domingo, septiembre 01, 2013

PAN Y DIVERSION por GUY DOUMAYROU


“Nací sobre esta tierra, exijo la admisión en todos los trabajos
que en ella se ejercen, la garantía de usufructuar el fruto
de mi labor; exijo el adelanto de los instrumentos necesarios
para ejercer ese trabajo y de la subsistencia en compensación
del derecho de robo que la simple naturaleza me dio” (Charles
Fourier, Asociación doméstica y agrícola, 1822). Así se encuentra
perfectamente esquematizada la solución económica, pero
ésta está lejos de agotar el problema:
“Siendo el objetivo conducir inicialmente al lujo … es preciso
que la educación conduzca al trabajo productivo; sólo ella
puede conseguirlo, haciendo desaparecer una tarea muy vergonzosa
para la civilización, y que no se encuentra entre los
salvajes: es la grosería y la rudeza de las clases inferiores, la
duplicidad de lenguaje y de modos. Ese vicio puede ser necesario
entre nosotros, donde el pueblo aplastado por las privaciones
sentiría muy vivamente su miseria si fuese educado y culto;
pero en el estado social en que el pueblo gozará de un mínimo
superior al destino de nuestros buenos burgueses, no será necesario
embrutecerlo para amoldarlo a los sufrimientos que ya no
han de existir” (Charles Fourier, en la misma obra). Queda por
ende despejada toda ambigüedad. En una sociedad libertaria,
el trabajo productivo exigirá el refinamiento de las costumbres
y del pensamiento. ¿Cómo ha de ser, por lo tanto, ese trabajo?
Antes que nada sabemos que, bien comprendido y bien repartido,
desde ya podría ser reducido a un cortísimo tiempo de servicio
cotidiano para cada individuo. El automatismo robótico
que crea, en el régimen capitalista, los flagelos del desempleo y
de la supreproducción no debe ofrecer otra cosa a cada hombre,
más allá del derecho al trabajo, sino el derecho a la pereza.
Además de esto, ese trabajo liberado de la explotación patronal
y de las condiciones impuestas por un productivismo de
escasa visión, se reduce en la mayoría de los casos a una simple
vigilancia de las máquinas, cuya vida íntima conocerá el operario,
hombre culto, a ejemplo del antiguo artesano, tan perfectamente
como su manejo práctico; ese trabajo, convertido otra
vez en actividad normal como el beber y el comer, será no solamente
una necesidad social, sino también individual. En otras
palabras, el trabajo ya no será esa perpetua esclavización que
la religión justifica en tanto que “castigo divino”.
En esta perspectiva, ciertas actividades aún hoy consideradas
por la mayoría como irremediablemente reservadas a una
minoría, van a encontrar una nueva fórmula. Me refiero a la
investigación científica y a la creación artística. El lujo del cual
habla Fourier debe ser, tanto en el dominio del espíritu como en
la práctica, accesible a todos. Es lo que debería explicar, cien
años después del autor de la Asociación doméstica y agrícola,
el interrogante formulado por los surrealistas: “¿El surrealismo
es el comunismo del espíritu?”.
Suponiendo que, bajo un régimen jerárquico, Newton, “si
hubiese sido marinero o minero… no habría descubierto la ley
de gravitación universal” (Gaston Leval, Estudios anarquistas,
Nº 6), la sociedad libertaria deberá, por el contrario, dar a todos
el tiempo libre para ver cómo caen las manzanas y extraer
de ese hecho las conclusiones que se les antojen; en eso consistirá
su gran victoria.
Como corolario a la reducción masiva de las horas de trabajo,
asistiremos a la multiplicación de las posibilidades de satisfacer
la necesidad de conocimiento inherente a cada uno de
aquellos que no tenían anteriormente tiempo libre para eso. Y
se puede pensar que la accesibilidad de la creación artística y
poética a todos estaría lejos de ser un empobrecimiento: basta
constatar la decadencia de la canción popular en las manos de
los “profesionales”.
En realidad, la que presenta los problemas más arduos es la
aplicación del nuevo régimen, dado que los períodos de transición
son los más difíciles.
Se trata, para desembocar en la situación que acabo de evocar,
de partir de una organización (si se puede decir así) donde
las masas populares están, de manera muy general, insensibilizadas
y esterilizadas por un fardo de demagogias contradictorias
en sus medios, cuando no en su fin, en tanto que la actividad
mental, que debería ser lo esencial para todos, se encuentra monopolizada
por algunos especialistas raramente desinteresados.
Durante el período de reorganización política y económica,
que requiere una actividad intensa por parte de todos, no se
debe descuidar ni por un instante la delicada tarea de restablecer
los todos derechos de todos a la conciencia individual. El
ejemplo de Barcelona (1936) no demostró que nada impide, en
períodos revolucionarios, el desarrollo de las escuelas y de las
universidades populares. Es preciso además que la enseñanza
suministrada no lo sea al acaso: sabemos muy bien que el falso
conocimiento es peor que la ignorancia, y de buen grado pensamos
que una conciencia más clara de las necesidades profundas
del hombre, considerado como un todo vivo, cuyos principios
materiales y espirituales no cesan de actuar los unos sobre los
otros, le habría evitado varios errores fatales de juicio a los
revolucionarios del pasado.
Es por eso que pensamos que toda propaganda revolucionaria
será ineficaz si se limita al dominio social y económico: la
reivindicación humana debe entenderse para bien más allá del
pan y del vino cotidianos, como, a pesar de todo, lo expresa tan
ingenuamente un romance nacido de la Comuna, el deseo de
los hombres, que no se restringe a ninguna época en particular:

“Las muchachas tendrán la locura en la mente…”.

Guy Doumayrou

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