miércoles, septiembre 11, 2013

ELOGIO DE LAS ROSAS por PABLO DE ROKHA


Señoritas de octubre, menudas, aromáticas, palacios al azar construi­dos por guaguas geniales según croquis de origen divino, señoritas de octu­bre. universos de juguete, monumentos de juguete, cánticos a la tierra escritos en perfume, miniaturas del cielo, jaulas en donde trinan los pája­ros grandiosamente locos de la belleza y el ruiseñor muerto de la nada, rosas, ¡os beso las pequeñas manos!. ..


Bordáis los cementerios de encajes rosado-amarillos o renegros como la misma muerte, y presidís las bodas en blancura, enternecéis los ácidos corazones de piedra, metafisicos (¡tardes-verdes, tiempos de azufre!...), dais miel a las abejas, y lloráis cuerdamente en el boudoir de las románticas
¡pues sabéis desmayaros mejor que cualquier novia!
Felices rosas nubiles al amor de "La Biblia", felices rosas púberes, ro­sales de Sarón o Jericó maravillosas, antiguas e inocentes como el agua, lla­nas de elementales vagidos, rosas que abristeis los pasmados ojos en Naza­reth de Galilea, evocándoos viene a la memoria un balar de corderos cre­pusculares y una voz de patriarcas: rosas, rosas de Grecia intelectuales, blancas, puras, buenas, con olor a fábulas de dioses compuestos por filó­sofos: rosas criadas en Alejandría. Damasco. Alepo. Babilonia, lámparas de civilizaciones ya marchitas, lámparas de lámparas, lujo de ciudades ricas, famosas, símbolos de un minuto a cuya sombra vasta florecieron las indus­trias. el arte, la ciencia, según puntos de vista opuestos a los de este enorme siglo: águilas: rosas, rosas, rosas de Francia unánimes, graciosamente unáni­mes. rosas de Italia pasionales, donairosas, rosas de Alemania colosales, fi­losóficas, rosas de Inglaterra cargadas de brumas, nieblas, aguas, rosas de Siberia tiritando, rosas de las Españas elocuentes, jacarandosas, imponentes, hembras del amor criminal y el odio en canciones asesinas lo mismo que puñales moros,  rosas del Japón —el mirar oblicuo y las botitas insignifican­tes, cuadradas—. rosas, rosas de Chile llenas de azules cielos ilustres y as­tros rurales, sonoridad de grandes cóndores de sangre y un temblor como de sangre humana que viene saliendo de la eternidad...
Ayer de languidez y frágil pesadumbre inmaterial, parecéis mauso­leos de ilusiones pálidas, ¡pálidas!, pálidas, o sepulcros de tenues muñe­cas. y cunítas de mimbre bucólicas, agrestes columpiando al aclarar la ma­jestad de los niños.
Desde el primer dia del mundo venís andando, rosas: Eva os llevó en la cara eximía, y Dios hizo al cuajaros la aurora del primer dia del mun­do: tan aéreas sois que simuláis insectos admirables, volando sobre los cla­ros jardines floridos, soñáis en la joya al rojo de las boquitas infinitesima­les y huís de las miradas del hombre mareadas con el frufrú goloso de
las íntimas toilettes... ¡Oh! ¡capullos de rosales-carne enloquecedores!..................................
pies, rodillas, sexo, vientre, muslos de las caderas tranqueando hacia el pubis, ¡rosas!, ¡rosas!.... ¡rosal del cuerpo femenino, panal de botones oloro­sos a lujuria, sembrados desde el cabello a la uña del piececito chiquitín!..., ¡el botón abierto entre las piernas menudas!... ¡Canto las rosas, canto, porque son recuerdos de aquel himno fragante que debió ser la tierra antigua!    
Los dedos ilusos d« la luna os amasaron las entrañas con fuego side­ral. harina de libres estrellas tristes y rubia, inmóvil ansia de los celestes lagos, y el nido vertical de los capullos vuestros recoge los asombros de la mañana. las últimas penas del poniente y el ruido oscuro, fabuloso y grande de las profundas noches melancólicas.
Aureolasteis el escepticismo imperial del siglo XVIII —farmacia e invernadero de abates, reyes y poetas, motivo de galantes picardías galan­tes pintado por Wateau a la acuarela en la camisa-rosa de Mme. Pompa­dour, sobre el calzón marino de Louise Lavallière, y sueño de champaña edificado a la sombra de un sollozo—: Richelieu. Ninon de Léñelos, la pe­luca de nieve ilusoria y el tacón rojo sonrieron a vosotras en Versalles: el lúgubre epicúreo Voltaire amábaos como a niñas-niñas, coronasteis las coli­nas del Renacimiento, egregias, ilustrisimas. y las breves marquesas os pren­dieron a la liga, asesinándoos entre las páginas de Bocaccio. Rabelais. Pe­trarca. el Aretino, a solas y en secreto.
El corazón ingenuo de los enamorados, los cuentos, las novelas oto­ñales de las tibias vírgenes desencantadas, el llanto fatal de la viuda con el llanto fatal de la viuda por el llanto fatal de la viuda, los cándidos, oje­rosos y tristes ensueños, las confidencias que escuchó la almohada de los labios floridos, el romanticismo de las colegialas, los besos furiosos como brasas quemantes de volcanes ensangrentados, golosos y morosos como los niños de águila, el ocaso y las sepulturas convergen a vuestra invitación de aves floridas.
Como las orquestas floreales, agrarias, cosmogónicas, reunís el minueto ideal de las esferas, la música de lo infinito, el sagrario de los mundos errando ciegos, la religiosidad de existir, el sonido de Dios que es el gemi­do de Dios y el ladrido de Dios: el aroma de lo absoluto por lo absoluto, os pobló de canciones el cerebro: bermellón y carmín, carmín y bermellón, ruborizándoos, robasteis a las niñas tímidas y al sol enorme y consuetudi­nario la ecuanimidad perfecta, al sol enorme y abayonetado.
Fluis cultura. ingeniocrada. errada selección a través de generaciones de generaciones, dominio del dolor, armonia-melodia. naturalidad, simplici­dad. claridad; ascendéis al máximum la eterna canción de lo bello en colores, lineas e imágenes; evocáis sutiles, ilustres, fragantes cosas: pechos de mujer nueva, convites refinados en donde las burbujas parecen un racimo de un racimo de diamantes, jardines o violines selectos al mohoso poniente mirundo. riqueza, lujo, mohines, risas y amables aventuras de invierno concluidas en la macabra fiesta de cipreses altos del panteón siniestro e irremediable, so­bre el pobre ensombrecido.
Aspirándoos, deshojándoos, rosas, conozco la inutilidad sublime de la belleza, cumbre de Ja verdad estética; los surcos maduros de mi frente can­tan a la ilusión llenos de siembra; y lloro a carcajadas, rosas, perdido entre los sepulcros de mi entendimiento terrible, bajo el embudo oscuro de la nada, yo que sólo os conozco en sueños.

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