de los partidos populares, a las fuerzas socia­les que han estado junto a nosotros. Se lo debo a radicales, socialistas, comunistas, social de­mócratas, a gentes del MAPU y del API, y a miles de independientes. Se lo debo al hom­bre anónimo y sacrificado de la patria; se lo debo a la humilde mujer de nuestra tierra. Le debo este triunfo al pueblo de Chile, que en­trará conmigo a La Moneda el 4 de noviembre.
La victoria alcanzada por ustedes tiene una honda significación nacional. Desde aquí declaro, solemnemente, que respetaré los de­rechos de todos los chilenos. Pero también declaro, y quiero que lo sepan definitivamen­te, que al llegar a La Moneda, y siendo el pueblo gobierno, cumpliremos el compromi­so histórico que hemos contraído, de convertir en realidad el programa de la Uni­dad Popular.
Lo dije: no tenemos ni podríamos tener ningún propósito pequeño de venganza; tam­poco, de ninguna manera, vamos a claudicar, a comerciar el programa de la Unidad Popu­lar, que fue la bandera del primer gobierno auténticamente democrático, popular, nacio­nal y revolucionario de la historia de Chile.
Dije, y debo repetirlo: si la victoria no era fácil, difícil será consolidar nuestro triunfo y construir la nueva sociedad, la nueva convi­vencia social, la nueva moral y la nueva patria.
Pero yo sé que ustedes, que hicieron que el pueblo sea mañana gobierno, tendrán la responsabilidad histórica de realizar lo que Chile anhela para convertir a nuestra pa­tria en un país señero en el progreso, en la justicia social, en los derechos de cada hom­bre, de cada mujer, de cada joven de nuestra tierra.
Hemos triunfado para derrotar definiti­vamente la explotación imperialista, para terminar con los monopolios, para hacer una seria y profunda reforma agraria, para controlar el comercio de importación y ex­portación, para nacionalizar, en fin, el crédito, pilares todos que harán factible el progreso de Chile, creando el capital social que impulsará nuestro desarrollo.
Por esto, esta noche, que pertenece a la Historia, en este momento de júbilo, yo ex­preso mi emocionado reconocimiento a los hombres y mujeres, a los militantes de los partidos populares e integrantes de las fuer­zas sociales que hicieron posible esta
victoria que tiene proyecciones más allá de
la fronteras de la propia patria.


Para los que están en la pampa o en la estepa, para los que escuchan en el litoral, para los que laboran en la precordillera, para la simple dueña de casa, para el catedrático universitario, para el joven estudiante, el pequeño comerciante e industrial, para el hombre y la mujer de Chile, para el joven de la tierra nuestra, para todos ellos, el compro­miso que yo contraigo ante mi conciencia y ante el pueblo -actor fundamental de esta victoria- es ser auténticamente leal en la ta­rea común y colectiva. Lo he dicho: mi único anhelo es ser para ustedes el compañero pre­sidente.
Han sido el hombre anónimo y la igno­rada mujer de Chile los que han hecho posible este hecho social trascendental. Mi­les y miles de chilenos sembraron su dolor y su esperanza en esta hora que al pueblo pertenece. Desde otras fronteras, desde otros países, se mira con satisfacción pro­funda la victoria alcanzada. Chile abre un camino que otros pueblos de América y del mundo podrán seguir. La fuerza vital de la unidad romperá los diques de las dictadu­ras y abrirá el cauce para que otros pueblos puedan ser libres y puedan construir su propio destino.
Somos lo suficientemente responsables para comprender que cada país y cada na­ción tienen sus propios problemas, su propia historia y su propia realidad. Frente a esa realidad serán los dirigentes políticos de esos pueblos los que adecuarán la tácti­ca que deberá adoptarse. Nosotros solo queremos tener las mejores relaciones polí­ticas, culturales, económicas, con todos los países del mundo.
Solo pedimos que respeten -tendrá que ser así- el derecho del pueblo de Chile de haberse dado el gobierno de la Unidad Po­pular.


Somos y seremos respetuosos de la au­todeterminación y de la no intervención. Ello no significará acallar nuestra adhesión solidaria con los pueblos que luchan por su independencia económica y por dignificar la vida del hombre en los distintos conti­nentes.
Solo quiero realizar ante la historia el he­cho trascendental que ustedes han realizado, derrotando la soberbia del dinero, la presión y la amenaza; la información deformada, la campaña de terror, de la insidia y la maldad. Cuando un pueblo ha sido capaz de esto, será capaz también de comprender que solo tra­bajando más y produciendo más podremos hacer que Chile progrese y que el hombre y la mujer de nuestra tierra, la pareja humana, tengan derecho auténtico al trabajo, a la vi­vienda, a la salud, a la educación, al descanso, a la cultura y a la recreación.
Pondremos toda la fuerza creadora del pueblo en tensión, para hacer posible estas metas humanas que se ha trazado el pro­grama de la Unidad Popular.
Juntos, con el esfuerzo de ustedes, vamos a realizar los cambios que Chile reclama y necesita. Vamos a hacer un gobierno revolu­cionario.
La revolución no implica destruir, sino construir; no implica arrasar, sino edificar; y el pueblo de Chile está preparado para esta gran tarea en esta hora trascendente de nuestra vida.
9
Compañeras y compañeros, amigas y amigos:
¡Cómo hubiera deseado que los medios materiales de comunicación me hubieran permitido hablar más largamente con uste­des, y que cada uno hubiera oído mis palabras, húmedas de emoción, pero al mis­mo tiempo firmes en la convicción de la gran responsabilidad que todos tenemos y que yo asumo plenamente! Yo les pido que esta manifestación sin precedentes se con­vierta en la demostración de la conciencia del pueblo.
Ustedes se retirarán a sus casas sin que haya el menor asomo de provocación y sin dejarse provocar. El pueblo sabe que sus pro­blemas no se solucionan rompiendo vidrios o golpeando un automóvil. Aquellos que di­jeron que el día de mañana los disturbios iban a caracterizar nuestra victoria, se encontrarán con la conciencia y responsabilidad de uste­des. Irán a su trabajo mañana o el lunes, alegres y cantando; cantando la victoria tan legítimamente alcanzada, y cantando al futu­ro. Con las manos callosas del pueblo, las tiernas manos de la mujer y las risas del niño, haremos posible la gran tarea que solo un pueblo consciente y disciplinado podrá realizar.
América Latina y más allá de la frontera de nuestro pueblo miran el mañana nues­tro. Yo tengo plena fe en que seremos lo suficientemente fuertes, lo suficientemente serenos y fuertes, para abrir el camino venturoso hacia una vida distinta y mejor; para empezar a caminar por las esperanza­das alamedas del socialismo que el pueblo de Chile con sus propias manos va a cons­truir.
Reitero mi reconocimiento agradecido a los militantes de la Unidad Popular; a los que integran los partidos Radical, Comunista, Socialista, Social Demócrata, MAPU y API; y a los miles de independientes de izquierda que estuvieron con nosotros. Expreso mi afec­to y también mi reconocimiento agradecido a los compañeros dirigentes de esos partidos, que por sobre las fronteras de sus propias co­lectividades hicieron posible la fortaleza de esa unidad que el pueblo hizo suya. Porque el pueblo la hizo suya ha sido posible la vic­toria, que es la victoria del pueblo.
El hecho de que estemos esperanzados y felices no significa que vayamos nosotros a descuidar la vigilancia: el pueblo, este fin de semana, tomará por el talle a la patria y bailaremos desde Arica a Magallanes, y
desde la cordillera al mar, una gran cueca,
como símbolo de la alegría sana de nues­tra victoria.
Pero al mismo tiempo, mantendremos nuestros comités de acción popular en ac­titud vigilante, en actitud responsable, para estar dispuestos a responder a un llamado -si es necesario- que haga el comando de la Unidad Popular. Llamado para que los comités de empresas, de fábricas, de hos­pitales, de las juntas de vecinos y en los barrios y en las poblaciones proletarias vayan estudiando los problemas y las soluciones; porque presurosamente tendremos que po­ner en marcha el país. Yo tengo fe, profunda fe, en la honradez, en la conduc­ta heroica de cada hombre y de cada mujer que hizo posible esta victoria.
Vamos a trabajar más. Vamos a produ­cir más.
Pero trabajaremos más para la familia chilena, para el pueblo y para Chile, con or­gullo de chilenos y la convicción de que estamos realizando una grande y maravi­llosa tarea histórica.
¡Cómo siento en lo íntimo de mi fibra de hombre, cómo siento en las profundidades humanas de mi condición de luchador, lo que cada uno de ustedes me entrega! Esto que hoy germina es una larga jornada. Yo solo tomo en mis manos la antorcha que encendieron los que antes que nosotros lu­charon junto al pueblo y por el pueblo.
Este triunfo debemos tributarlo en ho­menaje a los que cayeron en las luchas sociales y regaron con su sangre la fértil se­milla de la revolución chilena que vamos a realizar.
Quiero, antes de terminar, y es honesto hacerlo así, reconocer que el gobierno entre­gó las cifras y los datos de acuerdo con los resultados electorales. Quiero reconocer que el jefe de plaza, general Camilo Valenzuela, autorizó este acto multitudinario, con la con­vicción y la certeza, dadas por mí, de que el pueblo se congregaría, como está aquí, en actitud responsable, sabiendo que ha con­quistado el derecho a ser respetado; respetado en su vida y respetado en su vic­toria; el pueblo que sabe que entrará conmigo a La Moneda el 4 de noviembre de este año.
Quiero destacar que nuestros adversarios de la Democracia Cristiana han reconocido en una declaración la victoria popular. No le vamos a pedir a la derecha que lo haga. No lo necesitamos. No tenemos ningún ánimo pequeño en contra de ella. Pero ella no será capaz jamás de reconocer la grandeza que tiene el pueblo en sus luchas, nacida de su dolor y de su esperanza.
Nunca, como ahora, sentí el calor huma­no; y nunca, como ahora, la canción nacional tuvo para ustedes y para mí tanto y tan pro­fundo significado. En nuestro discurso lo dijimos: somos los herederos legítimos de los padres de la patria, y juntos haremos la segunda independencia: la independencia económica de Chile.
Ciudadanas y ciudadanos de Santiago, trabajadores de la patria: ustedes y solo us­tedes son los triunfadores. Los partidos populares y las fuerzas sociales han dado esta gran lección, que se proyecta más allá, reitero, de nuestras fronteras materiales.


Les pido que se vayan a sus casas con la alegría sana de la limpia victoria alcanza­da. Esta noche, cuando acaricien a sus hijos, cuando busquen el descanso, piensen en el mañana duro que tendremos por delante, cuando tengamos que poner más pasión, más cariño, para hacer cada vez más gran­de a Chile, y cada vez más justa la vida en nuestra patria.
Gracias, gracias, compañeras. Gracias, gracias, compañeros. Ya lo dije un día: lo mejor que tengo me lo dio mi partido, la unidad de los trabajadores y la unidad po­pular.
A la lealtad de ustedes, responderé con la lealtad de un gobernante del pueblo; con la lealtad del compañero presidente.
Santiago de Chile, 4 de Septiembre de 1970.

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