Señoritas de octubre, menudas, aromáticas, palacios al
azar construidos por guaguas geniales según croquis de origen divino,
señoritas de octubre. universos de juguete, monumentos de juguete, cánticos a
la tierra escritos en perfume, miniaturas del cielo, jaulas en donde trinan los
pájaros grandiosamente locos de la belleza y el ruiseñor muerto de la nada,
rosas, ¡os beso las pequeñas manos!. ..
Bordáis los cementerios de encajes rosado-amarillos o
renegros como la misma muerte, y presidís las bodas en blancura, enternecéis
los ácidos corazones de piedra, metafisicos (¡tardes-verdes, tiempos de
azufre!...), dais miel a las abejas, y lloráis cuerdamente en el boudoir
de
las románticas
— ¡pues sabéis
desmayaros mejor que cualquier novia!
Felices rosas nubiles al amor de "La
Biblia", felices rosas púberes, rosales de Sarón o Jericó maravillosas,
antiguas e inocentes como el agua, llanas de elementales vagidos, rosas que
abristeis los pasmados ojos en Nazareth de Galilea, evocándoos viene
a la memoria un balar de corderos crepusculares y una voz de patriarcas:
rosas, rosas de Grecia intelectuales, blancas, puras, buenas, con olor a
fábulas de dioses compuestos por filósofos: rosas criadas en Alejandría.
Damasco. Alepo. Babilonia, lámparas de civilizaciones ya marchitas, lámparas de
lámparas, lujo de ciudades ricas, famosas, símbolos de un minuto a cuya sombra
vasta florecieron las industrias. el arte, la ciencia, según puntos de vista
opuestos a los de este enorme siglo: águilas: rosas, rosas, rosas de Francia
unánimes, graciosamente unánimes. rosas de Italia pasionales, donairosas,
rosas de Alemania colosales, filosóficas, rosas de Inglaterra cargadas de
brumas, nieblas, aguas, rosas de Siberia tiritando, rosas de las
Españas elocuentes, jacarandosas, imponentes, hembras del amor criminal y el
odio en canciones asesinas lo mismo que puñales moros, rosas
del Japón —el mirar oblicuo y las botitas insignificantes, cuadradas—. rosas,
rosas de Chile llenas de azules cielos ilustres y astros rurales, sonoridad de
grandes cóndores de sangre y un temblor como de sangre humana que viene
saliendo de la eternidad...
Ayer
de languidez y frágil pesadumbre inmaterial, parecéis mausoleos de ilusiones
pálidas, ¡pálidas!, pálidas, o sepulcros de tenues muñecas. y cunítas de
mimbre bucólicas, agrestes columpiando al aclarar la majestad de los niños.
Desde el primer dia del mundo venís andando, rosas: Eva
os llevó en la cara eximía, y Dios hizo al cuajaros la aurora del primer dia
del mundo: tan aéreas sois que simuláis insectos admirables, volando sobre los
claros jardines floridos, soñáis en la joya al rojo de las boquitas
infinitesimales y huís de las miradas del hombre mareadas con el frufrú goloso
de
las íntimas toilettes... ¡Oh! ¡capullos de rosales-carne enloquecedores!..................................
pies, rodillas, sexo, vientre, muslos de las caderas tranqueando hacia
el pubis, ¡rosas!, ¡rosas!.... ¡rosal del cuerpo femenino, panal de botones
olorosos a lujuria, sembrados desde el cabello a la uña del piececito chiquitín!...,
¡el botón abierto entre las piernas menudas!... ¡Canto las rosas, canto, porque
son recuerdos de aquel himno fragante que debió ser la tierra antigua!
Los
dedos ilusos d« la luna os amasaron las entrañas con fuego sideral. harina de
libres estrellas tristes y rubia, inmóvil ansia de los celestes lagos, y el
nido vertical de los capullos vuestros recoge los asombros de la mañana. las
últimas penas del poniente y el ruido oscuro, fabuloso y grande de las
profundas noches melancólicas.
Aureolasteis
el escepticismo imperial del siglo XVIII —farmacia e invernadero de abates,
reyes y poetas, motivo de galantes picardías galantes pintado por Wateau a la
acuarela en la camisa-rosa de Mme. Pompadour, sobre el calzón
marino de Louise Lavallière, y sueño de champaña
edificado a la sombra de un sollozo—: Richelieu. Ninon de Léñelos, la peluca de nieve ilusoria y el tacón
rojo sonrieron a vosotras en Versalles: el lúgubre epicúreo Voltaire amábaos como a niñas-niñas, coronasteis las colinas
del Renacimiento, egregias, ilustrisimas. y las breves marquesas os prendieron
a la liga, asesinándoos entre las páginas de Bocaccio. Rabelais. Petrarca. el
Aretino, a solas y en secreto.
El
corazón ingenuo de los enamorados, los cuentos, las novelas otoñales de las tibias
vírgenes desencantadas, el llanto fatal de la viuda con el llanto fatal de la
viuda por el llanto fatal de la viuda, los cándidos, ojerosos y tristes
ensueños, las confidencias que escuchó la almohada de los labios floridos, el
romanticismo de las colegialas, los besos furiosos como brasas quemantes de
volcanes ensangrentados, golosos y morosos como los niños de águila, el ocaso y
las sepulturas convergen a vuestra invitación de aves floridas.
Como
las orquestas floreales, agrarias, cosmogónicas, reunís el minueto ideal de
las esferas, la música de lo infinito, el sagrario de los mundos errando
ciegos, la religiosidad de existir, el sonido de Dios que es el gemido de Dios
y el ladrido de Dios: el aroma de lo absoluto por lo absoluto, os pobló de
canciones el cerebro: bermellón y carmín, carmín y bermellón,
ruborizándoos, robasteis a las niñas tímidas y al sol enorme y consuetudinario
la ecuanimidad perfecta, al sol enorme y abayonetado.
Fluis
cultura. ingeniocrada. errada selección a través de generaciones de
generaciones, dominio del dolor, armonia-melodia. naturalidad, simplicidad.
claridad; ascendéis al máximum la eterna canción de lo bello en colores, lineas
e imágenes; evocáis sutiles, ilustres, fragantes
cosas: pechos de mujer nueva, convites refinados en donde las burbujas parecen
un racimo de un racimo de diamantes, jardines o violines selectos al mohoso
poniente mirundo. riqueza, lujo, mohines, risas y amables aventuras de invierno
concluidas en la macabra fiesta de cipreses altos del panteón siniestro e
irremediable, sobre el pobre ensombrecido.
Aspirándoos, deshojándoos, rosas, conozco la inutilidad
sublime de la belleza, cumbre de Ja verdad estética; los surcos maduros de mi
frente cantan a la ilusión llenos de siembra; y lloro a carcajadas, rosas,
perdido entre los sepulcros de mi entendimiento terrible, bajo el embudo oscuro
de la nada, yo que sólo os conozco en sueños.
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