viernes, septiembre 06, 2013
LA CASA DEL ESPEJO por LEWIS CARROLL
Desde luego hay una cosa de la que estamos bien seguros y es que el gatito
blanco no tuvo absolutamente nada que ver con todo este enredo... fue
enteramente culpa del gatito negro. En efecto, durante el último cuarto de hora,
la vieja gata había sometido al minino blanco a una operación de aseo bien
rigurosa (y hay que reconocer que la estuvo aguantando bastante bien); así que
está bien claro que no pudo éste ocasionar el percance.
La manera en que Dina les lavaba la cara a sus mininos sucedía de la
siguiente manera: primero sujetaba firmemente a la víctima con un pata y luego
le pasaba la otra por toda la cara, sólo que a contrapelo, empezando por la nariz:
y en este preciso momento, como antes decía, estaba dedicada a fondo al gatito
blanco, que se dejaba hacer casi sin moverse y aún intentando ronronear... sin
duda porque pensaba que todo aquello se lo estarían haciendo por su bien.
Pero el gatito negro ya lo había despachado Dina antes aquella tarde y así fue
como ocurrió que, mientras Alicia estaba acurrucada en el rincón de una gran
butacona, hablando consigo misma entre dormida y despierta, aquel minino se
había estado desquitando de los sinsabores sufridos, con las delicias de una gran
partida de pelota a costa del ovillo de lana que Alicia había estado intentando
devanar y que ahora había rodado tanto de un lado para otro que se había
deshecho todo y corría, revuelto en nudos y marañas, por toda la alfombra de la
chimenea, con el gatito en medio dando carreras tras su propio rabo.
--¡Ay, pero qué malísima que es esta criatura!-- exclamó Alicia agarrando al
gatito y dándole un besito para que comprendiera que había caído en desgracia. -
-¡Lo que pasa es que Dina debiera de enseñarles mejores modales! ¡Sí señora,
debieras haberlos educado mejor, Dina! ¡Y además creo que lo sabes! añadió
dirigiendo una mirada llena de reproches a la vieja gata y hablándole tan
severamente como podía... y entonces se encaramó en su butaca llevando
consigo al gatito y el cabo del hilo de lana para empezar a devanar el ovillo de
nuevo. Pero no avanzaba demasiado de prisa ya que no hacía más que hablar, a
veces con el minino y otras consigo misma. El gatito se acomodó, muy
comedido, sobre su regazo pretendiendo seguir con atención el progreso del
devanado, extendiendo de vez en cuando una patita para tocar muy
delicadamente el ovillo; como si quisiera echarle una mano a Alicia en su
trabajo.
--¿Sabes qué día será mañana? --empezó a decirle Alicia--. Lo sabrías si te
hubieras asomado a la ventana conmigo... sólo que como Dina te estaba lavando
no pudiste hacerlo. Estuve viendo cómo los chicos reunían leña para la fogata...
¡y no sabes la de leña que hace falta, minino! Pero hacía tanto frío y nevaba de
tal manera que tuvieron que dejarlo. No te preocupes, gatito, que ya veremos la
hoguera mañana! Al llegar a este punto, a Alicia se le ocurrió darle dos o tres
vueltas de lana alrededor del cuello al minino, para ver cómo le quedaba, y esto
produjo tal enredo que el ovillo se le cayó de las manos y rodó por el suelo
dejando tras de sí metros y metros desenrollados.
--¿Sabes que estoy muy enojada contigo, gatito? --continuó Alicia cuando
pudo acomodarse de nuevo en la butacona--, cuando vi todas las picardías que
habías estado haciendo estuve a punto de abrir la ventana y ponerte fuera de
patitas en la nieve! ¡Y bien merecido que te lo tenías, desde luego, amoroso
picarón! A ver, ¿qué vas a decir ahora para que no te dé? ¡No me interrumpas! --
le atajó en seguida Alicia, amenazándole con el dedo--: ¡voy a enumerarte todas
tus faltas! Primera: chillaste dos veces mientras Dina te estaba lavando la cara
esta mañana; no pretenderás negarlo, so fresco, que bien que te oí! ¿Qué es eso
que estás diciendo? (haciendo como que oía lo que el gatito le decía) ¿que si te
metió la pata en un ojo? Bueno, pues eso también fue por tu culpa, por no cerrar
bien el ojo... si no te hubieses empeñado en tenerlo abierto no te habría pasado
nada, ¡ea! ¡Y basta ya de excusas: escúchame bien! Segunda falta: cuando le
puse a Copito de nieve su platito de leche, fuiste y la agarraste por la cola para
que no pudiera bebérsela. ¿Cómo?, ¿que tenías mucha sed?, bueno, ¿y acaso ella
no? ¡Y ahora va la tercera: desenrollaste todo un ovillo de lana cuando no estaba
mirando!
--¡Van ya tres faltas y todavía no te han castigado por ninguna! Bien sabes
que te estoy reservando todos los castigos para el miércoles de la próxima
semana... ¿Y qué pasaría si me acumularan a mi todos mis castigos, --continuó
diciendo, hablando más consigo misma que con el minino, --qué no me harían a
fin de año? No tendrían más remedio que mandarme a la cárcel supongo, el día
que me tocaran todos juntos. O si no, veamos... supongamos que me hubieran
castigado cada vez a quedarme sin cenar; entonces cuando llegara el terrible día
en que me tocara cumplir todos los castigos ¡me tendría que quedar sin cenar
cincuenta comidas! Bueno, no creo que eso me importe tantísimo. ¡Lo prefiero a
tener que comérmelas todas de una vez!
--¿Oyes la nieve golpeando sobre los cristales de la ventana, gatito? ¡Qué
sonido más agradable y más suave! Es como si estuvieran dándole besos al
cristal por fuera. Me pregunto si será por amor por lo que la nieve besa tan
delicadamente a los árboles y a los campos, cubriéndolos luego, por decirlo así,
con su manto blanco; y quizá les diga también «dormid ahora, queridos, hasta
que vuelva de nuevo el verano»; y cuando se despiertan al llegar el verano,
gatito, se visten todos de verde y danzan ligeros... siempre al vaivén del viento.
¡Ay, qué cosas más bonitas estoy diciendo! --exclamó Alicia, dejando caer el
ovillo para batir palmas, --¡Y cómo me gustaría que fuese así de verdad! ¡Estoy
segura de que los bosques tienen aspecto somnoliento en el otoño, cuando las
hojas se les ponen doradas!
--Gatito ¿sabes jugar al ajedrez? ¡Vamos, no sonrías, querido, que te lo estoy
preguntando en serio! Porque cuando estábamos jugando hace un ratito nos
estabas mirando como si de verdad comprendieras el juego; y cuando yo dije
«jaque» ¡te pusiste a ronronear! Bueno, después de todo aquel jaque me salió
bien bonito... y hasta creo que habría ganado si no hubiera sido por ese perverso
alfil que descendió cimbreándose por entre mis piezas. Minino, querido,
juguemos a que tú eres... y al llegar a este punto me gustaría contaros aunque
sólo fuera la mitad de todas las cosas que a Alicia se le ocurrían cuando
empezaba con esa frase favorita de «juguemos a ser...» Tanto que ayer estuvo
discutiendo durante largo rato con su hermana sólo porque Alicia había
empezado diciendo «juguemos a que somos reyes y reinas»; y su hermana, a
quien le gusta ser siempre muy precisa, le había replicado que cómo iban a
hacerlo si entre ambas sólo podían jugar a ser dos, hasta que finalmente Alicia
tuvo que zanjar la cuestión diciendo --Bueno, pues tu puedes ser una de las
reinas, y yo seré todas las demás--. Y otra vez, le pegó un susto tremendo a su
vieja nodriza cuando le gritó súbitamente al oído --¡Aya! ¡Juguemos a que yo
soy una hiena hambrienta y tu un jugoso hueso!
Pero todo esto nos está distrayendo del discurso de Alicia con su gatito: --
¡Juguemos a que tu eres la Reina roja, minino! ¿Sabes?, creo que si te sentaras y
cruzaras los brazos te parecerías mucho a ella. ¡Venga, vamos a intentarlo! Así
me gusta... --Y Alicia cogió a la Reina roja de encima de la mesa y la colocó
delante del gatito para que viera bien el modelo que había de imitar; sin
embargo, ]a cosa no resultó bien, principalmente porque como dijo Alicia, el
gatito no quería cruzarse de brazos en la forma apropiada. De manera que, para
castigarlo, lo levantó para que se viera en el espejo y se espantara de la cara tan
fea que estaba poniendo... --y si no empiezas a portarte bien desde ahora mismo
--añadió-- te pasaré a través del cristal y te pondré en la casa del espejo! ¿Cómo
te gustaría eso?
--Ahora que si me prestas atención, en lugar de hablar tanto, gatito, te
contaré todas mis ideas sobre la casa del espejo. Primero, ahí está el cuarto que
se ve al otro lado del espejo y que es completamente igual a nuestro salón, sólo
que con todas las cosas dispuestas a la inversa... todas menos la parte que está
justo del otro lado de la chimenea. ¡Ay, cómo me gustaría ver ese rincón! Tengo
tantas ganas de saber si también ahí encienden el fuego en el invierno... en
realidad, nosotros, desde aquí, nunca podremos saberlo, salvo cuando nuestro
fuego empieza a humear, porque entonces también sale humo del otro lado, en
ese cuarto... pero eso puede ser sólo un engaño para hacernos creer que también
ellos tienen un fuego encendido ahí. Bueno, en todo caso, sus libros se parecen a
los nuestros, pero tienen las palabras escritas al revés: y eso lo sé porque una vez
levanté uno de los nuestros al espejo y entonces los del otro cuarto me mostraron
uno de los suyos.
--¿Te gustaría vivir en la casa del espejo, gatito? Me pregunto si te darían leche
allí; pero a lo mejor la leche del espejo no es buena para beber... pero ¡ay, gatito,
ahí está ya el corredor! Apenas si puede verse un poquito del corredor de la casa
del espejo, si se deja la puerta de nuestro salón abierta de par en par: y por lo que
se alcanza a ver desde aquí se parece mucho al nuestro sólo que, ya se sabe,
puede que sea muy diferente más allá. ¡Ay, gatito, qué bonito sería si
pudiéramos penetrar en la casa del espejo! ¡Estoy segura que ha de tener la mar
de cosas bellas! Juguemos a que existe alguna manera de atravesar el espejo;
juguemos a que el cristal se hace blando como si fuera una gasa de forma que
pudiéramos pasar a través. ¡¿Pero, cómo?! ¡¡Si parece que se está empañando
ahora mismo y convirtiéndose en una especie de niebla!! ¡Apuesto a que ahora
me sería muy fácil pasar a través! --Mientras decía esto, Alicia se encontró con
que estaba encaramada sobre la repisa de la chimenea, aunque no podía
acordarse de cómo había llegado hasta ahí. Y en efecto, el cristal del espejo se
estaba disolviendo, deshaciéndose entre las manos de Alicia, como si fuera una
bruma plateada y brillante.
Un instante más y Alicia había pasado a través del cristal y saltaba con ligereza
dentro del cuarto del espejo. Lo primero que hizo fue ver si había un fuego
encendido en su chimenea y con gran satisfacción comprobó que, efectivamente,
había allí uno, ardiendo tan brillantemente como el que había dejado tras de sí --
De forma que estaré aquí tan calentita como en el otro cuarto --pensó Alicia--
más caliente aún, en realidad, porque aquí no habrá quien me regañe por
acercarme demasiado al fuego. ¡Ay, qué gracioso va a ser cuando me vean a
través del espejo y no puedan alcanzarme!
Entonces empezó a mirar atentamente a su alrededor y se percató de que todo lo
que podía verse desde el antiguo salón era bastante corriente y de poco interés,
pero que todo lo demás era sumamente distinto. Así, por ejemplo, los cuadros
que estaban a uno y otro lado de la chimenea parecían estar llenos de vida y el
mismo reloj que estaba sobre la repisa (precisamente aquel al que en el espejo
sólo se le puede ver la parte de atrás) tenía en la esfera la cara de un viejecillo
que la miraba sonriendo con picardía.
--Este salón no lo tienen tan bien arreglado como el otro-- pensó Alicia, al ver
que varias piezas del ajedrez yacían desperdigadas entre las cenizas del hogar;
pero al momento siguiente, y con un «¡ah!» de sorpresa, Alicia se agachó y a
cuatro patas se puso a contemplarlas: ¡las piezas del ajedrez se estaban paseando
por ahí de dos en dos!
--Ahí están el Rey negro y la Reina negra --dijo Alicia muy bajito por miedo de
asustarlos, --y allá están el Rey blanco y la Reina blanca sentados sobre el borde
de la pala de la chimenea... y por ahí van dos torres caminando del brazo... No
creo que me puedan oír continuó Alicia-- y estoy casi segura de que no me
pueden ver. Siento como si en cierto modo me estuviera volviendo invisible.
En ese momento algo que estaba sobre la mesa detrás de Alicia empezó a dar
unos agudos chillidos; Alicia volvió la cabeza justo a tiempo para ver como uno
de los peones blancos rodaba sobre la tapa e iniciaba una notable pataleta: lo
observó con gran curiosidad para ver qué iba a suceder luego.
--¡Es la voz de mi niña! --gritó la Reina blanca, mientras se abalanzaba hacia
donde estaba su criatura, dándole al Rey un empellón tan violento que lo lanzó
rodando por entre las cenizas. --¡Mi precioso lirio! ¡Mi imperial minina!-- y
empezó a trepar como podía por el guardafuegos de la chimenea.
--¡Necedades imperiales!-- bufó el Rey, frotándose la nariz que se había herido
al caer y, desde luego, tenía derecho a estar algo irritado. con la Reina pues
estaba cubierto de cenizas de pies a cabeza.
Alicia estaba muy ansiosa por ser de alguna utilidad y como veía que a la pobre
pequeña que llamaban Lirio estaba a punto de darle un ataque a fuerza de
vociferar, se apresuró a auxiliar a la Reina; cogiéndola con la mano y
levantándola por los aires la situó sobre la mesa al lado de su ruidosa hijita.
La Reina se quedó pasmada del susto: la súbita trayectoria por los aires la había
dejado sin aliento y durante uno o dos minutos no pudo hacer otra cosa que
abrazar silenciosamente a su pequeño Lirio. Tan pronto hubo recobrado el habla
le gritó al Rey, que seguía sentado, muy enfurruñado, entre las cenizas --
¡Cuidado con el volcán!
--¿Qué volcán?-- preguntó el Rey mirando con ansiedad hacia el fuego de la
chimenea, como si pensara que aquel fuese el lugar más indicado para encontrar
uno.
--Me... lanzó... por... los aires-- jadeó la Reina, que aún no había recobrado del
todo el aliento. --Procura subir aquí arriba... por el camino de costumbre... ten
cuidado... ¡No dejes que una explosión te haga volar por los aires!
Alicia observó al Rey blanco mientras este trepaba trabajosamente de barra en
barra por el guardafuegos, hasta que por fin le dijo --¡Hombre! A ese paso vas a
tardar horas y horas en llegar encima de la mesa. ¿No sería mejor que te ayudase
un poco?-- pero el Rey siguió adelante sin prestarle la menor atención: era
evidente que no podía ni oírla ni verla.
Así pues, Alicia lo cogió muy delicadamente y lo levantó por el aire llevándolo
hacia la mesa mucho más despacio de lo que había hecho con la Reina, para no
sobresaltarlo; pero antes de depositarlo en ella quiso aprovechar para limpiarlo
un poco pues estaba realmente cubierto de cenizas.
Más tarde Alicia diría que nunca en toda su vida había visto una cara como la
que puso el Rey entonces, cuando se encontró suspendido en el aire por una
mano invisible que además le estaba quitando el polvo: estaba demasiado atónito
para emitir sonido alguno, pero se le desorbitaban los ojos y se le iban poniendo
cada vez más redondos mientras la boca se le abría más y más; a Alicia empezó
a temblarle la mano de la risa que le estaba entrando de verlo así y estuvo a
punto de dejarlo caer al suelo.
--¡Ay, por Dios, no pongas esa cara, amigo! --exclamó olvidándose por
completo de que el Rey no podía oírla.
--¡Me estás haciendo reír de tal manera que apenas si puedo sostenerte con la
mano! ¡Y no abras tanto la boca que se te va a llenar de cenizas!... ¡Vaya! Ya
parece que está bastante limpio --añadió mientras le alisaba los cabellos y lo
depositaba al lado de la Reina.
El Rey se dejó caer inmediatamente de espaldas y se quedó tan quieto como
pudo; Alicia se alarmó entonces un poco al ver las consecuencias de lo que había
hecho y se puso a dar vueltas por el cuarto para ver si encontraba un poco de
agua para rociársela. Lo único que pudo encontrar, sin embargo, fue una botella
de tinta y cuando volvió con ella a donde estaba el Rey se encontró con que ya
se había recobrado y estaba hablando con la Reina; ambos susurraban
atemorizados y tan quedamente que Alicia apenas si pudo oír lo que se decían.
El Rey estaba entonces diciéndole a la Reina:
--¡Te aseguro, querida, que se me helaron hasta las puntas de los bigotes!
A lo que la Reina le replicó:
--¡Pero si no tienes ningún bigote!
--¡No me olvidaré jamás, jamás --continuó el Rey-- del horror de aquel momento
espantoso!
--Ya verás como sí lo olvidas --convino la Reina-- si no redactas pronto un
memorándum del suceso.
Alicia observó con mucho interés cómo el Rey sacaba un enorme cuaderno de
notas del bolsillo y empezaba a escribir en él. Se le ocurrió entonces una idea
irresistible y cediendo a la tentación se hizo con el extremo del lápiz, que se
extendía bastante más allá por encima del hombro del Rey, y empezó a obligarle
a escribir lo que ella quería.
El pobre Rey, poniendo cara de considerable desconcierto y contrariedad,
intentó luchar con el lápiz durante algún tiempo sin decir nada; pero Alicia era
demasiado fuerte para él y al final jadeó:
--¡Querida! Me parece que no voy a tener más remedio que conseguir un lápiz
menos grueso. No acabo de arreglármelas con este, que se pone a escribir toda
clase de cosas que no responden a mi intención...
--¿Qué clase de cosas! --interrumpió la Reina, examinando por encima el
cuaderno (en el que Alicia había anotado el caballo blanco se está deslizando
por el hierro de la chimenea. Su equilibrio deja mucho que desear)--. ¡Eso no
responde en absoluto a tus sentimientos!
Un libro yacía sobre la mesa, cerca de donde estaba Alicia, y mientras ésta
seguía observando de cerca al Rey (pues aún estaba un poco preocupada por él y
tenía la tinta bien a mano para echársela encima caso de que volviera a darle otro
soponcio) comenzó a hojearlo para ver si encontraba algún párrafo que pudiera
leer, --...pues en realidad parece estar escrito en un idioma que no conozco-- se
dijo a sí misma.
Y en efecto, decía así:
Durante algún tiempo estuvo intentando descifrar este pasaje, hasta que al final
se le ocurrió una idea luminosa:
--¡Claro! ¡Como que es un libro del espejo! Por tanto, si lo coloco delante del
espejo las palabras se pondrán del derecho.
Y este fue el poema que Alicia leyó entonces:
GALIMATAZO
Brillaba, brumeando negro, el sol;
agiliscosos giroscaban los limazones
banerrando por las váparas lejanas;
mimosos se fruncían los borogobios
mientras el momio rantas murgiflaba.
¡Cuidate del Galimatazo, hijo mío!
¡Guárdate de los dientes que trituran
Y de las zarpas gue desgarran!
¡Cuidate del pájaro Jubo-Jubo y
que no te agarre el frumioso Zamarrajo!
Valiente empuñó el gladio vorpal;
a la hueste manzona acometió sin descanso;
luego, reposóse bajo el árbol del Tántamo
y quedóse sesudo contemplando...
Y asi, mientras cabilaba firsuto.
¡¡Hete al Galimatazo, fuego en los ojos,
que surge hedoroso del bosque turgal
y se acerca raudo y borguejeando!!
¡Zis, zas y zas! Una y otra vez
zarandeó tijereteando el gladio vorpal!
Bien muerto dejó al monstruo, y con su testa
¡volvióse triunfante galompando!
¡¿Y haslo muerto?! ¡¿Al Galimatazo?!
¡Ven a mis brazos, mancebo sonrisor!
¡Qué fragarante día! ¡Jujurujúu! ¡Jay, jay!
Carcajeó, anegado de alegria.
Pero brumeaba ya negro el sol
agiliscosos giroscaban los limazones
banerrando por las váparas lejanas,
mimosos se fruncian los borogobios
mientras el momio rantas necrofaba...
--Me parece muy bonito --dijo Alicia cuando lo hubo terminado--, sólo que es
algo difícil de comprender (como veremos a Alicia no le gustaba confesar, y ni
siquiera tener que reconocer ella sola, que no podía encontrarle ni pies ni cabeza
al poema). Es como si me llenara la cabeza de ideas, ¡sólo que no sabría decir
cuáles son! En todo caso, lo que sí está claro es que alguien ha matado a algo...
--Pero ¡ay! ¡Si no me doy prisa voy a tener que volverme por el espejo antes de
haber podido ver cómo es el resto de esta casa! ¡Vayamos primero a ver el
jardín!
Salió del cuarto como una exhalación y corrió escaleras abajo... aunque, pensándolo
bien, no es que corriera, sino que parecía como si hubiese inventado una nueva
manera de descender veloz y rápidamente por la escalera, como se dijo Alicia a sí
misma: le bastaba con apenas apoyar la punta de los dedos sobre la barandilla para
flotar suavemente hacia abajo sin que sus pies siquiera tocaran los escalones. Luego,
flotó por el vestíbulo y habría continuado, saliendo despedida por la puerta del jardín,
si no se hubiera agarrado a la jamba. Tanto flotar la estaba mareando, un poco, así
que comprobó con satisfacción que había comenzado a andar de una manera natural.
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